Escribe Víctor Montoya.
Cuando le informé al Tío que la alcaldesa de Oruro fue invitada al VXII Encuentro Boliviano, hizo chispear sus ojos y se quedó calladito en siete lenguas. Después, mientras prendía su cigarrillo, asistió con un tono de furia en la voz:
-Ya ves, ya ves... Esos compañeritos ni siquiera me toman en cuenta& Quizá porque no sabes que fui yo, y nadie más que yo, el promotor del Carnaval de Oruro, de eso que ahora llaman Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad... Y si no me lo creen o dudan de mi palabra, que le pregunten a la señora alcaldesa, quien de seguro les confirmará que, efectivamente, conmigo se inicio el Carnaval en la tierra de los Urus.
-Eso quiere decir que los organizadores del Encuentro metieron la pata al no invitarte -le dije, en un intento de amainar su furia.
-Así es, pues -repuso-. No saben que los mineros, disfrazados de Tíos en mi honor, fueron los primeros en bailarle la diablada a la Candelaria, más conocida como la Virgen del Socavón, a quien la tenían de Patrona protectora y milagrosa, desde el día en que la hallaron en la guarida del Chiru-Chiru, un ladrón justiciero que asaltaba a los ricos para luego distribuir el botín entre los pobres.
-Entonces, ¿tú fuiste el inspirador del Carnaval de Oruro, no?.
-Claro, pues -contestó y aspiró el humo del cigarrillo-. Los curas construyeron la capilla de la Candelaria en las faldas del cerro Pie de Gallo, en el mismo lugarcito donde estaba ubicada la guarida del Chiru-Chiru.
En tanto los mineros, reunidos en mi paraje a la hora del pijcheo, decidieron por unanimidad disfrazarse de Tíos y bailar con devoción para la Virgen. La fiesta, entre challas, qoas y karakus, debía durar varios días, desde el convite hasta la kacharpaya. Así empezó todo... Por eso mismo, y por todo lo que te cuento, debía ser yo el primer invitado a la Entrada del Carnaval y no el primero en ser echado al olvido...
Me limité a servirle una copa de quemapecho. El Tío hizo girar sus ojos como radares y añadió:
-¡Pucha, caray! Qué ingratos son los hombres. ¡Qué ingratos!...
Cuando le comenté que los organizadores tienen la intención de darle realce al Encuentro y al Carnaval con la presencia de una autoridad orureña, el Tío lanzó una risita juguetona y, echando bocanadas de humo y empinando la copa, asistió:
-Para qué una autoridad desde Bolivia, si la única autoridad en el Carnaval soy yo, vestido con traje de luces, máscara feroz, botas charoladas y látigo en mano...
En ese instante cruzó mi mujer en dirección al dormitorio. El Tío la miró de punta a punta, bajó la voz a un tono inaudible y, acercándose hacia mí, resopló en mi oído:
-Tu mujer sería la chinasupay más seductora del Carnaval y tú el cornudo más perfecto que pisa la tierra.
-¡No jodas, Tío! -le dije retirándome con violencia- Está bien que seas el generador del Carnaval de Oruro, pero no un degenerado que se aprovecha de la mujer del amigo..
El Tío, como si desoyera mis palabras, aplastó la colilla del cigarrillo, sorbió las últimas gotas de la copa y, acariciándose las ralas barbas con los dedos, estalló en una sonora carcajada.
-¡¿Qué pasa!? -grito mi mujer desde el dormitorio, ya recostada en la cama.
-¡Nada! -contesté, mientras a mis espaldas se escuchaba la grave voz del Tío:
-Es hora de que atiendas a tu mujer -Luego acotó-: Otro día te contaré más detalles sobre el origen del Carnaval de Oruro...
El reloj marcaba las doce en punto de la noche. Apagué la luz del cuarto y cerré la puerta. El Tío, cuyos ojos redondos chispeaban en la oscuridad, se quedó pensando para sus adentros: un Carnaval sin el Tío, no es Carnaval...
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