inicio | opinión | notas | cartelera | miscelanea sueca | suplementos | enlaces
30-Mayo-2003

 

De la peregrinación del poeta

 

escribe L.Crespín

Cuando apareció Salvador Juárez sin mucho preámbulo entre salvadoreños desterrados hasta las vecindades del Círculo Polar Artico (la interminable tragedia social ha empujado salvadoreños hasta los confines más inverosímiles del mundo), el primero de mayo del año dosmiltrés era ya primavera en los parajes escandinavos. Pero el día estaba sombrío, las conciencias del movimiento obrero habían marchado por la mañana bajo la lluvia; en algunos lugares se habían librado batallas campales en contra de la brutalidad policial, pero la persistente lluvia helada, inmediatamente ahogaba todo vestigio de lucha en un húmedo silencio, y la monotonía aseguraba su predominancia sobre las calles de las urbes nórdicas.

Vestía de negro el poeta, y no era por luto o por gusto, según nos pudimos dar cuenta, sino porque en El Salvador, la poesía y los poetas, como los salvadoreños desterrados, no tienen donde escoger; deben vivir con lo que les dan. Y como los salvadoreños desterrados, el poeta no quiere comer los tres tiempos de comida, para poder remesar un poco de dinero hacia los parientes del interior, aunque las financieras se queden con la mayor parte de lo que se ahorra a costa de coquetear con la desnutrición.

Nos ha saludado el poeta y enseguida nos ha envuelto con un verbo cálido, hermosamente fluido y apacible que nos ha espantado el frío, inmediatamente.

Su rostro es sereno, pero sus ojos azabache no pueden ocultar la profunda melancolía, que es la melancolía de el salvadoreño de la calle, aquellos que once años después de los acuerdos de paz, no encuentran paz en ninguna parte, porque los dirigentes firmantes de tales acuerdos, olvidaron muy pronto que toda pacificación social comienza por la paz de las tripas, y la paz que da un techo seguro, la que dan las escuelas, la ocupación asegurada y justamente remunerada.

Es evidente el esfuerzo intelectual del Salvador Juárez por tratar de desentrañar la perversidad que se encierra en el hecho que, contrariamente a lo que nos aconseja la lógica, después de guerra y acuerdos de paz, todo sea peor para el pueblo llano que vertió su sangre y su heredad sobre los campos de batalla; y ha reconocido que el pueblo pobre ya sólo es capaz de heredar neurosis, desnutrición y desesperanza a las generaciones venideras.

Nos ha mostrado su obra el poeta: Sin oficio ni beneficio; Puro guanaco; Testamento inconcluso; etc,., y hemos reconocido en ella, la coherencia histórica de la cultura salvadoreña.

Creo ver un dejo de cansancio en la silueta de Salvador Juárez, pero él se asegura con fuerzas suficientes para continuar su peregrinaje en búsqueda de la salida al terrible laberinto a que el poder de los poderosos nos ha lanzado a los salvadoreños todos. Ha subido cumbres luminosas, ha bajado despeñaderos insondables, ha llegado al mismísimo infierno de la abstinencia alcohólica más absoluta, en busca de una respuesta cada vez más huidiza, mientras los salvadoreños del interior siguen cercados por el desempleo, el hambre, la sed y la indetenible debacle ecológica.

Todavía le tiembla la voz al recordar cómo en medio de la pasión de sentirse devorado él y su familia por el hambre, la sed, y el desahucio económico; se presentó ante él un ángel de rostro conocido, supuestamente mensajero de Dios, para ofrecerle un empleo magníficamente remunerado en el círculo de las élites, a cambio de su alma de poeta. Se dio entonces cuenta que no era tal ángel enviado de Dios, sino de Satanás, y le rechazó, una y otra vez con la irremisible determinación de su espíritu poético. El dice que sólo sintió deseos de llorar, pero hay quien asegura que el poeta lloró discretamente bajo la luz de la luna, para que sus hijos no creyeran ver en él el rostro de la desesperanza, y sus lágrimas eran de una plata líquida e irrecuperable, imposible de utilizar como moneda de cambio, pero esas lágrimas dejaron un lustre plateado a su alma y a su poesía, para siempre.

Como otras veces ha sucedido con otros peregrinos, los que le hemos escuchado a él, nos hemos llevado la mano a la altura del corazón para expresarnos conmovidos y prometer unidad y continuidad en esta lucha que se ve interminable, y acompañar al poeta en la búsqueda de la salida a este laberinto en que nos han encerrado los señores de la economía, de la guerra y de los acuerdos de paz.

Se han despedido de mí Salvador Juárez, no con un adiós, sino con un hasta siempre; me ha mirado directamente a los ojos, y yo he reconocido en ellos, los ojos tristes de mis hermanos, los salvadoreños de la calle; también yo he prometido, y talvez no en vano, seguirle en la búsqueda de la ruta que ya esbozó José Martí para nosotros, hacia donde América y el hombre dignos sean.



Copyright ©
Semanario Liberación
Box 18040
20032, Malmö, Suecia
Teléfono: +46 40 672 65 02
Telefax: +46 40 672 65 03
Correo electrónico: