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Un paso con Cuba |
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escribe Carlos Morales Cuando en 2001 mataron a Timothy Mac Veigh, el asesino de los niños de Oklahoma, en la silla eléctrica, no sentí ninguna pena. Pero ahora que mataron en Cuba a tres responsables del secuestro de un ferry en dirección a Miami, sentí un inusitado dolor. Me sentí obligado a razonar por qué no me dolió el criminal yanki y sí me afligieron los tres disidentes cubanos, si animales son de un mismo pelaje. Y así reflexioné: Es que no me dolió por ellos, y me cuesta admitirlo, porque toda muerte a mansalva debería de subvertir la sangre; pero es que me dolió por Cuba. Asocié de inmediato la campaña que se vendría contra la isla por haber aplicado la pena capital a tres delincuentes mercenarios que pusieron en riesgo la vida de muchos pasajeros usándolos de rehenes para abrazar la tierra tantas veces prometida, con recompensa en dólares y trabajo inmediato. No tengo espíritu para justificar la muerte ni en castigo por delitos atroces. No tanto porque no sea un modo válido de liberar de peligro a otras víctimas potenciales (de violación, por ejemplo), sino por el riesgo del error judicial o del uso perverso o por mi propia incapacidad para disponer de la vida de otros aun con el pretexto de la justicia, equilibrada y ciega, que no se da en ninguna parte. La campaña contra Cuba no tardó. Se soltó por todos los rincones de la Little Havana y rápidamente restalló en Ginebra y en el mundo entero, aun cuando en Irak se acribillaban "quirúrgicamente" hombres, mujeres y niños por docenas y sin prensa libre. Pero lo más triste de todo fue que dos pensadores mundiales, amigos de Cuba toda la vida, se desmarcaron de la lucha isleña y prácticamente dijeron "hasta aquí" por repudio a los tres fusilamientos. Mi amigo Eduardo Galeano, cronista de los pueblos de América y una de las plumas más incisivas contra la injusticia mundial, decidió recriminarle a Cuba falta de democracia, falta de libertades, de elecciones y exceso de autoritarismo. El portugués José Saramago, Premio Nobel de literatura cuya lucidez y coherencia ideológica aprecio bastante más que su novelística, salió intempestivo el día posterior a los fusilamientos para romper con el régimen cubano que siempre apoyó. Y ya como para terminar de afligir, mi admirado novelista y clarividente mexicano, Carlos Fuentes, aprovechó la coyuntura para rajarle cuatro palos a la isla y remachar algunos enemigos personales que todavía le quedan en ella. La noche cuando todo esto se juntó, dormí poco y pasé de una pesadilla a otra, dándole vuelta a la crisis cubana y viendo las atrocidades de la toma de Bagdad en la página de Aljjazira, porque de este lado todo era quirúrgico, preventivo y aséptico. ¿Es que acaso Cuba bloqueada puede conducir su democracia a la manera de una nación europea y abrir partidos multicolores y campañas publicitarias sin el determinismo de un Miami acechante que se dio el lujo de poner hasta Presidente de los Estados Unidos mediante un fraude ampliamente conocido? ¿Es que podría la isla sostener en paz un experimento socialista junto a una nación prepotente que, a l0.000 kilómetros de distancia, le acaba de ordenar a Irak, después de lincharlo, que sólo puede elegir un gobierno que a ella le simpatice? ¿Recordará alguien Nicaragua y sus repetidas elecciones en los 80 (en medio del ataque de los contras) que sólo fueron admitidas cuando las perdieron los ya desgastados sandinistas? Sería absurdo justificar las l40 penas de muerte decretadas según las leyes de Texas y condenar las de Cuba -también legales- solo porque Bush las bendijo. La pena de muerte no es admisible en ninguna parte, porque la judicatura tiene obligación de respetar la vida para que no se imponga la ley del Talión, pero de allí a condenar a Cuba por lo mismo que hace Texas, desconociendo las circunstancias de su eterno acoso, hay un paso que los esperanzados y los utópicos no podemos dar. Es un paso atrás. Y menos cuando esa condena viene del país atacante, del país que más convenios internacionales viola, del país que no se somete a La Haya ni a la Corte Penal Internacional, ni al Pacto de Kyoto, ni a la Convención de Ginebra sobre prisioneros de guerra, ni al Consejo de Seguridad, ni a la ONU, ni a nada. No. No a la guerra, no a la muerte, pero tampoco abandonar a Cuba. Al contrario, cuando el mundo se va descomponiendo en un estercolero de corrupción y mediocridad plutocrática, mientras Cuba resiste heroica tratando de preservar valores esenciales de dignidad martiana y dándole a su pueblo lo que otros pueblos rastrean en los basureros y es por ello estigmatizada, uno no puede quitarse. Uno tiene que decir sí, de frente, y dar un paso junto a su pueblo. En las peores circunstancias se prueban los amigos. Y como las habrá peores, porque el imperio así lo quiere, Fuentes, Saramago y Galeano todavía tendrán otra oportunidad. Ojalá que la Cuba socialista siga vigente, para que se las brinde, porque si el terrorismo de estado la arrasa, como a Irak, entonces sí la pierden del todo. Y la perderemos todos. Carlos Morales es escritor y periodista costarricense. |
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