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El retorno de los valientes |
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escribe Carlos Morales &En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz, cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres& Esos hombres son sagrados. Tal es el mandamiento ético que nos heredó el apóstol cubano José Martí y que pareciera perdido del todo en el traspaso del siglo anterior. Con el encabalgamiento de la reaganomics y el nuevo orden económico mundial de los Bush -a partir de los 80- la fenomenología del haber se impuso a la del ser. Los hombres valen desde entonces por lo que tienen y no por lo que son, como se estilaba en los siglos atrás. La nueva deontología mercantil se prestó para todo: lo mismo para destruir principios y valores de honradez, que para justificar la ambición desmedida y la usurpación privada o colectiva, ya de individuos o de naciones. Dentro de un ideario manchesteriano y a la sombra de los lobos que identificó Plauto (homus hominis lupus), para nuestro tiempo el que no medra es un idiota, pues todo el mundo lo está haciendo y sobre todo, los políticos y gobernantes que lo hacen en gran escala. Por eso, dice un dicho mexicano, a mi no me den, pónganme donde hay. Ante semejante panorama de corrupción globalizada, nada ni nadie podrá salvarse. El círculo se cierra por algún punto. Todos caeremos a alguna hora en el pozo de la sinvergüenzada o seremos víctimas de la maledicencia por no caer. No hay escape. La podredumbre se ha impuesto en todos los órdenes, en todas las clases y en todas las naciones. Como consecuencia lógica, el pesimismo se adueñó de los seres más racionales y así aumentaron los suicidios, la renuncia a toda reivindicación y el aislamiento, obligado o voluntario. La frase que resume tal panorama de desolación universal será: de por sí, nada se puede hacer o como dijeron también en México: todo nos vale madre. No obstante la pérdida de referentes, la desvalorización de la vida, la subducción de la moral y en términos amplios, esa atmósfera de derrota que todos los días nos impone el telediario, la única esperanza que acariciaban algunos herejes era, como el título de aquel viejo libro de los brujos: el retorno de los valientes. Es decir, una aparición atrabiliaria y justiciera que, aun a riesgo de su propia seguridad, enarbolara la espada de la decencia en este pantano de fetidez que nos trajo la posmodernidad. Con impaciencia esperamos por años el surgimiento de alguna figura chapada a la antigua que clamara en todos los campos: hay que dar un paso atrás, porque esta mierda no va a ninguna parte. Solamente líderes muy bien construidos, muy fuertes en su contextura ideológica y embebidos de los próceres universales que señalaron el camino de la dignidad, podían intentar ese rescate a riesgo de sus propias vidas. Y los esperamos sabiendo que la valentía se contagia y por eso hay que pregonarlo. En cada nación del mundo, por dicha, aparecieron unos cuantos, a menudo vinculados a la administración de justicia; pero ahora me quiero referir solo a dos que para nuestro regocijo, han aparecido en Costa Rica. Quizás no sean los únicos, pero sí los más destacados en la penumbra que nos rodea. En primer lugar, acaba de iniciar sus labores como Fiscal de la República, un abogado joven que ha dado muestras de una valentía inusitada en el país. Después de un periodo negro en que los crímenes y las corruptelas de gran calado se morían en las gavetas de la fiscalía, el señor Francisco DallAnesse se ha empeñado en ventilar la podredumbre que nos aplastaba a los indefensos ciudadanos. Comenzó con el crimen del periodista Parmenio Medina, un caso sensacional de ajusticiamiento sicario que pagaron los millonarios corruptos a quienes el comunicador denunció desde 2001 y que, solo en este año y con la llegada de DallAnesse, se convirtió en una causa judicial con prisión para los sospechosos. Lo mismo ha logrado este valiente jurista con el crimen de la periodista Ivania Mora y con el más sonado caso de corrupción institucional en el sistema de seguridad social del país: un empréstito finlandés por $40 millones que salpicó de comisiones fraudulentas a un jerarca angurriento y a una empresa suplidora, arrastrando en sus redes a gerentes públicos y privados. Con la llegada de este hombre valiente a la Fiscalía de Estado, la sociedad ha tenido un respiro: nadie ha de sentirse intocable en razón de su riqueza ni de sus contactos. Todos nos mojamos con las mismas leyes, todos somos iguales ante ellas, no como antes, que había algunos más iguales que otros. Por lo menos, es lo que este fiscal practica y uso el verbo con plena conciencia, pues con buen espíritu martiano sabe que el mejor decir es el hacer y no se desgasta mucho en palabras. Un poquito más abajo en la jerarquía del poder judicial, pero con una gallardía similar y desde bastante tiempo atrás, una vigorosa mujer ha esquivado todas las amenazas verbales y físicas que en su contra se han dado. La Fiscal de una provincia, Gisselle Rivera, ha sufrido acechanzas diversas, agresiones personales, atentados con bomba y no ha cejado un ápice en los casos contra la corrupción y la delincuencia que le han encomendado. Si un ejemplo requieren las mujeres en su lucha por la liberación y por la igualdad real, esta valerosa jurista sería una óptima bandera. Su espíritu y sus actos reviven el pálpito de esperanza que yace en lo profundo del alma ciudadana. Vale decir que es ella quien ha llevado en sus hombros el complejo caso de corrupción, mafia y sangre que acabó con la vida de Parmenio Medina. Mientras el arribismo universal y la ignominia del englobamiento económico internacional agachó a los hombres, los asustó y los redujo al silencio o la abulia, estos dos abogados saltan a la arena para demostrar que todavía se puede hacer algo. No tengo conocimiento personal de ninguno de los dos personajes mencionados, pero la lectura de sus actos en los diarios costarricenses me hacen pensar que si más individuos como ellos levantaran en cualquier parte del mundo la bandera de la decencia con el valor con que lo han hecho, este mundo, que al principio describí como una vuelta al medioevo, podría dejar de serlo. Cuando concluyo estas líneas, veo en la tele que ambos funcionarios han sido objeto de una orden de protección policial, pues sus vidas corren peligro por salirse de lo común, por valentía, por exceso de honradez. ¡Paradoja de nuestro siglo! Con más razón hay que repetir con Martí: &cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres&En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana. Señores DallAnesse y Rivera, muchas gracias por eso. |
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