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Desde Eunice Odio a Ana Istarú |
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escribe Juan Cameron El siglo XX ha sido un desafío constante para la mejor poesía femenina costarricense. Las figuras de Eunice Odio, Carmen Naranjo, Ana Antillón, Julieta Robles, Lil Picado y Ana Istarú, otorgan continuidad a un discurso marcado por el tema amoroso, el libertario y el desarrollo de una forma que prestigie el oficio, al nivel de las mayores exponentes de la lengua en nuestro continente. Sin duda existe un discurso de continuidad, en la poesía costarricense hecha por mujeres, desde Eunice Odio hasta Ana Istarú. Y ese discurso tiene relación con la cuestión propuesta, tanto de una visión femenina como feminista del entorno socio cultural en ese sector de Centroamérica. La aparición de Eunice Odio (1922-1974) da inicio a una revisión del género, cuyo correlato geográfico podría encontrarse en Luz Méndez de la Vega (Guatemala, 1919) o en la ya más difundida Claribel Alegría (El Salvador, 1924). Odio es sin duda una heroína. Textos de varias colegas contemporáneas, Lil Picado entre otras, dan cuenta de su valoración y rescate. La modernidad de sus temas (¿Te acuerdas, Louis Armstrong,/del día en que viajamos por un corredor de sonidos/ que amábamos hasta la muerte?), la rebeldía frente a una sociedad que le resulta aplastante y su prematuro alejamiento hacia otros horizontes, constituyen hitos importantes para la búsqueda de una igualdad de derechos. En la ribera opuesta se encuentra buena cantidad de autoras que, con el debido oficio, no rompen sin embargo con el discurso estatuido y dominante. Victoria Garrón de Doryam es un buen ejemplo. Sintomática resulta la afirmación de Abelardo Bonilla, en la contratapa de El aire, el agua y el árbol (2ª edición, 1998) «una saludable reacción contra los ensayos de moda que, en buena parte de la lírica juvenil de nuestros días, son juegos intelectuales o abusos del lenguaje» etc., etc. Pero no todas buscan la aceptación social; en un lugar intermedio, con suave aunque marcado erotismo, podemos ubicar la escritura de Virginia Grütter (1929) entre otras autoras de la misma época. Sin embargo, la Generación del 50 y la siguiente promoción, vienen a dar nuevas luces a esta «saludable reacción». Carmen Naranjo (1931), Ana Antillón (1934) y Julieta Dobles (1943) contribuyen a una continuidad y preparan la aparición de nuevas poetas que, de alguna manera, pueden inscribirse hoy día en una línea más amplia y de efectiva modernidad. En Naranjo hay una evidente preocupación por la cuestión formal; sus versos mayores otorgan respiración y abren la poesía femenina hacia otros motivos e influencias, más allá de la española, y dignifican el contenido propuesto. En cierta medida legitima la escritura de Ana Antillón quien, con una evidente búsqueda de la eufonía y de la armonía, consigue validar en un mismo plano lo intrínsecamente femenino y la validez del lenguaje poético. Y en esa tradición el texto de Julieta Dobles, culto, preciso y eficaz (Tú sabes de lo que hablo, lámpara desde el claustro consumida) aparece como el punto cúlmine de la lírica femenina en la segunda mitad del siglo anterior. Los grandes nombres del itsmo, con realidades muy diferentes y una cercanía natural, corresponden precisamente a la promoción de Dobles. Se trata de Carmen Matute (Guatemala, 1944), Gioconda Belli (Nicaragua, 1948) y la poco mencionada Bertalicia Peralta (Panamá). Interesantes resultan también los aportes de Rosita Kalina y Lil Picado. En la escritura de Kalina el símbolo es constante y se refiere, de manera preferente, a la cuestión de su etnia, sus antepasados o el destino. De estirpe judía, su trabajo ha sido antologado por Marjorie Agosin y en otras recopilaciones temáticas. Lil Picado (1951), cuya poesía amorosa es un hito reciente en la lírica de su país, posee un ritmo marcado y melódico, a veces mistraliano, con una fuerte carga emotiva. Su escritura denota un oficio mayor y la necesidad de expresarse en otros campos temáticos, para dar los frutos que su natural talento pareciera merecer. Diana Ávila (1951) y Mía Gallegos (1952), ambas compiladas en Poesía Contemporánea de la América Central (Francisco Albizúrez Palma, ed. 2003) continúan la temática amorosa aunque abandonan el canon modernista de sus contemporáneas (y de allí la aparición en dicho volumen). Todo este discurso pareciera encaminarse hacia la obra de Ana Istarú (1960), quizás la mayor expresión femenina de estas últimas décadas, que cierra ese capítulo de la poesía costarricense para el siglo XX. Le siguen otras autoras más jóvenes, como Melania Nuñez (1974) y Alejandra Castro (1974), con propuestas interesantes y no del todo definidas por el momento. La publicación de Poesía escogida, el volumen antológico de Ana Istarú, entregado por la Editorial Costa Rica el 2002, marca de este modo la rebelión iniciada a comienzos del siglo por Eunice Odio. Aunque la escritura de fuerte connotación erótica de Istarú, no es ya la simple rebelión frente al orden establecido, sino una expresión de natural libertad asumida sin escrúpulos ante el discurso social. Poesía escogida merece una mención aparte. |
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