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11-Julio-2003

 

Testamento Inconcluso de Salvador Juárez
Una herencia para los desventurados

 

escribe L.Crespín

Salvador Juárez (1946) es una de las voces poéticas más destacadas de El Salvador. Periodista y escritor, su obra ha merecido importantes distinciones literarias centroamericanas y en junio pasado visitó Suecia, donde ofreció diversas lecturas, entre ellas la de poemas del último libro Testamento inconcluso aparecido en su país en el presente año. Junto a artículos periodísticos y crónicas Juárez ha publicado entre otros, los poemarios: Al otro lado del espejo (1973); Veinte poemas de rigor y una canción desperdigada (2001) y Sismos y cismas en El Salvador (2001).

Las experiencias más horrorosas de la vida tienden a borrarse prontamente de los recuerdos del individuo que las ha padecido. Es un mecanismo de defensa escondido en lo más recóndito del subconsciente de todo hombre o mujer, porque lo horripilante atenta directamente en contra de la sublimidad propia del espíritu humano.

Pero el intento de borrar de la memoria las experiencias más terroríficas de la existencia, no es el caso de Salvador Juárez; lo cual queda plasmado definitivamente y de una manera muy franca, en su poemario Testamento Inconcluso. Allí Juárez relata en verso libre una gesta que en el ámbito de la historia salvadoreña puede ser similar al periplo de Dante Aligieri hasta el fondo del infierno de la Florencia de aquella época. Y este Dante de la raza de los pipiles de genética rebelde, nos da a conocer en un Testamento Inconcluso, su recorrido por el averno salvadoreño, sin rigurosidad cronológica; pero haciendo el intento de dotar los acontecimientos de cierto orden en el tiempo, donde descubrimos que ese brutal recorrido comienza ha ser relatado desde el paso del poeta por los calabozos clandestinos del aparato policíaco del régimen: Fatídicas tinieblas en donde el que llega allí, al chirrido de las rejas que se cierran a sus espaldas, como en aquél otro infierno relatado por el poeta de la época renacentista, pierde toda esperanza.

Su participación directa como combatiente revolucionario no es ningún infierno para Juárez, por el contrario es el nirvana que le ofrece la catarsis liberadora a su espíritu combativo. Sí es infierno para el poeta, la persecución que sufre el pueblo campesino por parte de un ejército armado y entrenado por la mayor potencia bélica del mundo que persigue a sus víctimas civiles sin piedad ni tregua, arrojando labradores de todas las edades en abruptos despeñaderos y en torrentes caudalosos, o bañándolos con fuego de napalm. Estremecedoramente los versos del poeta nos recuerdan cómo las madres se ven obligadas a estrangular a sus lactantes que lloran, con el objeto de evadir la implacable persecución de los soldados de su propio país.

Y siendo que no es la rigurosidad cronológica asunto de ese testamento, nos atrevemos a postular que el siguiente abismo que nos revela Salvador Juárez es aquella desesperación indescriptible que sobreviene, concluida la guerra y firmados los Acuerdos de Paz, al caer víctima de la marginación de los dirigentes de la élite revolucionaria, cuyas residencias, sus vehículos de vidrios polarizados, la telefonía de sus guardaespaldas y sus dispositivos de seguridad nada envidian a los de la refinada burguesía. Esos líderes que han aborrecido al poeta por causa de la indocilidad mental que muestra respecto de prejuicios y dogmas anticientíficos y preestablecidos, y ante todo por la inevitable rebeldía que florece en su alma de rechazar el drama faustiano de vender el alma al diablo a cambio de míseras migajas, que no resuelven ni momentáneamente el hambre pertinaz de las amplias masas marginales de El Salvador. Porque en ellos que son los descendientes pipiles, el hambre existe ya desde hace más de quinientos años.

Uno de los reductos más negros y horrendos de este círculo infernal que ha golpeado para siempre la sensibilidad de Salvador Juárez, está referido a la ocasión en que la nueva policía, (resultado de los Acuerdos de Paz en un alarde de mostrar su nuevo estilo sobre las calles de la capital), lanza su ímpetu represivo en contra de una multitud de minusválidos, lisiados de guerra que reclamaban sus derechos&

Con la poesía como herramienta genuina y versos de lengua autóctona nos revela Juárez en su Testamento Inconcluso, las dantescas escenas cuyo dramatismo no alcanzan a revelar ni siquiera las cámaras de televisión, en un país llamado El Salvador, en donde todavía está fresca la tinta con que se ha firmado la paz entre los que lo tienen todo y los que no tienen nada&: Los flamantes nuevos policías, liquidando impedidos físicos de ambos sexos y todas las edades con balas de caucho, y éstos, esgrimiendo sus prótesis como escudos en un absurdo combate cuerpo a cuerpo, que todavía se esfuerzan por hacer la V de la victoria con sus manos mutiladas.

En otras profundidades de ese abismo inextricable ha llegado Juárez al círculo del alcoholismo y de las drogas duras, y que el poeta muestra como marca indeleble que también queda registrado como testimonio para la salvadoreñidad y para el mundo entero, en su Testamento Inconcluso.

Y consecuencia de esa incierta y tal vez involuntaria excursión por los infiernos, ni perece el poeta ni está dispuesto a olvidar, por el contrario Salvador Juárez se da a la tarea de plasmarlo todo en El Testamento Inconcluso, con el presumible propósito de proyectar a su pueblo pipil, igual que a la humanidad entera, la más valiosa herencia que ser humano alguno pueda dejar a las generaciones venideras.

En el intrincado laberinto que es el Testamento Inconcluso de Salvador Juárez, hay escondido discretamente un diamante para el que lo quiera tomar. Es que el poeta, ni siquiera del desprecio de que es objeto por parte de la élite de los grandes líderes, saca conclusiones reaccionarias como muchas otras víctimas de la purificación de las estructuras lo han hecho. Juárez llega mediante una clara solvencia moral y suficiente elegancia poética a conclusiones revolucionarias; se dirige ante todo a los salvadoreños de a pie, y les llama a no rendirse ante la adversidad de ser víctimas seculares de la dictadura del statu quo y de la ingratitud y la carencia de sensibilidad humana mostrada por los detentores del poder. Si esto no se da deja da en forma explícita Testamento Inconcluso, sin embargo de lectura creo entrever que como todo revolucionario Juárez, avisora un futuro luminoso para después de la lucha. Toda una herencia para los desventurados.



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