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A propósito de una próxima publicación de Rodrigo Lira y Juan Luis Martínez |
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escribe Juan Cameron Dos autores chilenos, ya fallecidos, serán publicados próximamente. Ambos, Lira y Martínez, dejaron una huella profunda y anecdótica en su breve paso por la poesía chilena. Rodrigo Lira tenía pinta de rugbista. Colorín, un tanto calvo y de gruesas patillas a lo prócer, solía usar unos quevedos que dejaba posar sobre la nariz. Lo conocí en 1979, en el encuentro de Arte joven organizado de forma magnífica (reconozcámoslo ahora) por Francisco Javier Court. En esa joven generación, donde aparece Mauricio Electorat, Armando Rubio, Verónica Poblete y otros ya idos del país, de la poesía o la existencia. Allí estaba Rodrigo Lira. Era un tipo bufonesco, de una gran inteligencia y humor; un humor cáustico, destructivo, cuando no auto destructivo. Poco tiempo antes de su muerte se comprendimos esa conducta. A través de cartas tiernamente infamantes que él distribuía como circulares, fuimos convirtiéndonos en sus víctimas. A mí me acusó de cobarde por omisión; por no demandar a Enrique Lafourcade, quien tenía una columna poético gastronómica en El Mercurio de Santiago y, cierto jueves, publicó allí mi texto Jureles. Además el domingo anterior (5 de julio de 1981) en un artículo del suplemento Artes y Letras del mismo medio, Los jóvenes Orfeos, Lafourcade me había tratado bastante bien . La proposición de Lira era entonces absurda, literaria. Pero había una razón de fondo. Lira quedó molesto porque el articulista lo sindicaba como seguidor indiscutido de Juan Luis Martínez. Y en una carta no publicada, fechada entre el 9-11 de julio de 1981 D.C. (sic) y dirigida al director del periódico, le aclara: Juan Luis -que firma alternativamente como Juan de Dios, pero nunca «José Luis» me fue presentado el viernes 3 recién pasado por J. C. Zamorano (a) Juan Cameron -sin acento en la o-. Mal podría yo entonces, ciudadano de Ñuñoa, estar a la cola de la próspera escuela tipográfica porteña que él encabezaría. Por demás, me consta fehacientemente que el Sr. Martínez Holger vive en Villa Alemana y es más bien viñamarino: la escena órfica de Valparaíso exhibe discretamente otros agonistas. Otrosí: Juan Luis cuenta ya con 39 (treintainueve) años: Orfeo, tal vez, más no tan joven. A Lira le había hecho mucha gracia mi Perro de Circo, recién aparecido ese 1979. Una tarde, en un grupo, bebíamos cerveza cerca del Centro Cultural de Las Condes Él quedó sentado a mi izquierda. En un momento, al manifestar un gran interés por el libro, se lo regalé. Pero lo rechazó; me dijo que no, que yo estaba muy pobre -y así era en verdad- que mejor me lo compraba. Y luego le pidió dinero a su novia de entonces, quien reaccionó furiosa. -¡Hasta cuándo me cafichéas! -le dijo ésta por lo bajo. Él, que era un perfecto caballero, le cuchicheó a oído: -Por favor, no me hagas escándalos. Mira que estoy sentado junto al poeta Cameron. Nuestra amistad fue, con todo, sincera. Cuando viajaba a Santiago nos juntábamos en el Centro o en la Biblioteca Nacional o en la Sociedad de Escritores. Recuerdo que le tenía una especial fobia a Enrique Lihn; tal vez por molestar, no por otra cosa; pues Lira era un consumidor de la mejor poesía. A Lihn lo mencionaba en público como don Enrique Lihn Ca-Carrasco. En Las Condes, ese 79, ya había leído un poema atribuyéndoselo al gran poeta de los cincuenta. Este empezaba con un sonoro yooooo. Una tarde después de compartir unos tragos en Vicuña Mackenna, nos dirigimos a la Sociedad de escritores de Chile donde se celebraría un acto público. Al entrar, Lira vio a Lihn, quien estaba sentado en primera fila y, de inmediato me detuvo adelantándose.. -Espera - me dijo, y se acercó al poeta, golpeándolo con un índice en el hombro. Lihn volvió su cabeza con cara de asco. -Don Enrique Lihn Ca-Carrasco -comenzó tartamudeante y con voz engolada. - Le he enviado numerosas notas a su domicilio y Ud. no se ha dignado en contestarlas. El interpelado lo miró con molestia y le replicó: -¡Yo no contesto huevadas, iñor! Pero después, generosamente sabemos, Lihn fue uno de los contribuyentes en la antología póstuma de Rodrigo. Hace un par de días, mientras revisaba con Marcelo Novoa la poesía Enrique Moro, me encontré con una invitación a mimeógrafo, a una lectura en el Instituto Francés, en Valparaíso. Entre otros leería Moro, Alejandro Pérez y Lira. Fue Pérez quien contactó al poeta con esta ciudad, pues habían sido compañeros en el Pedagógico, en Santiago. Esa lectura estaba anunciada el jueves 16 de julio de 1981. Dos semanas antes, la fecha la da él, invité a Lira a casa y luego le propuse ir a conocer a Juan Luis Martínez. Ambos eran grandes, insolentes y peleadores. Secretamente yo tenía la sana intención de ver un pugilato gratuito e histórico. No fue así. Juan Luis, caballero también, lo recibió con admiración y cordialidad. Fue como un amor a primera vista; allí primó la inteligencia y la abundancia de información. Si sumamos a ello que ambos eran un poco tartamudos, debí permanecer en silencio y bastante defraudado; aunque más bien celoso de mis amigos. En esa famosa e inédita carta, Lira continúa con su sana costumbre. Lamento, dice, que Juan Cameron -cuya mentalidad escocesa lo inclina más bien a John Segura que a Juan Valiente- no vaya a tomar medida alguna, a pesar o a causa de sus estudios de Derecho, para cobrar por la inclusión de dos poemas breves -inscritos por él en el Registro de Propiedad Intelectual con el número 49.221, sin que él autorizara... etc.etc. Por estos días se anuncia la edición de un poemario inédito de Juan Luis Martínez; y también la reedición de la antología póstuma de Rodrigo Lira Canguilhem, Proyecto de obras completas, que apareciera en 1988. Vaya para mis amigos estos recuerdos. Y sirva para recordarle a Rodrigo que, dieciséis años después de su partida, El Mercurio me canceló seis mil dólares, aunque por un premio literario, con otros y mejores textos. Quedamos a mano. |
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