Escribe Juan Cameron.
Durante tres décadas, Gregorio Paredes se ha mantenido una figura constante en el ambiente literario regional. Sin embargo sus escasas publicaciones no dan cuenta del reconocimiento y respeto conseguido entre sus pares. Convertido casi en un mito, su intensa actividad lo ha llevado a ser conocido en distintos escenarios, entre ellos el de la fotografía.
Treinta y dos años después de su primera publicación, Gregorio Paredes entrega El ojo espejo, editado en el Programa de Publicaciones Literarias del Gobierno Regional de Valparaíso.
El autor es una figura indiscutida en el ámbito artístico de la región. Su amplia cultura literaria lo convierte en un referente para las nuevas promociones y, a pesar de este largo silencio, ha mantenido una activa participación en los espacios culturales, destacándose además como fotógrafo. Su reciente libro lleva como ilustración de portada una curiosa imagen captada por él.
Por su particular fisonomía y su humor cercano al sarcasmo, se le atribuyen numerosas anécdotas; entre ellas, y al calor de la competencia intelectual, haber respondido, en una entrevista, que Juan Luis Martínez es una vieja más de Viña. Cuentos tal vez, puesto que como colegas se respetaron mutuamente.
El volumen reúne treinta y siete textos, algunos ya editados por diversas revistas. Y nada más que en esporádicas páginas; pues el poeta había alguna vez jurado no publicar hasta la muerte de Pinochet. Al dictar dicha sentencia era un poeta joven; pero el tiempo y la necesidad le fue doblando la mano. Tal vez su prestigiosa ubicación, o un mal cálculo de posibilidades, le impuso esta postura; a comienzos de la década del 70, había ya obtenido el por entonces prestigioso Premio Luis Tello de Poesía. Miembro de la Sociedad de Escritores de Valparaíso y figura indiscutida, desarrollaba una amplia labor político cultural, junto a jóvenes artistas universitarios, entre ellos Renato Cárdenas, Ana María Veas y Gustavo Boldrini.
En esta obra, el poeta incorpora a su escritura diversos elementos que recoge del discurso cotidiano. Juega sobre la página con un particular acercamiento a la poesía visual, sin definirse por lo antipoético ni por alguna tendencia específica. Más bien el ritmo demuestra una actitud escéptica, distante y crítica del entorno al cual se refiere.
Este alejamiento se hace visible en el poema Yo no está en casa cuando mira la televisión, alguna vez conocido como plaqueta y bastante difundido en peñas y lecturas. El sujeto es un yo despersonalizado al que cual se refiere en tercera persona; de esta manera convierte el artículo en un nombre propio que se observa a la distancia: Yo mira las nubes blancas/ Yo detesta el desorden/ Yo no entiende la música pop/ Yo guarda en su escritorio un cuaderno con poesías amarillas/ Yo escribirá al diario mañana. Y, al mismo tiempo, enfría cualquier tipo de sentimiento que pudiera deducirse de las opiniones allí expresadas.
La visualidad está, más allá de la simple gráfica que busca y explota en varios trabajos, en algunas bien logradas imágenes. En Nueva Galicia escribe saltan luces de una isla o otra, y con ello abre las posibilidades semánticas para una lectura más amplia. El recurso "dibuja" la sensación visual y permite sostener en la pura forma -u ordenación de las palabras sobre el plano- su gama de significaciones. Se trata de un tropos utilizado a veces por poetas mayores, como es el caso del argentino Jorge Boccanera, quien en un poema de Bestias en un hotel de paso finaliza con la definición El que traslada escombros de una carta a la otra. En este caso, Boccanera agrega a lo visual el elemento mágico, el tercer nivel al que todo poeta aspira como creación y que, por cierto, está en la mejor poesía de Vicente Huidobro.
La poesía visual en tanto género se presenta, en Paredes, en variados intentos, como en la lectura invertida de un título, en la línea circular cuyo discurso no tiene fin o en el trazo que sube y baja para diseñar lo comunicado por la oración.
El Ojo Espejo conserva a grandes rasgos las líneas directrices de la poesía de los sesenta. Allí encontramos el apunte inteligente destinado a sorprender -cuando no a epatar- a su lector y, también, cierta desfachatez en el tratamiento de los temas. Influida esta promoción por la antipoesía, sus materiales apuntan, más que asustar al desprevenido buscador de la lírica, a desafiar el orden establecido por el recurso de mostrar la realidad tal como se presenta ante el espectador. Títulos tales como Meditación ante un cambio de semáforo proponen desarticular los dogmas referidos a la lírica y, de esta manera, subvertir algo más allá del simple orden sintáctico. Las estrofas no son ajenas a este postulado: La aparición de un santo/ en la ciudad/ amenaza la estabilidad democrática, dice allí, como si en su vieja querella con la curia quisiera involucrar a quien se cruce en su lectura.
El Ojo Espejo contribuye, sobre todo, con la presencia de su autor en el discurso de la poesía porteña. Luego de tres décadas de silencio, el rescate de estos textos permite situarlo en el lugar esperado por sus fieles seguidores.
Gregorio Paredes nació en Valparaíso, en 1942. Su anterior libro, La Tierra Cuadrada, aparece en 1969. Figura también en las recopilaciones Valparaíso/ versos en la calle, de Ennio Moltedo (1995), Valparaíso/ versos en la calle (1998) e Historia de la poesía en Valparaíso, de Alfonso Larrahona Kästen. Además del Premio Luis Tello de Poesía, recibió en su oportunidad el Premio de Homenaje a los 450 años de la ciudad de Valparaíso.
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