Escribe Mauricio de Aspiazu*.
¿Es justa la demanda marítima boliviana? Si me preguntaran y fuera un político boliviano diría sin vacilación que sí. Sin embargo, ese no es un tema que deba debatirse en los textos de historia (se pueden denunciar injusticias pero no decir si algo es justo o no, esa no es tarea de la historia), ni en el debate de un foro internacional, donde las simpatías logradas quedan sólo en eso, simpatías, ni mucho menos ser el argumento pivotal de una política de estado para exigir un acceso soberano al mar.
Algunas consideraciones preliminares. Primero, el ejercicio de la soberanía sobre el territorio nacional es un principio fundamental de la constitución de los estados modernos, alienable solo por la cesión de territorio, como resultado de transacciones o compensaciones no militarmente motivadas, por la pérdida del mismo territorio, como resultado de acciones bélicas, o como una combinación de acciones bélicas y tratados.
Segundo, las dos últimas alternativas señaladas para la adquisición de soberanía sobre un territorio requieren de un poderío militar superior por parte del estado interesado. El ejército chileno es abismalmente superior a su par boliviano en disciplina, armamento y recursos humanos y económicos por lo que debe descartarse, en el corto y mediano plazo la opción militar para la recuperación de la cualidad marítima. Pensar, en el contexto mundial y regional actual, que es posible conformar una fuerza multilateral de intervención militar con "países amigos" es un razonamiento fantasioso y pueril.
Tercera y última consideración, ningún gobierno democrático (por socialista que éste sea) podrá ceder soberanía territorial por medios pacíficos sin tener que enfrentar al mismo tiempo, un vendaval de críticas, una revuelta interna de proporciones y un virtual suicidio político.
El costo político de una decisión semejante solo podría ser costeado por un gobierno dictatorial que no tuviera que rendir cuentas a la indignación de una opinión pública conformada por individuos cuya identidad fue estructurada históricamente sobre la base de los símbolos, hitos y territorios de un estado nacional (paradójicamente la base administrativa de un gobierno militar está conformada por los encargados de garantizar por medios violentos la integridad y reproducción del Estado y sus símbolos).
¿Se puede intentar convencer argumentalmente, a la distancia, a la opinión pública chilena de ceder la soberanía de su territorio haciendo frente a la omnipresente fuerza socializadora de todas sus instituciones? Tal vez si tuviéramos un aparato comunicacional de la envergadura del de EEUU, pero ni aún así la política de la propaganda estaría garantizada, y si tuviéramos esa capacidad no estaríamos discutiendo este problema ya que con ese poderío económico la opción militar sería con toda probabilidad factible.
Los argumentos ético-morales esgrimidos infantilmente (y enseñados con veneración en las escuelas bolivianas) para obtener aparentemente la simpatía de la sociedad civil mundial y chilena (y de su elite dominante tradicionalmente conservadora) que denunciaron la pérdida de la salida al mar como una usurpación, despojo, pillería, etc. por parte de un conquistador que debía auto recriminarse culposamente y entregarnos una salida soberana por un mar de remordimientos que debía estar pesando en sus mentes resultaron ser la inagotable fuente de burlas, bromas, lástimas, conmiseraciones e indiferencias por parte de sus destinatarios y nunca una señal de una política de estado seria.
Para los estupefactos e incrédulos espectadores bolivianos (cuyo símbolo sería el desencajado rostro de algún canciller boliviano mostrado ante la cuando se enteraba de la rotunda negativa del gobierno militar chileno a su bienintencionada propuesta) estos argumentos conformaron un espacio fértil para el crecimiento y reproducción de complejos en donde la constante brisa de indignación (sin dignidad) de un pueblo con muchas miserias, solo espera(ba) una chispa para arder con devastadora furia y expiar en olas de destrucción este resentimiento siempre latente del oprimido impotente contra el opresor multiforme, todopoderoso e indiferente.
El problema marítimo se enfocó mal a través de esta política del lloriqueo (como sagazmente la bautizara nuestro actual presidente) y tales argumentos solo sirvieron para lograr gobernabilidad demagógicamente, envenenar la conciencia histórica de los bolivianos predisponiéndonos negativamente hacia la toma de conciencia sobre hechos concernientes a nuestra propia historia (hoy se saben demasiadas consignas pero se desconocen casi todos los hechos históricos, la represión colectiva de un trauma socialmente generado con consecuencias desmodernizadoras), ser la delicia de algunas mentalidades chilenas a la altura de un ama de casa que enfrascándose en este discurso inútil se deleitaban en discutir con soberbia la legitimidad histórico-moral boliviana de tal demanda y finalmente, para obtener un fracaso total en lo que se supone fue el objetivo primordial de esta lacrimosa política estatal.
Una reivindicación para el desarrollo
El enfoque que guío la praxis del estado Boliviano para lograr un acceso soberano al Océano Pacífico debe replantearse como una reivindicación a un recurso estratégico necesario (si bien no suficiente) para la obtención desarrollo legítimo del país y no una demanda fundamentada con argumentos histórico - morales hacia el estado de Chile como se ha estado haciendo hasta ahora. Bolivia debe reivindicar el acceso a un recurso y no demandar un mendrugo de nada a nadie.
La historia está conformada por hechos y es así como debe observarse y aprehenderse. La moralidad o inmoralidad de la Guerra del Pacífico es una materia que debe dejarse en el peor de los casos a algunos trasnochados historiadores con vocación de curas e idealmente a una sociedad civil libre de coacciones estatales. El reproche por parte del gobierno boliviano al chileno por la moralidad o inmoralidad de su negativa a cedernos gratuitamente un territorio perdido en una guerra es un abordaje estéril al problema.
No se trata de saber si los gobernantes chilenos se guían por principios morales correctos. En geopolítica eso es un absurdo. Usualmente los poderosos han investido con argumentos morales el filo de su espada para ocultar sus fechorías, pero hacer creer que la fuerza de la espada radica en el decorado de su funda es una artimaña inútil y que resultó particularmente contraproducente para la conciencia colectiva de nuestra sociedad.
¿No habrá sido que tal espada fue empuñada reiteradamente por la tambaleante elite boliviana en contra de la sociedad boliviana? ¿No será que la demagogia se sirvió de tales argumentos para unificar con una causa común a un país con profundas desigualdades sociales?. Sin duda que la indignación sobre el tema marítimo socialmente reproducida con persistencia por el aparato del Estado fue azuzada discrecionalmente por muchos gobernantes en momentos de crisis políticas internas para después ser llevadas al estado de latencia para poder entablar sus propios negocios lucrativos con la burguesía chilena.
¿Es justa la demanda marítima boliviana?
Si me preguntaran y fuera un político boliviano diría sin vacilación que sí. Sin embargo, esa no es un tema que deba debatirse en los textos de historia (se pueden denunciar injusticias pero no decir si algo es justo o no, esa no es tarea de la historia), ni en el debate de un foro internacional (donde las simpatías logradas quedan solo en eso, simpatías), ni mucho menos ser el argumento pivotal de una política de estado para exigir un acceso soberano al mar (ya que se hace insuficiente).
La justicia de una reivindicación es un principio ético que guía la acción pero que debe permanecer en el fondo, como fundamento último no sujeto a debate y siempre latente que se debe sublimar a través de una actividad constante, coherente al corto, mediano y largo plazo en instituciones que trasciendan lo más posible los vaivenes de los gobiernos y gobernantes.
Este es un prerrequisito fundamental que nos permitiría habilitarnos para establecer un conjunto de presiones económicas (no militares) eficaces que mejoren el acceso a este recurso. Hoy en día Chile es el más interesado en perpetuar la meditarranidad boliviana por la irremplazable dependencia económica que, dada su peculiar geografía, tiene el norte de ese país con la actividad económica boliviana. Y es que Bolivia a hecho de Chile su corredor predilecto para sus exportaciones e importaciones gracias a la acción poco estratégica (sospechosamente poco estratégica) de su burguesía y clase política dominante.
Si está situación no fuera asimétricamente ventajosa para Chile el peso que tendría en la negociación una oferta boliviana de mar a cambio de gas sería infinitamente superior. Una política estatal seria que reivindica el acceso privilegiado (con o sin soberanía) a un recurso necesario para el desarrollo del país requiere la desideologización moral del tratamiento del tema a nivel de la acción estatal, pero paralelamente y un mayor control de la sociedad civil, verdadera fuente de las evaluaciones morales (y que por cierto fueron quienes colocaron el tema en la agenda política).
Este segundo prerrequisito, el control y exigencia de la sociedad civil por una verdadera política de estado, es sumamente importante y está muy ligado al primero dado el alto grado de corrupción y ausencia de conciencia nacional en las elites gobernantes reflejada en su largo historial de relaciones económicas, sociales y hasta personales con los sectores dominantes de la sociedad chilena, y su ya tradicional hábito despertar ímpetus nacionalistas con argumentos ingenuos, (que solo denigran aún más la ya vapuleada conciencia nacional de los bolivianos) en momentos en los que la nación corre peligro, no por un enemigo externo, sino por las desigualdades económicas profundas que restan sustento material y plausibilidad a la idea de que Bolivia es unidad en la diversidad.
Mientras el tema marítimo no cristalice en una política de Estado coherente y no deje de ser instrumentalizado por los gobernantes de turno Bolivia seguirá teniendo un desventajoso acceso al Pacífico y su dignidad nacional seguirá hundiéndose en el pantano de la desesperanza gracias a los malabarismos mentales de los cuales hemos sido víctimas. Los dos últimos malabaristas: Sánchez de Losada y Mesa reprodujeron en un breve lapso de tiempo, con mayor parafernalia y con un mismo resultado, lo que ha sido la historia de la larga política de reivindicación marítima boliviana.
*El autor es politicólogo boliviano
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