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El Tío de la mina en Suecia |
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escribe Víctor Montoya Cuando los amigos me preguntan qué es de mi Tío de la mina (Ojo, aquí no hablo de mi tío Filemón Escóbar, quien también vivió y trabajó en las minas de Siglo XX, sino de ese otro ser demoníaco que habita en las profundidades de la cordillera andina). A veces, en un intento de esquivar la pregunta, me hago el sueco y opto por refugiarme en el sabio silencio, pero casi siempre, sin pelos en la lengua ni trabas en la mente, les cuento que mi Tío, desde el día en que llegó de Bolivia, cargado de su chuspa de coca y sus botellas de Singani, no ha dejado de sorprenderme con sus diabluras; se enamoró de mi mujer, sembró el temor entre mis guaguas, y a mí, en cada una de nuestras farras, me ha dejado sin una gota de trago, como enseñándome en los hechos: quien se duerme chupando (la botella, se entiende) no tiene derecho a un chakiy para curar la cabeza. Este mi Tío, que posee los atributos de los seres todopoderosos, se me ríe en las barbas y lanza un chasco cada vez que se le ocurre tomarme el pelo. -No te hagas el thanta escritor, pues -dice-. Levanta la cabeza y ten orgullo, carajo. Si has tenido el coraje de traerme hasta la tierra de los vikingos, cómo no vas a ser capaz de escribir lo que te dicta el corazón. Escribir es tan fácil como abrir el grifo de la pila. Le das la vuelta a la izquierda y, ¡zas-zas!, chorrea el agua. Yo lo miro abobado, pero como no quiero darme por vencido, y en procura de poner a salvo mi propia integridad, le saco a cuento las fascinantes historias de Hades y el Minotauro, de Mefistófeles de Goethe y el Satanás de Bulgakov. -¡Macanas!, esas son puras macanas -refunfuña-. Escribe sobre mí y verás hasta dónde llegas... -No te preocupes, no te llevaremos al infierno, allí no te necesitamos. Qué haríamos con un escritor cuya vida se va trocando en cuento. Por otra parte, tú sabes que los diablos de la mina somos temerarios sólo cuando nos friegan más de la cuenta y somos cariñosos y hasta dadivosos cuando nos tratan con dignidad y respeto, incluso somos tan sensibles que sentimos los flechazos de amor de las chinas supay y las chinas moreno. ¿Qué te parece, eh? ¿Qué te parece?... Con el Tío charlamos siempre de igual a igual, aunque desde el día en que tuvimos una disputa seria sobre la existencia de Dios, a quien lo considera su adversario irreconciliable, ya no me atrevo a decirle mucho, pues apenitas le levanto la voz, me clava su mirada de fuego y hace crujir sus colmillos como si triturara arena con los dientes. Así que, cuando nos sentamos frente a frente, dispuestos a fumar un cigarrillo y brindar por nuestra suerte, prefiero amarrarme la lengua y no meterme en temas que no me incumben; al fin y al cabo, si él tiene algún problema con Dios es su problema y no el mío. ¿O qué opinan ustedes? A mí que me deje tranquilo, pues no lo traje a Suecia para que me meta en líos, sino para enterarle que aquí también se baila la diablada en su honor, que se arman procesiones con la Virgen a cuestas y se organizan jaranas que, entre challa y challa, nos retornan a las entrañas de la Pachamama. Cuando le cuento todo esto a mi Tío, quien en realidad es un ser subterráneo acostumbrado a los laberintos de la mina y la oscuridad, le entran hartas ganas de mostrarse a luz del día y participar en el encuentro anual de bolivianos, al menos para echarles ojo a las hermosas danzarinas del Carnaval y pegarles un susto mientras menos se lo esperan. Yo me mato de la risa de las ocurrencias de mi Tío, quien no ha perdido el brillo en el habla ni en la mirada. Está hecho de magia y fantasía popular, encarna los cuatro elementos de la realidad y explaya un gran sentido del humor, se burla de sí mismo, como si no se tomara en serio, y se ríe con sonoras carcajadas de los incrédulos que lo tiene sólo por Lucifer entre los luciferes. ¡Ah!, para los amigos que me han preguntado por mi Tío, aquí se los muestro vivito y coleando; tiene su infaltable cigarrillo en la boca, sus botellas de quemapecho, su coquita, sus serpentinas, mixturas y confites, pues a este ser con cuernos, colmillos afilados, orejas de asno y ojos chispeantes, le gusta disfrutar de la vida, de la buena comida y la buena bebida. No es un esperpento cualquiera llegado de las catacumbas del infierno, sino uno de los personajes principales de la mitología andina. Él es el dueño de los minerales y el amo de los mineros, quienes le rinden pleitesía y le brindan ofrendas rogándole que les conceda salud, dinero y amor. ¿Qué más pueden pedirle los desheredados de esta tierra? No lo sé... No lo sé... Déjenme pensarlo, mientras tanto ustedes tienen la palabra. |
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