Escribe Leonardo Javier Navarro (Especial para Liberación).
En una reseña anterior, sobre el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires, surgía un interrogante. Cómo en un país abatido por una de las peores crísis de sus historia, podía haber dos festivales de cine de nivel internacional. Signo de esos tiempos que intentan mostrar una recuperación económica que, como siempre, se ve más en los números que en la realidad, el festival de Mar del Plata asume como principal de sus caracteristicas su poder de supervivencia.
En cada acto, en cada reseña, se destaca que el festival ha sobrevivido, se destaca el esfuerzo descomunal que fue necesario para llevarlo adelante. Un esfuerzo que supera toda decisión política, que se vale del trabajo de pasantes y becarios que trabajan ad honorem, y de personas que trabajan por la mitad del salario que merecerían.
Lamentablemente, el bajo presupuesto, y las urgencias de organización, hacen que tanto esfuerzo no tenga la recompensa que se merece. El escaso riesgo en la apuesta cinematográfica, y la indiferencia de la mayor parte de la industria cinematográfica mundial, hacen que Mar del Plata brille más por su atractivo turistico que por lo que sucede en la pasarela y en las pantallas del festival.
Lo cierto es que Mar del Plata, más allá de su categoría de Festival Clase A, no interesa a la mayor parte de la industria como plaza cinematográfica del mundo. Y ello se traduce en una programación de baja calidad y en escasos invitados, en su mayoría desconocidos para el común del público, que es al que se aspira llegar teniendo en cuenta el bajo valor de las entradas en boletería dos pesos, algo así como sesenta centavos de dólar.
Sin embargo, la mayoría de los marplatenses miran con indiferencia tamaño esfuerzo convertido en evento cinematográfico. En algunos casos parecen no saber que en su cuidad se desarrolla un Festival de cine Internacional, se asombran ante las largas filas, preguntan de que se trata y al enterarse de que se esta desarrollando el festival se van si mayor interés. Más que como una muestra de cine intenacional, el festival funciona entonces como un atractivo turístico: las vacaciones del buen cinéfilo argentino, porque la mayor parte del público son porteños con vacaciones en Marzo o bien estudiantes de cine que aún no han empezado sus cursadas. Pocos turistas internacionales y poca prensa internacional. Arena, cine y sol.
La oferta cinematográfica fue, como suele sucedeaño tras año, pobre. Se destacan un puñado de obras: la violencia descarnada de la francesa Haute Tension o la más intelectualizada In my skin, también de Francia; las orientales A tale of two sisters y Last Life in the universe; la interesantísima 29 palms, del galardonado Bruno Dumont (L'humanitte) o los experimentos formales de The five obstructions cuya nota afortunada fue la de ser exhibida en casi todas sus funciones, con el corto que le dio origen: The perfect human, de Jørgen Leth. En la competencia oficial apenas logran destacarse un par de filmes: la ganadora Buena Vida Delivery, una película de buena factura, entretenida y con algunos momentos geniales, no es sin embargo, una película para este tipo de eventos. El secreto para obtener el galardón fue que el resto de la competencia ni siquiera llegó a ese nivel. Dealer fue otro filme a tener en cuenta, pero las desventuras de un ex heroinómano devenido en el "dealer" del título requieren de paladares cinematográficos más resistentes al tono aletargado (a veces soporífero) que propone la película.
Participaron del festival también un par de películas suecas: la nominada al Oscar Ondskan y Tillfälling fru sökes. La primera tiene el mérito de haber conquistado al público -más que la segunda. La gente aplaudía las amenazas que el protagonista profería a quienes lo habían hecho sufrir tanto durante el metraje previo, sin embargo, el nivel general del filme no sobrepasa por mucho al de muchas películas estadounidenses sobre jóvenes maltratados por pares generacionales que detentan el control de un lugar específico -el compañero rico de la escuela, el rico del pueblo, el hijo del jefe, etc. Más interesante, aunque no tan bien recibida fue Tillfälling..., en su retrato de seres que buscan una nueva chance para ser felices, más humana y menos efectista que la película de Hafström.
Por el lado de las estrellas invitadas, no hubo grandes novedades. Tal vez la estrella más destacada del panorama internacional fue el inglés Alan Rickman (sí, ese mismo). Un actor de probadas cualidades, pero que incluso en su país no figura entre sus principales estrellas. El director del festival tuvo que explicarle al gran publico que llenaba la sala Auditorium (la más grande del festival) quién era este inglés al que se le estaba por dar un reconocimiento a pesar de que no había una retrospectiva en su honor ni se proyectaba ninguna película en la que hubiera participado. Grande fue el desconcierto de Rickman cuando la gente lo vittoreaba por haber participados en Die Hard o en ese verdadero engendro que es la saga de Harry Potter. Más grande fue el asombro cuando el mismo presidente del festival, el jujeño Miguel Pérez, no sabía que preguntarle y se despachaba preguntas como "¿Qué prefiere, el cine o el teatro?".
También estuvo otro Inglés, el director Ken Russell -este sí tuvo su retrospectiva- pero, para desconcierto de quienes soñabamos con ver algo interesante, el director traía a exhibir los delirios que filma en el jardín de su casa, más cercanos a los peores scketches de Benny Hill que a la obra que le dio reconocimiento.
No mucho más, señoras y señores. El XIX Festival de Mar del Plata estuvo entre los más flojos que se han realizado en esta ciudad. El bajo presupuesto, pero también la falta de riesgo a la hora de selccionar películas, sumado al escazo interés que despierta este festival en el panorama internacional, nos dejan un sabor algo amargo, el sabor de que esto podría haber sido mejor. Pero aún queda el mar, la arena, el sol...
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