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Poeta en la tradición costarricense |
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escribe Juan Cameron Como poeta del manierismo y del amor aparece Jorge Charpentier (1933) en la más reciente poesía centroamericana. Sin embargo el desarrollo de una obra extensa y seria nos indica la presencia de un escritor de porte mayor dedicado con pasión y perseverancia al tratamiento del lenguaje. La Editorial Costa Rica, de San José, publicó hace unos pocos años La Pasión Inconclusa, la necesaria antología de Jorge Charpentier. Necesaria, porque la extensa obra del poeta costarricense vincula en el discurso lírico nacional elementos de la Generación del 50, a la que por cronología pertenece, con la visión más a tono con la época de la Promoción Universitaria del 65. Para Francisco Albizúrez Palma, en la introducción a Poesía Contemporánea de la América Central -relanzada por la misma casa editorial este 2003, y que no incluye a Charpentier- el término contemporáneo incluye rasgos distintivos, como el abandono del canon modernista y de moldes poéticos convencionales, una visión desde lo local hacia lo universal, asimilación de otros discursos culturales y, en general, el cuestionamiento del statu-quo en favor del cambio social (signos que, evidentemente, el recopilador no encuentra en este autor). Con todo, Jorge Charpentier merece una lectura más aguzada y un reconocimiento en las letras centroamericanas, porque su barroco estilo marca una personalísima condición, tanto para afrontar el texto cuanto para sumergirse en el mundo que él crea a través de un relato supuesto. La lista de sus publicaciones es extensa: Diferente al abismo (1955), Poemas para dormir a un niño blanco que dijo que no (1959), Después de la memoria y lo posible (1961), Rítmico salitre (1968), La tercera alegría (1977), Poemas de la respuesta (1977), Donde duerme la mariposa (1981), Tú tan llena de mar y yo con un velero (1984), Arrodillar la noche (1988), Cómplice del alba (1991), No preguntes la noche (1995) y El abuelo en el espejo (1997). Otros títulos han aparecido con posterioridad a esta antología y varios son sus aportes en otras áreas de la creación y de la educación. Una lectura rápida de sus textos nos indica estar frente a un poeta que sólo habla de lo amoroso, de la pérdida, de la desesperación ante lo inalcanzable. Y es allí donde quien busca un repertorio mayor de tonalidades fracasa en su intento. Charpentier es, en cambio, un maestro sobre el territorio de los espejos. Su juego pasa por la visión errada o deformada que puede entregar al lector, ocultando en su entrelineado tema el verdadero afán de su escritura. Porque, además de aquel tono de baja sintonía, lo sincrónico oculta también una amplitud mayor de onda que el descuidado lector no podrá captar. En términos más asertivos, Jorge Charpentier indica a través de la forma del lenguaje cuanto quiere comunicar a través de él. En este juego de reflejos que se entrecruzan y repiten, consigue armar una imagen donde la ambigüedad se presenta con especial barroquismo. Y él lo sabe: Después de la muerte,/ que es posible,/ cansaré contigo/ definitivamente/ tu ambiguo país/ equivocado y triste. Nos invoca una suerte de Alicia sobre un tablero de ajedrez donde cada cuadro, blanco o negro, es a la vez un espejo. Y los reflejos que éstos dan, están compuestos -más allá de las imágenes posibles o evidentes- por luces y sombras, por positivos y negativos que, de forma necesaria, deben provocar esta sensación de ambigüedad. En este mismo sentido quiebra el lenguaje. No permite, como pudiera señalarse para un modernista tardío, la obviedad en ningún caso: No entendí/ cuando se hizo ritual/ tu despedirte. Y, en una suerte de particular expresionismo, junto al recurso de trasladar elementos de un sector a otro del campo significativo, consigue decir con mayor fuerza lo que el lector desea entender: Perro y yo envejecimos/ detras de las tardes/ de la puerta. Como bien indica en una nota introductoria Alfonso Chase, poeta que naturalmente le continúa en la lista de los más destacados de su país, la poesía de Jorge Charpentier no luce aislada en el contexto de nuestra literatura contemporánea, sino que tiene características especiales que le han permitido destacar por sus propios valores textuales. Y sin embargo el barroquismo, a veces excesivo y retórico, encierra la transparencia del poema en una suerte de nebulosa de regulares aciertos. Con todo, los elementos innovadores que Charpentier aporta más allá de su personal estilo, contribuyen a abrir la mirada a otros sectores del quehacer humano. Modifica por tanto la presión rítmica y temática que permanece casi intocada hasta la Generación del 50. Su militancia poética, junto a Ana Antillón, Raúl Morales, Mario Picado y Carlos Rafael Duverrán, y en cierta medida cercano al más expresivo Jorge Debravo, inciden en la modernización del discurso lírico. Y en esta consideración su actitud aparentemente monotemática -poeta del amor, de la soledad, de la derrota y del manierismo verbal- pasa a ser un mero pretexto para intervenir el lenguaje desde una rebeldía a la cual, sin embargo, se le exige por algunos una mayor amplitud temática para el reconocimiento de su muy valiosa poesía. |
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