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¿Es ciego el poder? |
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escribe Angela García
El asunto de la antigua injusticia y la desigualdad en el mundo, ha alcanzado una desproporción tal que cualquier intento de comprensión nos pone de cara a la demencia. Aparte de esta, no hay otra continuidad coherente en la historia. Avanza, se detiene, retrocede. Pese a que nunca como en los últimos tiempos se ha dado una relevancia a los derechos humanos, imperios y monarquías han mudado solo de presentación, hoy se habla de gobiernos o de sistemas políticos o de ideologías. La evolución humana no está representada en las condiciones reales de la vida humana. Perogrullada que es también un modo de escandalizarme de que las ideas no tengan un desarrollo coherentemente aplicado a la recomposición humana. Igual se sirven del desarrollo del pensamiento y la ciencia y la poesía quienes protegen parcelas humanas, los absolutismos, a nombre de una moral. A las ideas conservadoras y sus regímenes esclavistas y colonialistas- viejo orden y vieja fe-, siguieron las ideas liberales que condujeron a los principios democráticos primero y luego al pensamiento de izquierda representado en el comunismo, el socialismo y la libertad de credos nuevo orden y nueva fe-, hasta que se convirtieron siempre en fes ordinarias siguiendo los métodos resabidos y viejos del dogma, el uso de la pasividad o el miedo de la mayoría. No se precisa erudición para reconocer en este proceso la génesis del poder, o la génesis de la ignorancia del poder. Cualquier idea de orden engendra una razón, pero puede suceder al contrario: Una forma de razonar da lugar a cierta idea del orden. En cualquier caso se desencadena una fuerza, que nos acostumbramos a llamar la fuerza de la razón, base del poder que busca estabilizar una realidad común, y el imperio de su razón. Es decir la razón como un principio de vida en el cual individuo y sociedades han descubierto el mundo. En nuestra infancia el mundo nos es explicado como algo inmutable de disposición inamovible, construído milenariamente desde los tatarabuelos a los abuelos, de los abuelos a los padres. Explicación con lazos afectivos anudada, con leche, caricias y villancicos, el sentimiento de seguridad que otorga una cultura, y apoyada en la credibilidad o la comodidad de la mayoría ajena a su propio destino y acuñada por supuesto con la violencia del soborno o la amenaza. Sólo en la rebeldía juvenil es posible un ajuste de cuentas con la sociedad que nos engendra. Entonces abiertos como estamos a luces libertarias ponemos en duda a los padres y su tradiciones. Entonces son posibles los deicidios, reyicidos, parricidios, la anarquía o la revolución, pero suele ser de corta duración. La supervivencia nos pone el debido bozal a tiempo. Aparte de los problemas connaturales a cada sistema de control o precisamente por ello, puesto que todos han fracasado, el mundo experimenta cada vez más la conmoción sufrida por el choque de los distintos órdenes. Los daños son de índole diversa, evidentes y visibles como la pobreza y el hambre, pero sobre todo, la mayoría de ellos, instalados en la psiquis humana afloran aún en pequeños grupos o comunidades, pretendidamente invulnerables, voluntarios o involuntarios. Por efecto global se vive como en campos de concentración, que patentizan en pequeño formato los problemas totales de la humanidad. No es concebible para ninguna sociedad un sentimiento de estabilidad cuando un número mayoritario de semejantes está cayendo en el más irremisible e infernal desamparo. El organismo humano no funciona ya de forma natural, cada tanto surge algún enviado que con una fórmula arrasa y extermina. La condena colectiva aparte de la muerte es la agonía generalizada. Huir, no ayuda. Donde sea que vayamos, encontraremos un orden que nos obligue, a menos que se tenga el suficiente poder de oponerse. El choque no es sólo entre los detentadores de la supuesta verdad y el control, -templarios, militares, falangistas, fascistas- y los rebeldes, sino también entre los tipos de presos. Existen los que sufren el yugo y lo hacen sufrir, agentes congénitos continuadores pasivos y a menudo involuntarios o, decididos activistas suyos generales o soldados, obispos o curas, jueces o policias- y los que resisten, minoría que ha ido creciendo, arrastrada por una intuición mucho más antigua, pero sobre todo hoy por el disparo demográfico y el fracaso de los órdenes o la devirtuación del poder. ¿Se constituirá esto poco a poco en un poder para el aquí de tiempo y masa? Si vivir es seguir, semejante a un acto de fe, la única rebeldía concebible es inventarse, sobre el hecho básico y contundente de existir. Inventarse sería aferrarse a una prioridad no sólo la oposición a la condena de muerte, sino a la agonía. Entonces la alternativa es la creación de un nuevo poder. ¿Cuál es? ¿Cuál sería? Desde luego yo pienso que hay un poder natural, pero es en el plano individual y en el plano colectivo es la confluencia de los poderes de los individuos, si se los conoce, si hay conciencia y gozo de ellos en la diferencia. Esto sería un poder natural de lo colectivo, no un poder que se capitalise a favor de individuos sino que preserve el justo lugar de cada uno, don y beneficio. Pero esto necesitaría un largo proceso de purificación de los miedos, los rencores, las heridas tan largamente sufridas y heredadas generación tras generación. Esta reflexión por supuesto no significa nada para la humanidad que necesita un bocado en este instante para no morir, ahora y no en el poco a poco del cambio aludido. Algunos miles de los 800 millones que mueren al año, de los seis millones de niños, según datos suministrados por la Geopolítica del hambre*. Pero aún, si calmarámos el hambre ahora, si resolviéramos el problema del hambre, ¿sería esto la gran revolución humana como lo sugería Federico García Lorca? ¿Es el hambre la fatalidad suprema? Miremos fugazmente qué pasa con las sociedades del buen vivir, los cómodos inofensivos que no sufren hambre ante las urgencias del mundo? Una observación simple pero atenta nos pone de frente el portentoso mal de la humanidad aparte del hambre del cuerpo: la ignorancia, la malnutrición del conocimiento. El problema del analfabetismo es casi tan serio como el del hambre, en términos inmediatos pero a largo plazo es más serio que éste-, siendo lo más grave que este analfabetismo empieza en gobernantes, líderes religiosos o políticos, ministros. Los chistes sobre Busch o Aznar son ya lugares comunes. Pero hay una lista soberbia a nivel planetario, cada lector puede construirla. Si tomo como ejemplo mi país, Colombia y su presidente Alvaro Uribe Gómez quien entre los doce retos prioritarios de su gobierno, ha puesto en segundo lugar recuérdese que Colombia es uno de los países con una taza de desempleo y de analfabetismo que lo sitúa entre los primeros en el mundo- el capturar un jefe guerrillero, puesto que un hecho de esta naturaleza sería el más efectivo mensaje sicológico de poder y contundencia militar y de control territorial del gobierno. ¿Si esto no es una enajenación, una atrofia del poder, qué paz buscamos? He aquí la coyuntura que ha divorciado evolución de pensamiento y ciencia, de real evolución humana -sigo con las perogrulladas-. Nos viene a la mente, sin embargo, ejemplos de ilustres gobernantes, que pese a estar llenos de conocimientos no fueron menos propensos a la desvirtuación del poder. Si dejamos de lado, por un momento, la vieja constatación de tendencia al mal y nos decidimos por un pensamiento benigno sobre el carácter del hombre, cabría preguntarse si es la ignorancia de los poderosos una variante del escepticismo, que prefiere implantar a sangre y fuego una ley, que propicie la ilusión de seguridad ante el panorama cambiante de los sentimientos humanos, en vez de aceptar e implantar para sí mismos y para los gobernados una educación que indague en el azaroso camino del conocimiento del hombre, una formación de la conciencia que rehaga la integridad y la dignidad de la especie. Educación integral, no vulgar acumulación de datos o información, ni el veneno de la propaganda o el narcótico de la publicidad. Escepticismo y no ignorancia los sucesivos edictos y decretos de Teodosio el grande, emperador cristiano que bajo la guía del arzobispo Teófilo de Antioquía destruyeron el templo de Serapis y poco a poco la Biblioteca de Alejandría. ¿Escepticismo y no ignorancia que asesinó y persiguió, realizó holocaustos sin detenerse un instante a preguntarse qué destruía y que consecuencias traería para su propia descendencia tal desmayo de confianza?, ¿Es ignorante o escéptico todo pulido nacionalismo o fundamentalismo, toda fe ciega en el capital, todo caudillo que desencadena guerras con métodos antiguos como el hambre misma o la información oprobiosa y nuevas como los misiles? ¿Es por escepticismo que ya no cuenta la vida humana sino el hueco de las abstracciones? ¿Si de lo que se trata es del poder, el milenario problema de la humanidad no es el egoismo ni la crueldad, sino el escepticismo que lo ha erradicado de su obvio fin, el beneficio del organismo humano y de la tierra? Un planeta cuyas criaturas existan en pleno ejercicio del derecho a sus dones, una lealtad al beneficio general como invocaba Camus la soberanía del pueblo, en la medida en que su voluntad coincide con la de la naturaleza y la razón. si la voluntad general se expresa libremente no puede ser sino la expresión universal de la razón . A la saga de esta conciencia colectiva está cualquiera de tantos menesterosos, llámese Nerón, Santa Inquisición, Fernando VII, Francisco Franco, Hitler, Mussolini, Stalin, Videla, cualquiera de tantos en los que se cumple el viejo paradigma de que el poder es ciego, analfabetas de la revelación del bien orgánico de la sociedad y de la construcción del porvenir. El escritor uruguayo Jorge Majfud analizaba hace poco, el terrible concepto de los efectos colaterales de la guerra y entre muchas afirmaciones muy bien ponderadas decía que cada vez que un niño muere de hambre el Estado pierde su razón de ser y el estado ha perdido la razón reiteradamente, puntualizaba Majfud. En otras palabras no sólo se trata de la educación de los millones de iletrados en el planeta sino sobre todo de la educación del estado cuya felonía es la evidencia de su inutilidad y su autodestrucción. Una educación que ponga a cada uno frente al conocimiento de causa de los bienes humanos resumidos en la palabra justicia y combata el dilatado excepticismo. No tanto para que el pueblo sea infalible, como para que una conciencia colectiva permita la protección de la vida humana. Nuestra finalidad es crear un orden de cosas tal que se establezca una inclinación universal hacia el bien decía Rousseau. Que todos al obedecer las leyes se obedezcan a sí mismos y que no se pueda comprar el corazón de nadie. |
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