escribe Angela García
Aprendió a leer tarde, en esa su infancia larga, que él llamara fundamento de sus visiones en Lebu, capital de Arauco al sur de Chile.
Aprendió a leer tarde, dice, pero las palabras le llegaron de una vez con su peso singular: la palabra protágonica era relámpago, emparentada con la palabra placer, sinónimo de la palabra instante. Pero si relámpago le deslumbró, era porque le antecedía la palabra oscuridad, lo Absoluto, desprendida de la palabra silencio y de la palabra Dios. Una severa trascendentalidad en su conciencia del tiempo discurre en su obra, tiempo particularmente relacionado con lo humano, lo efímero y el ansia. Hambre que contrasta con el poderío del instante. Revelación temprana que empapa su vida y obra Estemos preparados, pero ardamos, respiremos sin miedo.
En sus libros más intensos que numerosos, fluye la evocación de Chile. La definición de este país hecho de longitud norte-sur, hecho de mar y de cordillera, de volcanes, donde como en el resto de América, los pobres, los obreros, los verdaderos constructores del país, sus auto-descubridores permanecen exilados en los negros huecos de las minas, o de la intemperie&La evocación de Chile sumada a la de nuestra América, la Casa, Nuestra Casa, con sentimiento de amarga realidad, pero con terca ilusión: venceremos, el mundo se hace con sangre. Ahí las palabras germinales emanan de la tierra, la riqueza, el carbón, la mina, la piedra, el agua.
Cuando en 1965 hizo una síntesis de su vida, habló de su iniciación, y la condensación paulatina de su trabajo literario en el afán de aunar poesía y vida en un solo rayo. Había conformado Mandrágora primer injerto del surrealismo en America y sólo en 1948 publicó su primera colección de poemas, La miseria del hombre, seguida por un largo silencio editorial. Se prolongaba el imperativo de vivir como poeta, o sea la poesía activa. Cambiar, cambiar el mundo. No le dejemos toda la iniciativa a los terremotos. En Chile por lo menos. Años en que concibió los encuentros de poetas y escritores en Concepción y Chillán. Sesenta escritores del 38 y el 50 ante el espejo lúcido de su oficio, y ante el otro espejo doloroso, el de su pueblo. Luego siguieron los libros: Contra la muerte (1964) Premio de Poesía Casa de las Américas, Oscuro (1977) publicado en Venezuela durante parte de su exilio. Y poco a poco fueron apareciendo Transtierro (1979), Del relámpago (1981), 50 poemas (1982), El alumbrado (1986), Materia de testamento (1988), Desocupado lector (1990), Río turbio (1996), y dos recopilaciones: Antología de aire (1991) y Poesía selecta (1997).
Trabajó como Consejero Cultural en China, nombrado por Allende, compartiendo con el Embajador Armando Uribe Arce. En 1972 pidió ser traslado a Cuba, donde llegó como Encargado de Negocios, rango equivalente a Embajador. Allí vivió sus primeros años de exilio, luego fue a Alemania Oriental con el nombramiento de Herr Professor y la asignación de una cátedra en la Universidad de Rostock. Más adelante volvió a América Latina, esta vez a Venezuela donde ejerció de verdad como profesor.
Bien sea porque en su poesía siempre hay un interlocutor, o interlocutora, o por su convicción de que todo autor se suma al gran coro de los otros, su interés por el diálogo precede su creación. Lo recuerdo en Medellín rodeado de jóvenes, sin azogarse ni asfixiarse, con la sonrisa de muchacho pícaro que sabe burlarse del existencialismo que un día le influyó de cerca de su admirado Sartre. Hablaba con estos jóvenes enfatizando el derecho a la voluptuosidad de la juventud, riéndose para sí mismo, conciente y gozoso de seguir siendo un muchacho que abraza la redondez del instinto, el animal que convalida el hambre como una legítima pasión, Somos hambre no se nos puede olvidar y en esa danza el erotismo, el humor, la fascinación por la mujer, y una religión propia, en el sentido de que todo está urdido, de que hay que descubrir el largo parentesco de las cosas. La palabra religión viene de religare, que significa volver a atar; volver a amarrar lo que aparentemente está disperso
El próximo 23 de abril este muchacho Rojas, será el segundo chileno después de Jorge Edwards- a quien se le otorgue el Premio Cervantes, entre 14 latinoamericanos que lo han recibido desde la fundación del Premio en 1974. Entre ellos los poetas Jorge Luis Borges (1979), Octavio Paz (1981), Dulce María Loynaz (1992) y Alvaro Mutis (2001). Antes ha recibido también el Premio de la Sociedad de Escritores de Chile, el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (1992) y el Premio José Hernández (1997), además del Premio Octavio Paz de Poesía y Ensayo (1998).
CARBÓN
Veo un río veloz brillar como un cuchillo, partir
mi Lebu en dos mitades de fragancia, lo escucho,
lo huelo, lo acaricio, lo recorro en un beso de niño como entonces,
cuando el viento y la lluvia me mecían, lo siento
como una arteria más entre mis sienes y mi almohada.
Es él. Está lloviendo.
Es él. Mi padre viene mojado. Es un olor
a caballo mojado. Es Juan Antonio
Rojas sobre un caballo atravesando un río.
No hay novedad. La noche torrencial se derrumba
como mina inundada, y un rayo la estremece.
Madre, ya va a llegar: abramos el portón,
dame esa luz, yo quiero recibirlo
antes que mis hermanos. Déjame que le lleve un buen vaso de vino
para que se reponga, y me estreche en un beso,
y me clave las púas de su barba.
Ahí viene el hombre, ahí viene
embarrado, enrabiado contra la desventura, furioso
contra la explotación, muerto de hambre, allí viene
debajo de su poncho de Castilla.
Ah, minero inmortal, ésta es tu casa
de roble, que tú mismo construiste. Adelante:
te he venido a esperar, yo soy el séptimo
de tus hijos. No importa
que hayan pasado tantas estrellas por el cielo de estos años,
que hayamos enterrado a tu mujer en un terrible agosto,
porque tú y ella estáis multiplicados. No
importa que la noche nos haya sido negra
por igual a los dos.
Pasa, no estés ahí
mirándome, sin verme, debajo de la lluvia.
CONTRA LA MUERTE
Me arranco las visiones y me arranco los ojos cada día que pasa.
No quiero ver ¡no puedo! ver morir a los hombres cada día.
Prefiero ser de piedra, estar oscuro,
a soportar el asco de ablandarme por dentro y sonreír
a diestra y siniestra con tal de prosperar en mi negocio.
No tengo otro negocio que estar aquí diciendo la verdad
en mitad de la calle y hacia todos los vientos:
la verdad de estar vivo, únicamente vivo,
con los pies en la tierra y el esqueleto libre en este mundo.
¿Qué sacamos con eso de saltar hasta el sol con nuestras máquinas
a la velocidad del pensamiento, demonios: qué sacamos
con volar más allá del infinito
si seguimos muriendo sin esperanza alguna de vivir
fuera del tiempo oscuro?
Dios no me sirve. Nadie me sirve para nada.
Pero respiro, y como, y hasta duermo
pensando que me faltan unos diez o veinte años para irme
de bruces, como todos, a dormir en dos metros de cemento allá abajo.
No lloro, no me lloro. Todo ha de ser así como ha de ser,
pero no puedo ver cajones y cajones
pasar, pasar, pasar, pasar cada minuto
llenos de algo, rellenos de algo, no puedo ver
todavía caliente la sangre en los cajones.
Toco esta rosa, beso sus pétalos, adoro
la vida, no me canso de amar a las mujeres: me alimento
de abrir el mundo en ellas. Pero todo es inútil,
porque yo mismo soy una cabeza inútil
lista para cortar, pero no entender qué es eso
de esperar otro mundo de este mundo.
Me hablan del Dios o me hablan de la Historia. Me río
de ir a buscar tan lejos la explicación del hambre
que me devora, el hambre de vivir como el sol
en la gracia del aire, eternamente.
EL FORNICIO
Te besara en la punta de las pestañas y en los pezones, te turbulentamente besara,
mi vergonzosa, en esos muslos
de individua blanca, tocara esos pies
para otro vuelo más aire que ese aire
felino de tu fragancia, te dijera española
mía, francesa mía, inglesa, ragazza,
nórdica boreal, espuma
de la diáspora del Génesis, ¿qué más
te dijera por dentro?
¿griega,
mi egipcia, romana
por el mármol?
¿fenicia,
cartaginesa, o loca, locamente andaluza
en el arco de morir
con todos los pétalos abiertos,
tensa
la cítara de Dios, en la danza
del fornicio?
Te oyera aullar,
te fuera mordiendo hasta las últimas
amapolas, mi posesa, te todavía
enloqueciera allí, en el frescor
ciego, te nadara
en la inmensidad
insaciable de la lascivia,
riera
frenético el frenesí con tus dientes, me
arrebatara el opio de tu piel hasta lo ebúrneo
de otra pureza, oyera cantar a las esferas
estallantes como Pitágoras, te
lamiera,
te olfateara como el león
a su leona,
parara el sol,
fálicamente mía,
¡te amara!
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