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31-Octubre-2003

 

Palabras encendidas
para un proyecto entrañable

 

escribe Víctor Montoya

Los dos primeros números de La Revista, llegados desde la otra orilla del ancho mar, me trajeron una caravana de sorpresas hasta la Venecia del Norte. En sus páginas se pueden leer textos que, tanto en verso como en prosa, retratan la imagen compleja de un continente que lleva a cuestas sus tragedias y esperanzas. Algunos de los autores, asumiendo con dignidad su oficio escritural, intentan perpetuar la memoria colectiva y evitar que la historia se escurra como el agua por entre los dedos del sediento.

La Revista, hecha a pulmón y con mucho amor, es una prueba de que el arte de la palabra escrita no conoce fronteras ni nacionalidades. En sus páginas se registran los nombres de autores argentinos y latinoamericanos; un mérito por demás loable, sobre todo, cuando se piensa que no hay mejor método que la literatura para romper con los regionalismos y el chauvinismo vocinglero que tanto exaltan los señores del poder; otro de los méritos, quizás el más ponderable, es el hecho de refutar con certeza la creencia de que el único poeta argentino era Borges, que el único novelista paraguayo es Roa Bastos y que la literatura peruana comienza y termina en Vargas Llosa; más todavía, La Revista se suma al desafío de desmentir que las letras argentinas sean mejores que las colombianas o que, simple y llanamente, no exista una literatura boliviana ni ecuatoriana.

El director de La Revista, Jorge Rodríguez Correa, refiriéndose a la crisis de la industria gráfica en Argentina, apunta que la economía neoliberal del gobierno mató a la gallina de los huevos de oro, puesto que la industria editorial desembocó en el desempleo y la baja producción de libros, revista, folletos y otros materiales impresos. Sin embargo, la editora responsable, Adriana Ruiz, quien parece no dejarse matar por el pesimismo ni la crisis económica que sacudió la tierra de José Hernández, nos ofrece un hálito de esperanza en tiempos difíciles y nos dice: De poetas y de locos, todos tenemos un poco y nosotros no escapamos al refrán. Por el contrario, a pesar de los vientos adversos y los malos pronósticos, nos embarcamos en el proyecto de publicar una revista literaria.

Sus páginas, diagramadas con cuidado y sentido estético, nos entregan textos de Julio Cortázar, poemas de Gioconda Belli, Matilde Alba Swann, Anna Guillot y de la editora responsable, entre otros. Esta revista de cuento y poesía, que está lejos de toda publicación comercial, es un buen ejemplo de lo que puede lograr el ingenio humano con muy pocos recursos materiales, pues lo importante no está en que la revista sea de lujo, sino en que presente un contenido cabal, con propuestas que valen la pena memorizarlas y difundirlas de mano en mano y de boca en boca.

Cuando La Revista cayó por el buzón de mi puerta, envuelto en un sobre lleno de estampillas y membretes de la república argentina, no dudé en que se trataba de un mensaje que despertaría mi interés y admiración por el encomiable trabajo de quienes se esfuerzan por lanzar este tipo de publicaciones que, aparte de derrumbar las fronteras estrictamente nacionales o continentales, encuentran ávidos lectores donde menos se lo esperan. Así, con la curiosidad de conocer nuevas voces literarias y otras realidades ajenas a lo acostumbrado, me aventuré en sus páginas descubriendo más sorpresas de las que me imaginaba.

Jamás estuve en Argentina y, por lo tanto, no conozco la ciudad donde se produce esta revista sencilla pero atractiva. Mas ahora, después de haberla leído con el corazón en los ojos, abrigo la sensación de haber ingresado en Ciudad de Martínez por la puerta mágica de la fantasía, de haber recorrido por sus plazas y sus calles en cada verso, en cada cuento y hasta en cada anuncio que apostó por esta publicación bimestral y gratuita, cuyo principal objetivo es resistir a los malos tiempos, aferrada al timón de la nave literaria para vencer a la tempestad de la indiferencia y la incultura, y arribar a un puerto que nos depare un mejor destino que la economía de mercado y la política del sálvese quien pueda.

No me cabe la menor duda de que este tipo de publicaciones, que constituyen el vivo testimonio de la potencia creativa de los pueblos, sean las llamadas a sobrevivir en el ámbito literario desde muy adentro y desde muy bajo, a diferencia de los subproductos lanzados por los grandes consorcios editoriales que, con el respaldo de un marketing manipulado y grosero, fabrican obras y autores como si fuesen salchichas; claro está, mucho más motivados por el interés de sumar dividendos que por difundir lo que en lenguaje popular se conoce con el nombre de cultura.

Por todo ello, y desde la otra orilla del Atlántico, les brindo mi sincera amistad y mi modesta colaboración para que este proyecto literario no desmaye en el camino ni desista en su afán de demostrar que lo pequeño también tiene su grandeza cuando está hecho con la pasión que el arte requiere del artista.



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