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De lo único que son culpables los 57 presos políticos en Suecia es de comprometerse activamente en la lucha por una sociedad diferente |
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escribe Diana Mulinari Indudablemente el mito del estado de bienestar sueco comenzó a desarmarse con el asesinato de Olof Palme y con la creciente visibilidad de los fascistas que han hecho de Suecia el principal exportador de música nazi (White power music). Las condiciones de racismo estructural en las que vive la población de origen inmigrante se juntan con el creciente deterioro de las condiciones de vida de la clase trabajadora, producto de una política socialdemócrata que desarma los logros centrales históricamente conquistados por la clase obrera socialdemócrata. Al mismo tiempo que uno de los orgullos nacionales, la política internacional independiente, se subordina sistemáticamente al imperialismo y a una política militarista dentro de la Unión Europea. Una nueva generación de activistas ha crecido en Suecia confrontando diariamente a los fascistas en las calles y en las plazas. Crecieron en otra Suecia, en la que el estado incluyente era un mito de los mayores. Una Suecia con racismo y desempleo. Crecieron también confundidos por la herencia política de una izquierda parlamentaria aterrorizada de llamarse comunista y profundamente desesperada por desarrollar políticas pragmáticas y realistas. Y así llegamos a Malmö el 20 de abril del 2001 y a la reunión de la Cumbre de Finanzas de la Unión Europea. Todos suponíamos que las demostraciones iban a ser una expresión pacifica y una fiesta popular en contra de la UE y la UEM. Malmö fue todo lo contrario. Una ciudad militarizada y controlada por helicópteros. La mayoría de nosotros nos mirábamos incrédulos: parecía un paisaje de ciencia ficción. Con los policías disfrazados como en Matrix. O un infierno donde cualquiera vestido de negro era considerado un terrorista. Donde la consigna policial era por si acaso los llevamos. 267 personas fueron detenidas, humilladas, ultrajadas y golpeadas. Nadie había tirado una sola piedra. La policía consideró simplemente a la gente como demasiado amenazadora. Y esto fue sólo el preámbulo de Gotemburgo. Yo vengo de un país donde desaparecieron 30.000 personas y donde el comentario general era por algo se los llevan. Por eso creo que Malmö y Gotemburgo son tan significativos. No tanto porque la policía sueca actúe como lo que es: policía. Sino por el silencio y el apoyo tácito que ha existido y existe en amplias capas de la población y en parte de la izquierda sueca a la violación de los derechos democráticos básicos de los ciudadanos. Son terroristas organizados, son peligrosos, acechan la democracia fue la consigna tanto en Malmö como en Gotemburgo. A dos años de Gotemburgo una película, Terroristerna [Los terroristas] (Stefan Jarl/ Lukas Moddison) y un libro ( Erik Wijk: Orätt. [Injusto] Ordfront), cuestionan este acuerdo tácito, este silencio cómplice. Tanto la película como el libro desarman los mitos que han legitimado la violencia policial en Malmö y en Gotemburgo. En todos los casos la policía ataca primero. A pesar de todos los esfuerzos judiciales y todas las trampas en la instrucción de las acusaciones, los fiscales no han podido encontrar ninguna estructura militar organizada, ninguna célula terrorista que atentara contra la vida o los bienes de nadie. Los jóvenes están presos por que se llaman a sí mismos anticapitalistas, porque estaban en áreas que la policía consideraba controladas por terroristas o porque simplemente se cansaron de ser humilladas y llamadas putas comunistas o negros maricones y tiraron una piedra (que en la mayoría de los casos no golpeo a ningún policía.) No es cierto tampoco de que los famosos terroristas sean los niños bien del país. La mayoría de los condenados son de origen obrero, una parte considerable son de origen inmigrante, algunas son mujeres. Y las penas son altísimas. Para que aprendan, para que todos aprendamos. Es en el fondo una buena lección para Latinoamérica. Europa demanda el respeto a los derechos humanos a nosotros los salvajes tercermundistas, al mismo tiempo que calla frente a la sistemática violación de los derechos humanos dentro de las fronteras europeas. Los juicios de Gotemburgo, Suecia, con 57 prisioneros políticos, reflejan una Europa en que la democracia es un privilegio para los que apoyan a las elites dominantes. Y en la que cada uno de nosotros, si disentimos, si nos enojamos, si pensamos que una vidriera rota no es un mundo en un contexto en que el capitalismo mata y en que Bush y Blair son los verdaderos terroristas, todos nosotros nos convertimos en sospechosos. Una Europa donde la disidencia política se criminaliza, y donde muchos de nuestra segunda generación (los hijos del exilio iraní, palestino, latinoamericano) conocerán otras cárceles más desarrolladas. De lo único que son culpables los presos políticos en Suecia es de comprometerse activamente en la lucha por una sociedad diferente. Son también culpables de tratar de detener el avance del fascismo en Europa y de resistir la criminalización de la protesta social. No hay euro bueno y dólar malo. Hay un capitalismo transnacional que en Europa ha empezado a defenderse. |
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