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Una escuela azul |
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escribe Patricia Verdugo Desde el viernes 18 de junio, hay una escuela que lleva el nombre Sergio Verdugo Herrera. Llegamos al pueblo de Puente Negro cuando faltaban 15 minutos para la cuatro de la tarde. El pueblo es casi una sola calle central, rodeada de casas antiguas y modestas. El paisaje es de puro campo chileno, zona central, Colchagua. Supimos dónde estaba la escuela con sólo mirar los únicos autos estacionados calle abajo y la verde silueta de tres policías. La escuela está pintaba de azul. Un azul de pincelada reciente. Un azul que iluminaba el paisaje invernal, de cielo gris que anunciaba lluvia. No corría viento. La escuela es grande, tiene diez cursos mixtos, desde prekinder hasta octavo básico con jornada completa de clases, 240 alumnos. Las salas dan a una amplia galería que circunda el patio. Al fondo, a la derecha, el huerto experimental. La mayor parte de los alumnos son hijos de campesinos. ¿Cómo describo la ceremonia? En el patio de cemento, el mismo que se usa para jugar al fútbol y al voleibol, había una tarima alfombrada y una veintena de asientos. Todo bajo un toldo, por si llovía. Allí instalaron a mi madre, sentada entre el ministro de Educación y el alcalde de San Fernando, además del intendente subrogante y otras autoridades regionales. Allí había también una decena de niños de cuidado uniforme: los presidentes de curso. Entre los niños, el alcalde y el ministro, creí ver la imagen del papá guiñándome un ojo, con una semisonrisa cómplice. Porque el ministro Sergio Bitar fue un preso político en Dawson y Ritoque, compañero de barraca del padre de mi hijo José Manuel. Porque el alcalde de San Fernando es el único alcalde comunista en Chile. Por obra del sistema binominal, los comunistas no han podido elegir a otro representante en todo el país. Y porque no es usual que los niños dirigentes presidentes de curso elegidos por sus pares- sean destacados como autoridades en un acto oficial. Es decir, en ese escenario, había una potente señal de lo que puede ser la democracia de verdad, donde los niños participan y los comunistas forman parte& Varias decenas de sillas para los invitados. En primera fila, mis hermanos Cristina y Roberto. Sergio no pudo llegar, estaba en la China. Dispersos, algunos de nuestros hijos. Sólo uno de ellos, mi Felipe, puede recordar a su abuelo cuando lo llevaba de paseo por la Costanera, le compraba helados en el Copelia y lo mecía en un caballito de madera. Entre los asistentes, cuatro primos, tres de los cuales son hijos de la dulce y bondadosa María, hermana mayor de mi padre. El locutor oficial imprimió solemnidad al acto. Cantamos de pie el Himno Nacional, bajo la batuta de un profesor. Los niños, en el coro y en las graderías, lo cantaban a gritos como sólo pueden cantar niños campesinos con todo el horizonte abierto por delante. Y todas íbamos a ser reinas fue el tema escogido para bailar, cantar y recitar a la Mistral. Las cuatro niñas del baile llevaban coronas blancas y largas polleras rojas. El coro puso los versos en pentagrama y cuatro niñas recitaron otros, meciéndolos entre sus peinados de trenzas brillantes y sus guantes de algodón blanco. Habló el ministro, habló el alcalde, hablé yo en nombre de la familia. Casi no pude terminar porque no me salía la voz. Lo importante lo dijeron ellos. En suma, que para esta escuela era un honor llevar el nombre de Sergio Verdugo Herrera, no porque hubiera sido un constructor de escuelas, no porque hubiera nacido en San Fernando& sino porque fue un hombre bueno y consecuente, un humanista cristiano que desde la Juventud Estudiantil Católica realizó trabajos solidarios junto al Padre Hurtado, un hombre que se comprometió con un partido político (PDC) para ayudar a construir un Chile mejor, un hombre que desde su sindicato se comprometió en la defensa de los derechos laborales, un hombre que fue perseguido y asesinado por ello. Y allí en medio de todos, se instaló mi papá. Y para siempre. No esperó siquiera a que se descubriera la placa& un cordón de seda en manos de mi madre, otro cordón en manos del ministro Bitar, undos-tres dijo él y cayó la tela brillante dejando al descubierto la placa de cobre: Escuela Sergio Verdugo Herrera. Mi papá llegó para quedarse en las salas de clases y en el patio de juegos. Llegó para cuidar a estos niños de su tierra, colchagüinos como él, que saldrán adelante a punta de constancia y esfuerzo como él. Es verdad que hay una tumba en el cementerio general de Santiago que lleva su nombre. También está grabado su nombre en la gigantesca pared de mármol del Memorial a las Víctimas. Pero es aquí, cruzando el portal de esta escuela de Puente Negro, donde se instaló con su mirada bondadosa y su sonrisa plena. |
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