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05-Diciembre-2003

 

Guantánamo, Cincinatti
El tiempo del desprecio

 

escribe Cándido

El multifacético intelectual, político y excelente novelista francés André Malraux, llamó el tiempo del desprecio a la etapa del nazifascismo en Europa. Hoy ese concepto no alcanzaría para caracterizar la verdadera espantable dimensión de dos imágenes de nuestro tiempo: el apaleamiento salvaje y demencial hasta provocarle la muerte, de un hombre negro en Cincinatti, Ohio, Estados Unidos, ocurrido esta semana y la imagen de los prisioneros de ese mismo país en la base de Guantánamo, que usurpa a Cuba. Son dos variantes complementarias de la brutalidad esencial de un sistema que afrenta a la humanidad.

El apaleamiento o baleamiento de delincuentes o presuntos delincuentes, casi siempre negros no es ninguna novedad en la gran democracia del Norte. Periódicamente ocurren y han dado origen a verdaderas rebeliones violentas de la comunidad negra en aquel país, que cineastas, más decentes que nuestros informadores mediáticos, han trasladado con rigor y maestría al cine. Este nuevo asesinato, que mostraron algunas televisiones europeas -la estatal sueca con mucha reticencia ya que no lo mostró en las horas de mayor de teleaudiencia- produce náuseas. Racismo y violencia irracional están inmersos en la sociedad norteamericana y son parte entre otros, del enemigo interior que envenena el tejido social de la superpotencia y acabará destruyéndola.

Con toda la barbarie que encierra la muerte a palos de un hombre, violento pero desarmado y ya reducido, lo de Guantánamo es peor. Porque es la expresión del terror blanco, científico de odio frío que caracteriza al que ejercen los dueños del poder.

Aproximadamente 650 personas, la mayoría jóvenes, algunos niños, ciudadanos procedentes de 42 países, Suecia entre ellos, están confinados en el campo de concentración Guantánamo desde hace dos años. Sin acusación ni juicio. Solamente pre-sunciones de vinculación con grupos o ideologías peligrosas para la seguridad de los Estados Unidos. En jaulas, rodeados de alambrados de púas, engri-llados de pies y manos, a veces encapuchados, sin visitas de familiares, vigilados desde torretas ins-taladas en el campo, son la viva imagen de los cam-pos de concentración Se han contabilizado 30 intentos de suicidios. Un imagen de horror, frente a la que los gobernantes de la Unión Europea y los medios que invocan cada día los derechos humanos y la demo-cracia, se retratan de alma entera con su silencio. Los mismos que se han apresurado a condenar a Cuba porque aplicó penas de prisión muy duras a ciudadanos de su país que conspiraban en connivencia con una potencia extranjera para derrocar el gobierno, guardan silencio. ¿No hay ningún político en Europa capaz de convocar al pueblo a una protesta frente a alguna embajada de Estados Unidos? Qué diferencia con el dictador Fidel Castro que encabezó demostraciones de millones de cubanos en La Habana cuando los terroristas de la Fundación Hispano-Americana pretendieron secuestrar al niño cubano Elián. El terror de al Qaeda, queda pálido ante esta inaudita expresión de sadismo. Y junto a la barbarie imperial, se alinea la infinita cobarde hipocresía de tantos defensores de los derechos humanos.



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