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Continuidades y rupturas |
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escribe Rubén Marín El neoliberalismo ha pasado por distintas etapas y tenido diversas expresiones políticas. Su establecimiento durante la dictadura militar en 1976-1983 y continuado por los posteriores gobiernos civiles representados por radicales (UCR) en 1983-1989 y peronistas (PJ) en 1989-1995 y 1995-1999 y trás la última gestión gubernamental de la coalición de centro izquierda (ALIANZA) en 1999-2001 (cuya composición contenía peronistas, radicales, y sectores del progresismo), muestran la continuidad de una política dictada por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial y cuyos principales beneficiarios han sido y son los grandes grupos ecónomicos financieros locales y transnacionales. Diciembre de 2001 marcó un punto de inflexión en la sociedad argentina y quedará plasmado en la memoria colectiva como uno de los hitos de rebeldía popular más significativos: el pueblo en las calles exigiendo el fin a décadas de corrupción y vaciamiento de sus recursos y riquezas nacionales. El jolgorio impune de la clase política encontró el cansancio de una importante fracción de la sociedad que hartada y masivamente salió a reclamar "el que se vayan todos". Renació la ilusión y la creatividad ciudadana y popular construyéndose formas organizativas y amplios espacios de discusión. La política de las bases encontró originales cauces y múltiples fisonomías en las asambleas barriales, en los cortes de ruta de los excluidos del mercado laboral, en la ocupación y gestión obrera de fábricas y en una persistente movilización callejera, rechazando la política institucional y el sistema de representación política que sostenía y avalaba el pillaje "legal" y el enriquecimiento de una clase política a costa de la pobreza y hambruna del pueblo y la hecatombe de las clases medias que caían víctimas de la efímera ficción de la convertibilidad (un dólar-un peso). Esta fue la trágica realidad del país, de un sistema productivo que cerraba establecimientos industriales en forma masiva, de un incremento del desempleo y subempleo, del deterioro de los indicadores de salud y del sistema educacional, del incremento de la violencia social en todas sus variantes, de un sistema judicial condescendiente a los dictados gubernamentales, de un mando militar que cerraba filas con los genocidas de la dictadura y reivindicaba su accionar, mientras la partidocracia alegaba un supuesto despegue económico primermundista. Finalmente, la desilusión generalizada por la coalición progresista (ALIANZA), que prometía poner fin a la corrupción y dinamizar la economía en beneficio de los sectores más golpeados por las políticas neoliberales; grandes discursos se erigieron y vientos de cambios reales parecieron que podrían venir, ilusiones que el tiempo rápidamente se hizo cargo de desmentir Sus ministros más progresistas (el ejemplo paradigmático fue el vicepresidente Chacho Alvarez) apuraron su huída por la ventana, cuando tomaron nota de la insustentabilidad de la alianza y del dilema de la necesidad de la represión ante el incremento de la protesta social, y el presidente de la Nación (Fernando de la Rúa) que hasta última hora declaró que los desmanes en las calles eran producto de vandálicos grupos marginales, terminó escapando de la Casa de Gobierno en un helicóptero. ¿Una nueva ilusión? La crisis política y de gobernabilidad que se desató, la seguidilla de intentos para recomponer el sistema político, vio pasar una serie de efímeros presidentes, culminando con la adopción, en el cargo de presidente, de Eduardo Duhalde (con un historial de ex-vicepresidente de la Nación durante el menemismo y ex-gobernador peronista de la Provincia de Buenos Aires, devastada por una enorme acumulación de pobreza), cuyo horizonte estratégico fue generar condiciones sociales y políticas para una convocatoria a elecciones nacionales. Quedaron así definidas las reglas del juego electoral, y se puso en práctica un gran lavado de imagen del sistema de partidos y de representación. De este proceso, la sociedad se encontró frente al dilema de elegir entre dos peronistas (Menem o Kirchner), la ultraderecha (Ricardo López Murphy), y las variantes de la fragmentada izquierda. En la perspectiva del movimiento popular y el original proceso de construcción de nuevas identidades sociales, no se logró constituir un frente político que aglutinara las diversas experiencias políticas y sociales nacidas de la rebeldía popular, prevaleciendo el sectarismo, la cooptación, el desgaste y el cansancio en muchos sectores sociales. Otros sectores cuestionaron el proceso electoral, como la búsqueda de relegitimación de la burguesia y la partidocracia del fracturado sistema político, sin lograr tampoco construir la fuerza política necesaria para articular una propuesta que alterara el trazado político-electoral. En este contexto, crisis social, politica y económica, la burguesía argentina inicia el proceso de reinstitucionalización y de normalización de la sociedad para sentar las bases de un nuevo ciclo de dominio y acumulación capitalista. La presencia de una radicalización de las luchas sociales, la ausencia de alternativas políticas populares amplias, con amplitud de criterio en su constitución, permiten que el reclamo de vastos sectores sociales confluyan y encuentren un correlato político en el peronista Néstor Kirchner, quién se presenta ante la sociedad como un centroizquierdista y antimenemista. Gana Kirchner Retirado del balottage el neoliberal y expresidente Menem, asume Kirchner la presidencia e inicia su gestión con una serie de medidas y anuncios que contrastan claramente con las prácticas políticas de las administraciones anteriores y que están al orden del día en la bronca de millones de ciudadanos. El relevo de las cúpulas militares y policiales, la confrontación con la corte suprema, la receptividad frente a los organismos de derechos humanos, como hechos concretos y, a un nivel discursivo, la búsqueda de una orientación económica regionalista y un nuevo tipo de relación con los EEUU, son señales en este sentido. Nuevamente renace la ilusión de una importante fracción del pueblo argentino. No obstante, las políticas económicas y sociales que se ejecuten en el largo plazo y el tipo de alianzas y articulaciones que las sostengan serán determinantes para visualizar con objetividad la orientación de esta nueva administración. La presencia de personajes que provienen del menemismo, como es el actual vicepresidente Scioli (representante de la farándula y de la corte de sumisos de Menem) y el ministro de justicia Beliz (miembro del Opus Dei, y que ocupara el cargo de Ministro del Interior durante un periodo del Menemato, desde donde intentó construir un registro sobre las opiniones políticas de los docentes en establecimientos educacionales y luego conformara una alianza política con el exfuncionario de la dictadura y exministro de economía de Menem y de La Rúa, Domingo Cavallo). Hecho que se agrava con la visita del primero en EE.UU. afirmando lo contrario de su presidente en sendos encuentros con el establishment estadounidense y en carnales abrazos con la ultraderecha cubana, deberían poner en prudente alerta y desconfianza al más ingenuo de sus simpatizantes y advierten sobre la complejidad y amplitud de esta alianza política. Por ahora, la continuidad y puesta en práctica del asistencialismo social contribuye a una especie de suspiro momentáneo, mientras la gran burguesía acuerda y cohesiona sus filas en torno de un proyecto económico que permita garantizar sus altas ganancias. Del otro lado, se encuentra la organización social y popular que puede sostener y apoyar un proceso de cambios reales, pero que, paradójicamente, además de las señaladas debilidades, ha sido paulatinamente desarticulada y cooptada por los gobiernos provinciales y sus tentáculos locales. Señal contradictoria, ya que ninguna política redistribucionista, que es lo que se alega tener como objetivo, en pos de mejorar las condiciones de vida y laborales del pueblo argentino será factible sin el concurso de un apoyo social activo, por lo que su desarticulación va a contrapelo con los rimbombantes anuncios de esta "progresista" gestión. Rubén Marín es sociólogo. Ha sido docente en la Universidad de Buenos Aires y ha estado estrechamente vinculado al movimiento villero de la capital argentina. Actualmente reside en Suecia |
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