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24-Octubre-2003

 

El gusto por el folklore y la tradición popular

 

escribe Víctor Montoya

Las certeras palabras de Alberto Guerra Gutiérrez, autor de una veintena de poemarios y varios textos de investigación en el campo de la etnografía y el folklore, nos acercan en esta entrevista al mundo mágico y mítico de las culturas andinas, cuyos ritos de adoración a sus seres tutelares y tradiciones milenarias, han sobrevivido a la imposición cultural de Occidente, cuya cruzada religiosa tuvo por objeto exterminar, con la cruz y la espada en la mano, las creencias paganas y las costumbres ancestrales de las civilizaciones que encontraron tras la circunnavegación en el llamado Nuevo Mundo.

-Sabemos que gran parte de tu producción literaria, sin contar tu obra poética, está dedicada al folklore y la etnografía. ¿A qué obedece tu interés por estos temas?
-Mi interés por el folklore no se debe al hecho de que sea un orureño entrañable, sino, más bien, porque considero que el folklore forma parte de nuestras vidas. Y, como los orureños vivíamos casi en provincia, nos acabó gustando el folklore, a fuerza de ver todos los años el Carnaval. Además, como habían cosas que cada año cambiaban en el Carnaval, nos vimos obligados a incursionar en la investigación y la crítica. De ahí que en los años 60, gracias a la iniciativa del Dr. Murillo, fundamos el Instituto de Investigación Cultural, que nos permitió adentrarnos en los aspectos etnográficos, antropológicos y culturales concernientes a Oruro. Y, sin tener ninguna formación académica previa, nos pusimos a estudiar en la fabulosa biblioteca del Dr. Murillo, quien era un hombre inquieto y filántropo. Él nos prestó su casa, mandó a construir los muebles adecuados y se constituyó en el primer director del Instituto, mientras nosotros, durante tres años consecutivos, nos dedicamos a estudiar y a trabajar gratuitamente. Yo me dediqué a los asuntos relacionados con el folklore, Héctor Borda a la antropología, otro a la psicología, y así fue surgiendo un equipo de autodidactas que, con el transcurso del tiempo, siguieron investigando por cuenta propia.

-¿Quieres decir que de este modo estás cumpliendo con tu noble tarea de investigador?
-Sí, es un deber intelectual el hecho de rescatar los valores de nuestro patrimonio cultural, rescatarlos de la memoria colectiva y registrarlos en fichas, informes, y luego publicarlos en forma de libros para el conocimiento de todos. Ahora bien, la obra que estamos haciendo en estos momentos no es otra cosa que el despertar de la antropología en Bolivia, aunque ya existen algunos estudiosos, como Antonio Carvalho en el Beni, Varas Reyes en Tarija, Hernando Sanabria Fernández en Santa Cruz, Paredes Candia en La Paz, etc. Sin embargo, estoy convencido de que seguimos en una etapa heurística. Es decir, en una etapa de registrar hechos que, posteriormente, les permitan a los investigadores entrar en el análisis de estos fenómenos culturales y encontrar los verdaderos valores de nuestra identidad como nación. Creemos haber dado nuestro primer paso, que, además, está bien dado; ahora es deber de las futuras generaciones llegar al análisis como se lo hizo en Argentina o México. En cuanto a mis libros, por ejemplo, nunca he dicho que son la última palabra en materia de folklore o etnografía, aunque sé que son un valioso aporte. De ahí que en el Primer Congreso Iberoamericano de Folklore (1980), realizó en Santigo del Estero, presenté una ponencia que ha sido aprobada y recogida, entre otros, en el libro del famoso folklorólogo argentino Félix Colucho, puesto que en mi ponencia, además de considerar los seis factores que caracterizan el fenómeno folklórico (la tradicionalidad, el anonimato, la popularidad, la plasticidad, la ubicabilidad y la funcionalidad), añadí la peculiaridad, una séptima característica que va unida a la ubicabilidad, porque no es lo mismo hablar de la diablada en Puno, que hablar de la diablada en Oruro, puesto que cada una de ellas tiene sus propias peculiaridades. En este sentido, pienso haber contribuido al estudio de la antropología en Bolivia.

-En la actualidad, y después de haber publicado tu libro sobre la cultura de los Chipayas, ¿tienes otros proyectos en marcha?
-Sí, tengo algunos proyectos en los que estoy trabajando y otros que están truncos, debido a la falta de material, de detalles y verificaciones. Estoy preparando un libro sobre la medicina popular, pero no desde el punto de vista de la simple receta, como lo hizo Enrique Oblitas Poblete, quien escribió a un nivel heurístico sobre la cultura kallawaya, sino desde el punto de vista del análisis etnográfico; hecho que me está permitiendo constatar que, dentro del mundo de la medicina popular existen el qolliri, el kallawaya, el lampariri, el chamakani, el talliri, el yatiri, el layqa; en fin, son una serie de once especialidades que las tengo perfectamente diferenciadas. Y en un primer libro, donde nombraré algunas características generales, pienso hablar de una técnica mágica de curación aymara, que se conoce con el nombre de turkara, o sea, cómo estos curanderos logran transferir mi enfermedad a otra persona, animal o cosa. Este sistema de curación, que es viejísimo en Europa y se la conocía con el nombre de transplante, se la practica diariamente en el mundo aymara, donde se dan casos como el siguiente: si una persona me ha embrujado, aunque yo no la conozca, el chamakani o el turkiri hace que, todo ese mal que se me atribuye, vuelva hacia la misma persona que me está haciendo el daño, por medio de un proceso que se conoce con el nombre de kutini (volver). Como ves, estos son algunos de los aspectos que contemplo en el libro que estoy elaborando, aunque me falta completar con algunos datos generales. Pero, apenas esté listo, no dudo de que el libro será un trabajo revelador desde el punto de vista del análisis etnográfico.

-A propósito de estos temas, tengo la curiosidad por saber: ¿Cuándo y por qué te hiciste yatiri?
-Yo viajé mucho por el campo, y, aunque no hablaba aymara, hice muy buenas relaciones con los campesinos, quienes, por suerte, se comunicaban conmigo en castellano. En una ocasión, estando trabajando en el Instituto de Investigación Cultural para la Educación Popular, con un programa de alfabetización que difundíamos a través de Radio Bolivia, se me vino la idea de llevar este sistema de educación popular al campo, donde instalamos un equipo de radio, con la finalidad de que los campesino hicieran sus propios programas y en su propio idioma. Pero el yatiri (curandero aymara) me dijo: el Samaja Mallku (deidad principal) me ha hecho soñar y no está de acuerdo con tus proyectos. Entonces, yo le expliqué que la radio y el programa de educación popular no eran malos para la comunidad. A lo que el viejo yatiri me contestó: Si es así, primero tenemos que hacer una wilancha (sacrificio de sangre y ceremonia ritual). De modo que acordamos sacrificar un corderito, con la promesa de hacerlo con una llama más adelante. Pero, al día siguiente, el viejo yatiri no se presentó en el acto, porque se quedó dormido después de la challa (rito religioso en el que se riega aguardiente) de entendimiento de la noche anterior. Entonces, yo les pedí a los campesinos que la ceremonia la iniciara otro. Ellos me explicaron que eso no era imposible, debido a que el viejo yatiri era el único que sabía hacer los actos de la wilancha. En tales circunstancias, yo me quité la chamarra, empecé a mascar hojas de coca y me ofrecí a iniciar la ceremonia. Sacrifiqué al corderito y regué con su sangre a la Pachamama (Madre Tierra). Al cabo de esto, les dije: Ahora debo irme. Y ellos me contestaron: Estamos sólo en el comienzo; ahora falta el qaraku (comida) y la thinca (adornar con mixturas y serpentinas), en la que nos alegramos y bailamos al ritmo de sicus. Al caer la noche, apareció el yatiri de la comunidad y todos exclamaron: Ha llegado el marqallave (el que lleva las llaves). El viejo yatiri se abrió paso y preguntó: ¿Dónde está don Alberto? Yo me puse de pie y le contesté: Aquí estoy, abuelo. Entonces, él se me acercó y, dándome un fuerte abrazo, dijo: ¡Jallalla, don Alberto! Desde ahora somos yatiris; o sea, él me dio el título, a diferencia de lo que ocurre en las universidades occidentales, donde primero se tiene que estudiar para luego obtener el título. En este caso, primero te dan el título y después la enseñanza. Así que, todos los viernes y durante cinco meses, empecé a asistir a las enseñanzas del yatiri, con la intención de aprender la simbología de la coca, la meditación, el magnetismo psicológico y otros secretos, que enriquecieron mi trabajo de investigación.



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