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30-Abril-2004

 

Apuntes sobre el caso Maradona
Hombre que muerde al perro

 

escribe Juan Cameron

Diego Armando Maradona, quien fuera destacado jugador de fútbol, ha sido internado en un hospital de Buenos Aires. La noticia recorre el mundo y copa titulares, editoriales, páginas deportivas e internacionales. Cabe preguntarse si el acontecimiento merece tal difusión o si existe un manejo oculto para colocar en primera plana un hecho cotidiano, como lo es la salud del ciudadano Maradona.

Una vieja norma del periodismo informativo, de aquella época conocida como la Edad de Oro, enseñaba que si un perro muerde a un hombre, no es noticia; pero sí la es, si un hombre muerde a un perro. Sin embargo el transcurso histórico y la decadencia de nuestra civilización ha llevado al periodismo de opinión -continuador de aquella etapa- a transformarse en un mero manejo de aquella.

Diego Armando Maradona ha sido internado; su vida corre peligro y la información de un desenlace definitivo se espera con ansias en las afueras del centro asistencial donde yace el deportista. Mientras tanto, el hecho real en torno a su afección cubre las primeras planas de los periódicos y ocupa gran parte de los noticiarios televisivos.

¿Se trata de un hecho tan relevante, en verdad, como para ocupar dicho espacio? Hay un algo más, un plus escondido tras esa bullada consternación, más propio de la publicidad que de una real emoción por la suerte del astro argentino.

La noticia en sí no tiene mayor relevancia; no se trata del fallecimiento de aquel. Aparte de la comunicación «objetiva» de los hechos y de mantener al público informado, es un acontecimiento común, un hecho de los tantos que ocurren en el mundo -y en el barrio- a diario. Maradona, como uno más de la tribu, tiene derecho a nacer y a morir con el menor sufrimiento posible, tanto como a dejar una herencia espiritual en pro de quienes le continúan. Tiene derecho además a ser respetado y valorado por sus triunfos, que son bienes comunes, como por sus derrotas, que son y han sido en buena parte privadas.

El adjetivo «objetiva», más arriba señalado, va entre comillas pues, como nos indica la Lingüística, las significaciones agregadas a cada palabra van implícitas en el mensaje; y, por obra de la Teoría de la Comunicación, entendemos que el receptor de este mensaje siempre cambia su conducta al decodificarlo. Entonces, por la propia naturaleza de las palabras no existe nada objetivo en el lenguaje. Este fenómeno no sólo lo saben y dominan los lingüistas; sino también los directores, los editores y los propietarios de los medios de comunicación masiva.

Maradona no interesa a éstos; tampoco su salud o su condición de vida; les interesa en cuanto noticia; y noticia manejable.

Por otro lado, Maradona es un símbolo; es la imagen contraria de Edson Arantes do Nascimento. La vieja cuestión de quién ha sido el mejor jugador del mundo -un asunto casi limítrofe entre Argentina y Brasil- opone dos estilos, dos enfrentamientos diversos ante el juego de la existencia. Si bien en ambos casos se trata de una misma imagen, en blanco y negro (la tentación semántica resulta irresistible), el de un muchacho proletario que alcanza fama y riqueza y el ser amado por todos, sus proyecciones toman rumbos diversos.

Diego Armando es la torre en el juego de ajedrez. Sus avances son brutales, finteados, como el de un tanque de fieltro que se desliza en línea recta para destronar al rey contrario. Pelé, en cambio, es un alfil tipo caballo que delinea y salta y crea maravillosos sacrificios de medio juego. No hay comparación posible.

Maradona se torna en el niño símbolo de su propio pueblo. Su estampa es grosera, atropelladora, prepotente; es la venganza del oprimido frente al dominador; es la calle y la bulla, la bofetada, el escupo, la ilegalidad sin etiqueta ni ética, pues aquellos son bienes del enemigo. Pelé, en cambio, se estiliza y sube gradas sociales y es uno más de los tantos nuevos ricos -decentes, por cierto- que representan el sueño de la clase americana (la nuestra). De patipelado se convierte el lord; de siervo de la gleba en caballero. Es, políticamente, correcto; y, por lo mismo, por ser un igual, no constituye noticia.

Diego Armando Maradona va a ser recordado, mientras tengamos del fútbol memoria, como un astro. Los méritos, su talento, tal como en el caso de Pelé, han sido indiscutibles. Es nuestra obligación destacarlo.

Pero la cuestión no pasa por allí, sino en el tratamiento de esta circunstancia. La cuestión es el uso que se da a su deteriorada salud para ocultar a una deteriorada civilización. Aparte de desviar la atención pública de los hechos sorprendentes, conmovedores y trágicos a que nos condena esta sociedad a diario -y en este preciso momento- indica al desbastado lector donde poner su atención. Es decir, en la empresa del fútbol -el opio verdadero- en lo más sentimentaloide del amor humano, en la imagen pueril de un vengador social destruido (se nos señala allí) por la sobredosis de resentimiento que impide el ordenado desarrollo de las naciones democráticas -todo ésto muy entre comillas- y que lleva, por fin, hacia la destrucción de cualquier héroe con pies de barro.

La noticia ha sido tratada como una vulgar caricatura. Se trata, nada más, de una advertencia hacia quienes osen poner en duda el sagrado orden del imperio. Maradona es noticia; Pelé no lo es, pues aquel ha tomado el camino «correcto».



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