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Valparaíso y los porteños |
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escribe Juan Cameron (*) Si alguna vez, andando por el mundo, alguien inquiere a usted, viajero, sobre su lugar de nacimiento en Chile, y usted responde que en Valparaíso, su interlocutor le mirará un tanto sorprendido y -quizá- dude de su respuesta. Porque Valparaíso es, allá afuera, un lugar mítico y sonoro y está junto a Katmandú o Shangai o Cartagena de Indias en la memoria colectiva de la aventura, en la más alta geografía que la literatura pudo aportarnos a nuestra imaginería infantil. Que haya sido nombrada, en aquella reunión de París el 2 de junio reciente Ciudad Patrimonio de la Humanidad, resulta entonces un mero reconocimiento por parte de la UNESCO de algo ya instituido y sabido por los habitantes de este puerto chileno. Así al menos lo consideran los porteños, que algo de extravagantes siempre han tenido en su suave y particular chauvinismo. ¿De dónde nace esta idea entonces? Varios pueden ser los orígenes y todos, por cierto, válidos en la medida de responder a un amor profundo hacia el terruño. Así Thomas Brons, un amigo alemán nacido en Nuremberg, quien por años hiciera clases en la Universidad de Playa Ancha, reclama para sí el título de inventor de Valparaíso. Según Brons, fue él quien propuso al alcalde Hernán Pinto Miranda esta idea, que luego fue rechazada por la autoridad edilicia. De hecho, Brons publica un artículo en tal sentido, en el desaparecido diario La Época, el 10 de diciembre de 1995; y esta nota se reproduce en extenso en su libro De Valparaíso y otras yerbas, entregado por Ediciones Vertiente, de Santiago, el año 2000. Por otro lado, la arquitecto e historiadora Myriam Waisberg, quien por largos años formara a profesionales en las universidades locales, tiene numerosas publicaciones que comprometen su nombre como la primera gestora de esta idea. Entre sus libros figuran, en relación al mismo tema, Los terrenos del antiguo Castillo San José, con Sonia Martínez, La vivienda de fines del Siglo XIX, casas de Playa Ancha (1988), La vivienda urbana de Chile en la época hispana/Zona Central (1992), La arquitectura religiosa de Valparaíso, Siglo XVI a Siglo XIX (1992) y La traza urbana, patrimonio consolidado de Valparaíso (1995). Hay un reconocimiento tácito hacia ella en este punto. Y la designación de la profesional de la Municipalidad de Valparaíso, señora Cecilia Jiménez, como Premio Nacional de Arquitectura con mención en Patrimonio, otorgado recientemente, no es casual. Ella es una destacada alumna de Myriam Waisberg y, además, una enconada defensora de los derechos de autor de su maestra. Quienquiera haya sido el primer iluminado, es preciso reconocer ahora a todos los que tuvieron participación en este proyecto, tan utópico en un comienzo, por incluir al sector patrimonial de esta ciudad en la honorable lista de la UNESCO. Primero el alcalde Pinto y luego el porteñísimo Agustín Squella Narducci, Asesor Cultural de la Presidencia de la República, lucharon con las ideas y los medios a su alcance, por la obtención de este logro. Y otros, con el beneficio de inventario requerido por las circunstancias, como lo son un grupo de «porteñistas», en torno al arquitecto Mastroantonio, o aquellos cercanos a la Universidad de Valparaíso, el poeta Ennio Moltedo Ghio, el artista gráfico Allan Browne Escobar y el crítico cinematográfico Alfredo Barría Troncoso, e incluso aquellas organizaciones que inciden en el discurso cultural con una visión establecida, como la Fundación Lukas o la Fundación Valparaíso, han aportado desde sus particulares bufetes un valioso grano de trigo para conseguir esta magnífica nombradía. Y, como ocurre tantas veces, olvidamos a los artistas, a estos seres a veces ceñudos, a veces noctámbulos quienes, desde el silencio de su más secreta labor, han contribuido a la formación del mito y de la imagen. Bueno sería reconocer la memoria de los viejos grabadores Carlos Hermosilla, Ciro Silva, Roberlindo Villegas, Medardo Espinoza, René Quevedo y Sergio Rojas; de los más nuevos, emergidos casi todos del Taller de Grabado de la Escuela Municipal de Bellas Artes, que dirige la artista Virginia Vizcaíno, así como de los pintores que, a partir de la más remota a la más actual representación, lo han idealizado. Desde John Searle, pasando por Juan Francisco González Escobar, Alfredo Valenzuela Puelma, Arturo Gordon, Pedro Luna, Roko Matjasic, Ulises Vásquez, René Tornero y Fernando Morales Jordan, entre muchos otros, hasta los más recientes Gonzalo Ilabaca, Pepe Basso, Mario «Paté» Ibarra, Edwin Rojas, Roberto Cárdenas, Luisa Ayala, Nicolás Reyes, Carolina Bermúdez, Hernán Soto León, Orielle Bernal y tantos más, el retrato de esta ciudad se ha ido trasladando, por obra de los pintores, hacia la imagenería del habitante. Otro tanto han hecho los poetas. Y a pesar del te declaro mi amor, Valparaíso, del indispensable Neruda, el mayor poeta vinculado a esta ciudad ha sido Gonzalo Rojas. Este inmenso vate contemporáneo comenzó a publicar en el Cerro Alegre cuando ejercía la docencia en Valparaíso. Aquí gestó La miseria del hombre, ganadora de un certamen de la Sociedad de Escritores local; y aquí fue publicada su magnífica obra primera. Y numerosos -y por tanto innombrables- son los poetas porteños que aportan también a esta inmensa torta de la celebración y la alegría. Artistas, arquitectos y porteñistas son pilares fundamentales en esta nueva construcción. Una obra que, por cierto, rescata el patrimonio arquitectónico de una ciudad cortada por el mar. Ese Valparaíso, que desde lejos apreciamos como un naufragado árbol pascual, debe su construcción al hombre que, con amor, necesidad e imaginación, pobló sus cerros y quebradas. Por tanto, ese patrimonio urbanístico e inmobiliario, que ahora se reconoce por la UNESCO, oculta también el valiosísimo patrimonio humano de quienes lo construyeron sobre este hermoso punto del planeta. Enhorabuena, dirá Ud., mi apreciado lector, al responder sobre su lugar de nacimiento; cualquiera que éste sea. (*) Juan Cameron, poeta, nació en Valparaíso en 1947. Autor de numerosos libros, entre los que destacan últimamente su antología Jugar con la palabra (Ed. LOM, 2000) y sus crónicas Ascensores porteños/ Guía Práctica (Ediciones Librería Altazor, 2002), ha obtenido entre otros los premios de la Revista de Libros de El Mercurio (1996), Municipal de Literatura (1996) y del Consejo Nacional del Libro y la Lectura (1999). |
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