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07-Noviembre-2003

 

La reaparición de María Luisa Bascuñán
Tiempo de olvido

 

escribe Juan Cameron

Después de un prolongado silencio, interrumpido apenas por la aparición de dos breves libros de poemas, esta escritora local, que fuera alguna vez experta en Educación y escondida figura de la diplomacia chilena, reaparecerá en el transcurso de 2004 con una extensa novela que, en parte, se sostiene en las imágenes recogidas en tierras lejanas.

María Luisa Bascuñán, si bien poco conocida en el ambiente literario, es una de las voces más destacadas en la narrativa de la Quinta Región del país. Ha incursionado con vigor y delicadeza en este campo, tanto como en el de la diplomacia y de la docencia. Ausente durante largos años, sus viajes por el mundo, España y Venezuela en lo principal, le han brindado una amplia y generosa capacidad narrativa, al igual que ese silencio público que hoy día se hace evidente después de su retiro en la localidad de Peñablanca.

Por otro lado la autora, nacida en Lebu, en 1929, sólo ha publicado un par de poemarios, Soledad, en 1990 y Cantos de ausencia, amor y muerte, en 1996, y una breve referencia a su trabajo aparece en Historia de la poesía en Valparaíso, de Alfonso Larrahona Kästen, aparecido en 1999. Ocurre que la mayor parte de su producción se refiere a temas de educación o se trata de narraciones dispersas, ya hace décadas, en revistas literarias del extranjero.

En su más reciente novela, Tiempo de olvido, cuya aparición se anuncia para el próximo año en una editorial capitalina, se mezcla la aventura y la tradición en un difícil tema cruzado por la religión y sus particulares cuestiones. No es fácil acceder a su lectura inmediata y exige una buena dosis de tolerancia y comprensión de la situación histórica, la Venezuela del cambio de siglo anterior, sobre la cual basa su narración.

Se trata de la saga de Sara, su protagonista, en la tropical Villa de Las Lomas, en un país de trópico continental que ella no define. La escritora nos la narra con fluidez y ameno oficio, recorrida por un estilo muy personal: un intenso monólogo, un transcribir de la memoria hacia el final del camino. A través de éste se va construyendo la anécdota sobre aquel escenario feraz donde las culturas se cruzan para conformar la metáfora de lo nuestro. El establecimiento de un pueblo, el nacimiento de una ciudad y la modernidad que ha de caracterizarla luego, se alzan sobre los huesos de numerosos individuos quienes, con esfuerzo y pasión, dejaron en esta tierra su estirpe, sus días y su experiencia.

No estamos frente a una novela histórica, con todo. Más bien, es el soliloquio de una Sara ya anciana que, a veces como monólogo interior y otras en contacto directo con los hechos ya esfumados en el tiempo, el cual nos introduce junto a quienes le acompañaron para luego dejarla. Su conciencia le habla -nos habla- y relata a Zacarías, el escritor judío, aquellos avatares.

Los personajes interactúan con el visitante, a través de la anciana en un juego de espejos o de reflejos donde el brillo resulta ser la luz rechazada por la opaca superficie del devenir. El compromiso de la escritora con la conciencia de Sara, o más bien su empatía hacia esta suerte de heroína, nos resulta entonces inevitable.

Por un lado el monólogo mueve a estos individuos, les otorga vida y los presenta en un espacio de actualidad y vigencia plena. Ellos están presentes y cobran existencia a través de tal recurso, en capítulos unidos por eficaces nexos estructurales.

Pero como toda fuente de información, de la cual se nutre quien escribe para dar vida a su relato, se trata de recuerdos trémulos, transparentes y frágiles que, al caer desde el pasado -nos indica María Luisa Bascuñán- se quiebran como un objeto de cristal. La protagonista, entonces, los reconstruye a veces en imágenes erróneas y a ratos inconexas. Los años y los hechos han sido demasiados; sus más íntimos recuerdos yacen en la profundidad del tiempo -de allí el título de este trabajo- para emerger de pronto en forma leve, desordenada y tenazmente.

Y así una lluvia de ideas, la novela va emergiendo en cada uno de estos seres que ahora reposan en el olvido. María Luisa consigue rescatar ese trayecto por medio de un acertado recurso: el largo peregrinar hacia el camposanto en busca de las sombras ya perdidas. Esta imagen, a primera vista simple y directa, lleva incorporada el mito de la revisión del camino. He allí el motivo principal. Se trata del retorno hacia el origen que, si bien no gozaremos en plenitud, nos dará al menos razón o consuelo frente a nuestros hechos cuando el tiempo del silencio inquiera por la tarea.

Este postulado conlleva un profundo sentido ético: el fin como objetivo de lo más germinal de la semilla, resulta se el único desenlace posible. Sólo el rigor en su observancia conducirá a la protagonista al conocimiento, para de tal manera renacer, aunque sea a los ojos del lector.

Más que una novela psicológica, como bien podría a primera vista definirse, la obra de María Luisa Bascuñán nos invita a reflexionar, a ingresar en la propia conciencia para, de tal manera, crecer desde esa raíz donde subyace la felicidad humana.



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