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Eduardo Correa, Elvira Hernández y Marcelo Pellegrini |
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escribe Juan Cameron El debilitamiento de las soberanías, tan evidente ya por los noventa, produce en los habitantes de nuestro continente una marcada sensación de inestabilidad. El suelo ya no es un soporte y el territorio propio no es ya seguro. En ciertos grupos de la población el efecto Auschwitz se hace inevitable; expulsados de la tribu destruyen cuanto ya no les pertenece o les ha sido arrebatado. Para los creadores, el país deja de ser el espacio simbólico que lo sustenta. La Ley de Gravedad ha sido derogada y el individuo cree flotar sin comunicación ni asidero. La pérdida del nosotros, en tanto suma de individualidades en el proyecto común, se reemplaza por la institucionalidad. Ésta, ahora oxímoron o reflejo inverso, representa cuanto no es: sino la parodia o la simple puesta en escena de «un algo» para validar lo inexistente. La ausencia del territorio cobra fuerza en el discurso de la más reciente poesía chilena. Tres libros recién aparecidos confluyen desde distintas perspectivas al lugar común de la carencia. Se trata de El incendio de Valparaíso, de Eduardo Correa, La bandera de Chile, de Elvira Hernández, y Ocasión de la ceniza, de Marcelo Pellegrini. Eduardo Correa, publicado por Editorial La Cáfila durante el mes anterior, poetiza desde un campo trasvestido donde el sentido es un desaparecido más. Los personajes habitan en sus últimas horas una boite de maricones que ha sido incendiada en forma intencional. El hecho, ocurrido hace pocos años en el primer puerto chileno, se representa como un ícono de la intolerancia y la prepotencia del sistema heredado de la dictadura. Pero se trata de un simple motivo, y nada más, para dibujar una sociedad chata y superficial con trazos gruesos de fuertes referencias estéticas. Cito: Silencios llueven sobre la mesa de trabajo y el objeto perdido continuará perdido hasta que alguien disponga del tiempo necesario para encontrarlo en la memoria. Su forma de poetizar -un texto entrecruzado que se sustenta en la mera función poética- denota fuerza y armonía; y apunta en lo más conceptual al fracaso de la escritura, cuando no de la cultura, en el terreno de la comunicación. Eduardo Correa Olmos (Viña del Mar, 1953), académico de la Universidad de Playa Ancha, ha publicado con anterioridad Bar Paradise (1986), Bar Paradise II (1987), Márgenes de la princesa errante (1991) y La desmesura de la calma (1999), además de la novela Valparaíso: la perla del Barrio Chino (2001). En Elvira Hernández es el símbolo del territorio lo victimado en forma directa. El suelo, espacio de la polis, ha vivido -para 1981, año de su escritura- un largo período bajo la ferocidad, afirma; y señala el tormento de la autora en el cuartel Borgoño -prueba que suele ser parte del camino de perfección que algunos poetas no pueden apartar de sí- (en Nota a la presente edición). El espacio que esta bandera encierra es un espacio capturado: La bandera de Chile -dice la autora- es extranjera en su propio país/ no tiene carta ciudadana/ no es mayoría/ ya no se la reconoce/ los ayunos prolongados le ponen el pulgar de la muerte/ las iglesias le ponen la extremaunción/ las Legaciones serpentina y sonidos de trompeta. Como signo, sigue la suerte de la palabra Patria, vocablo confinado a las interpretaciones decimonónicas. Nacida en Lebu, en 1951, Elvira Hernández ha publicado también ¡Arre! Halley ¡Arre! (1986), Meditaciones Físicas por un hombre que se fue (1987), Carta de viaje (1989), El orden de los días (1991), Santiago Waira (1992) y Álbum de Valparaíso (2002). En Marcelo Pellegrini el espacio feraz es ese ausente reconstruido por la visión del origen: La grieta/ en el monte donde nace el Agua./ Comienzo del Río, fin de la Palabra. Partícipe de una escuela que prefiere lo simbólico a lo referencial, y aún a la eufonía natural (que se rehuye), Pellegrini es un autor culto cargado de referencias a la mejor poesía en lenguas castellana e inglesa. Versos del tipo de un bosque que al arder se regenera, son tomados a veces desde otros textos, cuyo territorio el poeta invade como citas de poetas que han sido importantes en mi formación, los cuales exigen la presencia de un lector muy bien informado. Cauto y elegante en su decir, la experiencia del viaje y de esa ausencia destaca una carencia inevitable. Y lo hace con precisión y economía de lenguaje, aún a riesgo de perder la sonoridad natural del vocablo elegido. El concepto alejado de toda forma pareciera ser su motivo central. O, como dice, desaparece tu nombre en un charco de luna./ Yo también desaparezco con esas palabras/ como en un territorio detrás de los espejos. Marcelo Pellegrini, quien termina un doctorado en los Estados Unidos, nació en Valparaíso, en 1971, y ha publicado con anterioridad Poemas (1996) y El árbol donde envejece la muerte (1997) Este rasgo común de la ausencia del territorio en la poesía reciente se expresa, en las promociones de más reciente aparición, con una marcada obviedad y poco oficio. No es el caso de los cultores ya consagrados en la lírica nacional, como Eduardo Correa, Elvira Hernández y Marcelo Pellegrini; autores que, a pesar de sus diferencias cronológicas, figuran en el discurso literario como referentes de un grupo de avanzada de singular eficacia y proyección. |
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