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María Mercedes Carranza (1945-2003) |
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escribe Carlos Vidales Hace cuatro semanas, el primer jueves de julio, la poeta colombiana María Mercedes Carranza se quitó la vida en su apartamento de Bogotá. Había cumplido, con su habitual puntualidad, su jornada de trabajo como directora de la Casa de Poesía Silva, institución única en el mundo, que ella misma había fundado y desde la cual tanto había hecho por la poesía y los poetas. Temprano, esa misma noche, había compartido con un grupo de sus amigos más cercanos. Se habló de poesía, como siempre. Se habló también del terrible drama de Colombia, un país sometido al horror de varias guerras civiles superpuestas. María Mercedes repitió la frase que ya era en ella como una letanía: ¡Este país nos está matando!, pero ninguno de sus amigos advirtió en ella ninguna señal del inminente suicidio. María Mercedes había sufrido en carne propia los trágicos golpes de la violencia colombiana. Varios de sus mejores amigos murieron asesinados, en el curso de los últimos diez años. Dos de sus amigas más entrañables perdieron la vida recientemente por causas relacionadas con la situación que vive el país. Su hermano Ramiro fue secuestrado hace año y medio sin que los secuestradores se hayan dignado siquiera informar sobre su estado de salud. Las autoridades se desentendieron de este secuestrado, que parecía incomodarles. Los esfuerzos angustiosos de María Mercedes para lograr alguna forma de contacto con los secuestradores fracasaron. La intelectualidad colombiana, presa de la frivolidad que es una de sus características tradicionales, no hizo otra cosa que formular frases amables de conmiseración. Algunos, más sinceros, se excusaron de firmar llamamientos por la libertad del secuestrado, por temor a las represalias de los secuestradores. Otros, más cobardes, dejaron de hablar con María Mercedes para no pasar por la incomodidad de explicar su temeroso silencio. Así, la poeta que organizaba congresos de poesía por la paz, la escritora que había sido miembro de la Asamblea Constituyente en 1991, la periodista que se había jugado más de una vez por la vida y la libertad de otros compatriotas, se fue quedando sola con el drama de su hermano secuestrado, probablemente ya muerto, sola con el silencio y la incertidumbre, sola con el descubrimiento desolador de vivir en un país de poetas que cantan bellas metáforas a la vida y a los derechos humanos, pero que no pueden arriesgar un átomo de su tranquilidad para defender en forma concreta la vida y los derechos humanos de un prójimo de carne y hueso, al borde del sacrificio. Solamente un pequeño grupo de intelectuales se mantuvo firmemente al lado de María Mercedes en este trance terrible. Lo sé porque hablé con ella por teléfono varias veces desde que se produjo el secuestro de su hermano Ramiro. Sé que un sentimiento de soprpresa, de rabia y de impotencia la invadió primero, al constatar que la solidaridad era apenas una palabra de uso retórico en la boca de tanta gente en la cual ella había puesto su confianza y su cariño. Y sé que en los últimos meses de su vida la desolación se había apoderado de ella. El suicidio de María Mercedes entraña una terrible lección. Poco antes de su muerte escribió un poema que aquí quiero incluir, porque creo que contiene las claves de su drama, es decir, las claves del drama colombiano. María Mercedes Carranza (Bogotá, 1945-2003). Licenciada en filosofía y letras por la Universidad de los Andes. Periodista cultural, dirigió las páginas literarias Vanguardia y Estravagario de El Siglo de Bogotá y El Pueblo de Cali. Ejerció como jefe de redacción del semanario Nueva Frontera, durante 13 años. Fue miembro de la Asamblea Nacional Constituyente que reformó la Constitución Nacional de 1991. Directora de la Casa de Poesía Silva desde el 24 de mayo de 1986. Sobran las palabras Por traidoras decidí hoy, martes 24 de junio, asesinar algunas palabras. Amistad queda condenada a la hoguera, por hereje; la horca conviene a Amor por ilegible; no estaría mal el garrote vil, por apóstata, para Solidaridad; la guillotina como el rayo, debe fulminar a Fraternidad; Libertad morirá lentamente y con dolor; la tortura es su destino; Igualdad merece la horca por ser prostituta del peor burdel; Esperanza ha muerto ya; Fe padecerá la cámara de gas; el suplicio de Tántalo, por inhumana, se lo dejo a la palabra Dios. Fusilaré sin piedad a Civilización por su barbarie; cicuta beberá Felicidad. Queda la palabra Yo. Para esa, por triste, por su atroz soledad, decreto la peor de las penas: vivirá conmigo hasta el final. |
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