Escribe Juan Cameron.
El tercer poemario del iquiqueño Sergio Madrid, premiado por el Gobierno Regional de Valparaíso en su reciente Certamen de Publicaciones Literarias, da cuenta de su formación como poeta, de su fuerza escritural y de un oficio desarrollado que lo ubica en el discurso nacional.
Sergio Madrid contribuye, junto a Virgilio Rodríguez, a la formación de nuevos poetas en el Instituto de Arte de la Universidad Católica de Valparaíso. Reconocido como uno de los nuevos poetas porteños con proyección en el discurso nacional, su trabajo lo acerca más a la tradición que a la experimentación en la reciente poesía chilena. Y es evidente la búsqueda del ritmo y del descubrimiento de situaciones a través del juego de los significados y de un oculto sentir, cuya vibración llega sin embargo al oído del lector: nací y me crié cerca del mar/ en mi memoria hay un ruido semejante al océano.
Así lo manifiesta en fecha reciente, en la publicación colectiva Melancoholía, de Pentagrama Editores, adelanto a un trabajo mayor y sin duda el homenaje de un grupo de amigos formados en esas aulas porteñas, a la esperanza y a la mística al parecer perdidas luego de dos décadas de ejercicio literario.
En Elegía para antes de levantarse, su más reciente publicación y que bien podemos bautizar como «el libro de la desesperanza», rinde culto a una serie de valores expresados por los simbolistas franceses, evidentes en su formación. Elementos del individuo que arrojado al mundo se siente luego desterrado y furioso, ubicados en Baudelaire y Rimbaud, hallamos en este texto de rebelión donde el poeta -parafraseando a Heráclito- sostiene que cuando el cuerpo sueña, baila/ pero a la larga incluso los sueños/ se adormecen como el cuerpo.
Su Elegía es un canto a lo ido y una protesta frente a cuanto le tocó vivir. Todo afuera es tontera, barbarie, el vicio y la estulticia ya denunciada por el maestro francés: yo provengo de una época infeliz/ de una época toscamente modulada (...) en su lugar una tierra de oro falso/ un jardín con abono de cadáver.
Las señales de la ausencia determinan esa voluntad; y también el tiempo: recordemos al muchacho que fuimos/ veámoslo tras el humo del cigarrillo; ausencia referida al desamor de aquella que por detenerla un instante daría/ más que mi humana incertidumbre.
No estamos frente a la noche magnífica de Novalis o ante el ensueño de Nerval, poeta y ocultista. El protagonista se acerca más a Henry Miller en tanto sujeto que piensa (antes de levantarse) en la inutilidad de todo movimiento, de continuar con la actuación sobre un escenario del cual el fracaso se fugó arrastrando el fuego vital.
Es casi un estado natural; te relevo, indica a la amada, de toda responsabilidad/ por lo que a mi pereza se refiere/ en la inconsistencia de este catre. No es un lecho para yacer, ni de la alcoba del verso cortesano; sino un vulgar catre donde llega la memoria (...) para recordarme que(...) no hay amor (...) no hay esperanza/ no hay la vida que se espera; un catre, no una cama, lugar privado o compartido, porque sobre la cama todo se comprende/ incluso el abandono.
Si algo queda, es nada más el pasado. El poeta recuerda una fiesta, escucha palabras reunidas en el silencio y, si describe el atardecer en contraposición al tráfago de la ciudad, lo hace simplemente porque no tenía nada que decir. Los términos vacío, abulia, pereza, que utiliza para dibujar la derrota, yacen junto a él en ese catre.
Fino y cauto en la forma, no consigue callar frente a la inutilidad del mito. Puede tratarse de la poesía como ejercicio humano o de la figura engrandecida de un poeta. Pues, sobre el texto En la tumba de Juan Luis Martínez se desahoga sin consideración a «la opinión pública»: ¡qué decir entonces de un poema! Sé de alguno/ que no escribió y lo hizo sin embargo de maravilla/ con signos desencajados o anzuelos sin caña. La aparición del póstumo Poemas del otro, de Martínez, casi al mismo tiempo de su Elegía, podría desmentir esta afirmación. Sin embargo, Sergio Madrid instala la duda y da cauce a la posibilidad de la revisión histórica; esa misma despreciada por Jorge Teillier, para quien un país sin tradiciones como el nuestro -sostenía- necesita de mitos; y éstos no pueden ser destruidos.
Y a causa de esa misma pasión, Madrid no puede escapar de lo lírico. En Dafne alcanza alturas mayores en tal sentido: Antes que el laurel existiese, antes que tú misma te volvieras laurel, la mano de un hombre estrechaba el universo a través de un cuerpo de mujer. ¿Señala acaso El universo menos el sol, su anterior publicación? Es posible; pero la poesía suele ser premonitoria.
Mas, a pesar de estos avatares, el poeta no ha sido derrotado. Su seguridad persiste: me declaro príncipe del desierto sólo para lucir en mi cabeza la belleza de tus hojas. Y es así como, con En el día del yo se anuncia el verano -el texto del desamor, su Tango del viudo o «el poema agregado»- Madrid da razón a su Elegía; justifica ante el lector la protesta y el desaliento. La maldición será su venganza, su pócima medicinal: que te violen los asesinos, que te despedacen los lobos/ y te acuerdes por fin de mí, como quien se acuerda/ del albañil que le construyó una casa. Obsérvese la elección de sus términos: se trata de una casa; no de «la casa».
En consecuencia, encontramos un canto de esperanza en estos versos. El poeta consigue levantarse, pues de seguro vale la pena y se trata de un buen día en que Nadie ha llamado por teléfono avisando una defunción y es posible que hoy mismo/ en este mismo instante un grupo de adolescentes/ esté ideando una revolución nueva. Un día para lanzárselo a la amada como un pisapapeles por la cabeza.
Sergio Madrid Sielfeld nació en Iquique, en 1967. Con anterioridad a Elegía para antes de levantarse ha publicado Voz de locura (1988) y El Universo menos el sol (2000).
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