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«Una historia fiera y de amor en tiempos malditos» |
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escribe Juan Cameron La reedición de la primera novela del limachino Víctor Shehadeh Eltit rescata una visión candorosa del bien y el mal, en cierto sector juvenil de hace tres décadas. Las anécdotas de un grupo de hippies en la norteamérica de los años setentas, resulta un aporte necesario para revisar la historia en estos tiempos de desesperanza. Víctor Shehadeh Eltit, pintor y escultor, nació en Limache, el 7 de junio de 1944. Luego de estudiar pintura en la Escuela Municipal de Bellas Artes de Viña del Mar viajó, a los 26 años de edad, a California. Era la época de los hippies, de Nixon y de la guerra en Vietnam. La esperanza por lograr cierta independencia política estaba en su punto más alto y las dictaduras militares comenzaban a combatirla. La mirada de entonces, vista con una distancia de tres décadas, resulta inocente e ingenua; una visión de mundo cargada de bondad, de buenas intenciones. Por un lado estaban quienes enfrentaron el esquema político de manera directa y, por otro, quienes se postulaban al margen del «sistema». Marx y Chomsky, McLuhan y Freud, Eco y Cortázar semejaban caminos distintos que ahora, al decir junto al poeta venezolano Eugenio Montejo «adiós al siglo XX», aparecen como el único señalado para aquel destino. En 1970 el autor de Destino: Tijuana ubica su historia. Es el año cuando los japoneses lanzan al mercado el microship. Toda la información se concentra. La entropía absorbe en el más brutal hoyo negro al esfuerzo liberador; el oscuro sueño de Aldous Huxley, en Un mundo feliz, se hace realidad. Para quienes pretenden cambiar el orden político, el destino prepara la amenaza; y quienes, como los hippies de la novela, buscan la realización a través del más pleno desarrollo de la libertad individual, se les condena a la pérdida de la inocencia. Tal es la lección histórica. Víctor Shehadeh aclara no ser un escritor profesional, si no un artista plástico. Es cierto que esta novela, aparecida por primera vez en 1972, tiene un fuerte sesgo autobiográfico; es más, por su condición de veracidad resulta un diario que rescata momentos e incidentes con precisión cronológica, lo cual le otorga el rol de protagonista, más que de simple testigo. Por otro lado, Shehadeh, registra dos obras recientes: Dos amigos, cuentos (2001) y Un domingo de invierno, relatos (2002). Quienes leyeron con ojo crítico estas páginas hace ya treinta años, les resulta hoy inevitable una cierta nostalgia por aquellas buenas intenciones que pavimentaron este camino. Pues, en esa visión había un deseo por complacer su liberación de un mundo de hambre, guerras y odios, como señala el autor. Hace treinta años era posible cambiar el mundo por métodos entonces eficaces y válidos. Algunos por la opción del signo político, para cambiar la sociedad en bloque; otros, el mágico poder de la iluminación que transformaría a cada uno de los individuos en forma particular. Tal vez el concepto del bien y el mal, para los hijos de la postguerra, era demasiado feble. Tres décadas después la verdadera naturaleza de estos valores mostró una realidad diversa. Y si bien hubo muchos desencantados, alguno, como el autor, persisten en mantener el ideario a pesar de las derrotas y de este transcurso generoso en experiencias. Este libro -nos dice- lo dedico a los que un día fueron amantes de la paz, y espero que aún sigan siéndolo. A los mejores amigos que he conocido durante mi vida: los hippies. La narración se ubica en dos escenarios. El primero es California, lugar donde confluyen muchachos de diversas nacionalidades a vivir una suerte de extraño Carpe Diem. Aun cuando se declaran ajenos al orden establecido, participan de un núcleo activo con economía propia y la idea de empresa colectiva. Se declaran militantes de la paz, el amor y la felicidad. Sus normas, aunque diversas, existen. Una anécdota ilustra esta circunstancia: Crespo, el narrador, piensa exponer sus pinturas en una sala de Arte. La encuentra con cierta facilidad a través de sus amigos y luego, para instalarlas, simplemente clavetea las telas en los muros. Al parecer los soportes ya no son necesarios; ni una mayor preparación; pues la inauguración se fija para el día siguiente de acordar la muestra. Y una de las obras, cuenta allí, ha sido pintada durante la tarde anterior. El otro escenario es Tijuana. Un grupo de amigos, cuyo eje de unión es Crespo, se dirige en varias motos a la ciudad fronteriza de México a proveerse de marihuana para el invierno. No es una empresa pensada al azar. Hay organización, financiamiento y un plan de trabajo; el cual se desarrolla. Las anécdotas, puntos de la aventura, facilitan o dificultan la tarea, que sin embargo se ejecuta a pesar de ellas. Existe por un lado el grupo de los buenos, los hippies, y por el otro el de los malos, los motoristas, quienes practican la violencia por la violencia. Ambos poseen criterios absolutos; y sus encuentros y desencuentros siempre producen consecuencias nefastas para la salud y la integridad física de los primeros. La expresión de mayor rebeldía en Shehadeh, muy propia a la moral en boga, es el narrar sin eufemismos. No son para nada hechos terribles, como nos parecían por los 70s. A tres décadas resulta del todo exagerado el subtítulo: una historia fiera y de amor en tiempos malditos. Su aporte consiste en mostrar una época en toda su intensidad y así rescatar el sentido de pureza, de un humanismo voluntarista hasta la exageración, y de la búsqueda del bien común. El hecho difundir esta visión de época es ya un desafío frente a la tontera que, de momento, logró vencer en este combate cotidiano. |
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