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Kirchner y la bomba nuclear monetaria |
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escribe Heinz Dieterich El reciente acuerdo argentino con el Fondo Monetario Internacional (FMI) sobre el pago de la deuda externa, firmado después de una efímera moratoria, ha reavivado el debate sobre el gobierno del presidente Néstor Kirchner. Para la ultraizquierda el convenio demuestra nuevamente, que Kirchner es el clásico violinista de la política criolla: sostiene el instrumento con la izquierda y lo toca con la derecha. El capital financiero internacional opina lo contrario. El Dresdner Bank califica el acuerdo como blando, contrario a los intereses de los poseedores de los bonos y dañino para la credibilidad del FMI; para el Bank of America las negociaciones revelaron que el FMI puede ser manipulado fácilmente. El empresariado argentino, tanto en sus ramas financieras e industriales, como de la construcción y del comercio, elogió el pacto por honrar las obligaciones de Argentina, sin comprometer la incipiente recuperación económica. Actores tan disímiles como el secretario del Tesoro estadounidense, John Snow, el presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Enrique Iglesias y la Federación Internacional de los Derechos Humanos (FIDH), en Paris, se congratularon por el acuerdo y el presidente Kirchner lo calificó como un puente de plata para reconstruir paulatinamente Argentina. Haciendo un balance preliminar de los pros y contras obtenidos por el gobierno argentino preliminar, porque la carta de intención no ha sido publicada es obvio, que se trata de un compromiso que refleja una clásica situación de equilibrio de dos fuerzas contenciosas, en estado de relativa debilidad. El gobierno desembolsó casi tres mil millones de dólares de una deuda absolutamente ilegítima y, en gran parte, ilegal, a los tiburones del capital financiero y aceptó una meta de superávit fiscal del tres por ciento para el año 2004. Esto es una muestra de debilidad. Sin embargo, no aceptó las demandas referentes a la compensación de los bancos extranjeros y la rentabilidad de las empresas de servicios públicos transnacionales, después de la devaluación del 2001; tampoco aceptó la cronogramación de esos pagos prospectivos y consiguió una reprogramación a tres años de alrededor de 21 mil millones de dólares de la deuda multilateral. Esto es una muestra de fuerza. Las debilidades internas de Kirchner son dos. Tiene que lograr la reactivación de la economía nacional en muy corto tiempo, con tasas de crecimiento mínimo del cinco al seis por ciento anuales, para desactivar la bomba de tiempo social que los gobiernos vendepatrias de Carlos S. Menem y Fernando de la Rúa han dejado. No menos imperiosa es la tarea del presidente de generar urgentemente una base social y una organización política nacional propia que le permita mantener a raya a la corrupta clase política proveniente del Radicalismo argentino y del Peronismo, y de enfrentarse a los tentáculos del poder de la rancia oligarquía de la capital y de la Provincia de Buenos Aires. La recuperación de importantes bases políticas en las provincias en las últimas elecciones; el exitoso rescate del insípido gobernante de Buenos Aires, Ibarra, a fin de llenar con fuerzas propias y aliadas el vacío de poder que ha dejado la destrucción del peronismo en la capital, así como una serie de medidas audaces contra los protagonistas de la guerra sucia y jueces corruptos, han avanzado la causa de Kirchner. Sin embargo, está lejos de encontrarse a salvo, porque camina en un campo minado por sus enemigos internos y externos. La debilidad del FMI, en cambio, se deriva del descontento de las masas argentinas; de la precaria situación global del capitalismo neoliberal; del desprestigio de sus instituciones internacionales y de la debilidad de Washington. El gobierno Bush, que, como Hitler en 1943, se está tambaleando bajo los impactos de su fracasado Blitzkrieg en el frente Este (Irak, Afganistán, Palestina); que se encamina hacia un desastre económico-fiscal nacional y que está siendo carcomido por una crisis de legitimidad por sus descaradas mentiras sobre Irak, no hubiera podido frenar una crisis financiera mundial, desatada por la cesación de pagos (moratoria) de Argentina. El equilibrio entre ambas fuerzas forzó, por lo tanto, el compromiso obtenido que concede un período de relativa estabilidad a ambos actores. Esa dualidad de poderes, sin embargo, sólo puede ser transitoria. Por eso, el acuerdo tiene un doble significado: marca el comienzo de una tregua y, al mismo tiempo, inicia un periodo de acumulación de fuerzas de ambos actores, tendiente hacia la ruptura del status quo. La guerra con el capital financiero internacional y su instancia emblemática, el FMI, sigue por lo tanto, y puede desembocar pronto en una batalla estratégica: en el caso de Argentina, en la revisión de las tarifas de los servicios públicos privatizados, del sistema de pensiones y de las indemnizaciones de la banca extranjera; en el caso de Brasil, en las negociaciones de la deuda externa, planeadas para el fin de año. Esta batalla estratégica no podrá ser ganada por Kirchner como tampoco por Inacio Lula da Silva si se enfrentan solos al FMI. Es decir, antes de diciembre tendrán que tomar la decisión, si confrontarán a los usureros del capital financiero internacional en forma unida, y con el probable apoyo de otros gobiernos latinoamericanos, o de manera individual. Si deciden ir a la guerra con sus fuerzas unidas, no pueden ser derrotados. Eso por tres razones: 1. el volumen de ambas deudas es tan grande y las previsiones respectivas de las empresas transnacionales para clasificar sus activos respectivos como pérdidas, están tan atrasadas, que la entrada en default (cesación de pagos) de Buenos Aires y Brasilia quebraría la economía mundial; 2. como si esto no fuera suficiente, Argentina cuenta con el equivalente monetario de un arma táctico nuclear; 3. last but not least, Argentina y Brasil cuentan también con el equivalente monetario de un arma estratégico nuclear. El arma táctico del cual dispone el presidente Néstor Kirchner es el fallo del juez federal Jorge Ballesteros de julio del 2000, logrado por la heroica lucha del compañero Alejandro Olmos, de que la deuda externa contraída por la corrupta dictadura militar (1976-1983), es en parte ilegal e ilegítima, porque nació de una asociación ilícita. Ballesteros dictaminó también, que el Congreso es el foro para determinar las responsabilidades políticas correspondientes. La deuda externa equivalía en 1975 a alrededor de 8 mil millones de dólares. Cuando terminó la tiranía, alcanzaba un monto de alrededor de 45 mil millones de dólares. Entre el inicio de la dictadura y el año de 2000, Argentina desembolsó más que el total de la deuda actual, a saber, más de 200 mil millones de dólares. En el mismo lapso, salieron alrededor de 130 mil millones de dólares por concepto de fuga de capitales del país. Por todos esos hechos, no hay motivo alguno para seguir pagando ese saqueo de los gorilas, de la oligarquía y de sus aliados transnacionales, en lugar de utilizar el antecedente Olmos/Ballesteros contra ellos. De mayor importancia aun es el arma estratégico nuclear monetario que está a la disposición de Kirchner, Lula y demás presidentes de un impostergable cártel de los deudores latinoamericanos. Se trata del Acuerdo de Londres, ratificado el 27 de febrero de 1953 entre la República Federal de Alemania (RFA) y sus acreedores. Para devolverle a la elite alemana la capacidad de pagar las deudas externas contraídas en décadas anteriores, después de haber llevado la destrucción y muerte al mundo entero, el gobierno alemán obtuvo en ese Acuerdo las siguientes concesiones de los acreedores que deben ser la pauta de toda renegociación de la deuda externa latinoamericana. 1. Al fijarse el monto de la deuda total se condonó los pagos de intereses desde 1934, reduciéndose la deuda casi a la mitad. 2. Durante los primeros cinco años (1953-57), se suspendió prácticamente el pago de la deuda. 3. El principio clave, la bomba nuclear de Kirchner y Lula, está en el artículo 9 del Convenio y en acuerdos respectivos de la RFA con el FMI que estipulaba que las transferencias por conceptos de intereses y amortizaciones deben ser tratados... como pagos de transacciones corrientes. Esa cláusula excluía todas las formas nocivas de cobertura del servicio de la deuda que hoy son dominantes y que hacen imposible que los países neocoloniales salgan de la miseria: 1. el pago mediante las reservas internacionales; 2. el pago a través de ingresos de devisas de la inversión externa directa y de portafolio; 3. la importación de ahorro externo mediante nuevos prestamos o bonos del Estado; 4. el canje de la deuda por privatización o swaps del patrimonio nacional. 4. Al excluirse esas fuentes neocoloniales de financiamiento, la posible cobertura del servicio de la deuda se reduce a la única forma económica sostenible que existe para un país endeudado: un superavit de la balanza de comercio y de servicios. Bajo la acertada conducción del jefe de la delegación alemana, el más importante banquero del régimen nazi y del primer gobierno demócrata cristiano post-nazi, el devoto católico Hermann Abs, del Deutsche Bank, y con el decidido apoyo de Washington, se logró justo este objetivo. En palabras del Parlamento Alemán de 1953, un reconocimiento unánime de los representantes de 31 países que Alemania solamente tenga la obligación de cubrir sus compromisos de pago solamente mediante un superavit en sus balances comerciales y de servicios. Entre esos 31 países se encontraban los acreedores actuales más importantes de los países deudores del Sur, entre ellos, Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Italia y Canadá. Ninguno de estos países, incluyendo el vergonzoso caso del gobierno alemán socialdemócrata-verde, está dispuesto, hoy día, a concederle a los países martizirados por los usureros del capital financiero internacional, el libre comercio y el proteccionismo de las potencias mundiales, el derecho a una existencia económica digna, tal como lo concedieron en 1952, en las negociaciones con un ex banquero nazi, a la RFA. 5. El Acuerdo de Londres redujo el servicio de la deuda externa alemana al equivalente del 1 a 3,4 por ciento de las exportaciones anuales del país y le daba el derecho a consultas y, de facto, a suspender los pagos, cuando su capacidad de transferencia se veía afectada por afrontar dificultades en el cumplimiento de sus obligaciones externas. Durante la Campaña de desendeudamiento Jubileo 2000, los gobiernos del grupo G-7 demostraron sobradamente que no tienen disposición alguna, para acabar con la usura financiera internacional, que les proporciona riqueza económica y poder político global. Por lo tanto, hay que forzarlos a ceder. Las condiciones objetivas para una negociación exitosa en beneficio de los pueblos existen. La debilidad de Washington; el descrédito total del Estado Global, en sus tentáculos estructurales, como el FMI, la Organización Mundial de Comercio (OMC) y el Consejo de Seguridad; el ascenso de la lucha popular; la consumación de la teoría del Nuevo Proyecto Histórico de la sociedad postcapitalista, el Socialismo del Siglo XXI, y la constelación de presidentes progresistas latinoamericanos en Argentina, Brasil, Venezuela y Cuba, permiten romper desde la Patria Grande el nudo asfixiante de la deuda externa. En el poder económico, demográfico y territorial de estos países se encuentra la masa crítica para la victoria. El Acuerdo de Londres proporciona el concepto estratégico del triunfo. Solo hay que agregarle la voluntad y audacia bolivariana para emprender el camino de la liberación. Para los gobiernos de Argentina, Venezuela y Brasil, el problema de la deuda externa no es de selección: es de sobrevivencia. Si no se enfrentan unidos al capital financiero dentro de las condiciones actuales, que ofrecen los laureles de la victoria, difícilmente verán el futuro que anhelan construir./Rebelión |
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