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Cercos |
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escribe Angela García Agua, tiempo, arena es el conjunto simbólico inicial que sustantiva los poemas que encontramos al abordar la lectura de Cercos luego de rehacernos de una introducción que predispone más para un texto argumentativo, tal como suelen ser los sermones políticos o feministas aunque esten asentados en un lenguaje poético. El efecto primero de la mirada de Karin Lentz sobre su propio pasado, es una nostalgia que deja de punzar como individual y se torna dosificadamente impersonal, como un destino natural. El interrogante sobre la intensidad de lo vivido, que en la suma de las historias totales se desvanece, la afirmación de la permanencia o la duda de la permanencia ¿Estuviste aquí? ¿Estoy aquí? Lo que da confianza es la levedad de sus palabras, sin ostentación ni pretención de convencer. Esto sólo resulta de ponerse ante la balanza, con la densidad de lo anhelado en un plato y el gozo de lo vivido en el otro. La voz suena a intervalos, como en una longitud de onda corta, se somete a su propia audición y a la de una audiencia interesada. A veces tan tenue que sólo musita. Y es que juntos de nuevo confirmamos que en la balanza lo soñado se sobrepone a lo realizado el lecho se hace estrecho. No caben los sueños. Pero la gloria del sueño es su poder de conducción mientras vigoriza la estructura biológica con que estamos dotados. Encuentros, señales, claves, algunas estrategias: rostros, polvo, huellas. Todo en un lenguaje por encima de la anécdota, en la primera parte del libro. La mirada de quien se da la vuelta en un alto y contempla lo recorrido sin perder la conciencia del camino por delante, aún es tiempo de volar, alto o bajo. Más adelante en la lectura, la insistencia de la contemplación hacia atrás sucede en el mapa del cuerpo. El cuerpo es camino y tiempo donde las huellas perdurarán lo preciso hasta que sobrevenga la arena irremediable. Las memorias corporales es el texto capital de Cercos, pues crea una biósfera habitada de aromas, visiones, referencias del tacto y sabores; de modos de latir. Un texto como una acupuntura china, suerte de medio curativo sobre ese recorrido en el pasado. Los lugares del cuerpo donde el calor responde a la textura intangible del recuerdo. Y el método de la anécdota telegráfica adquiere aquí un sentido. Leo en esta exposición del cuerpo, la encrucijada del miedo y el dolor, resuelta en el gusto de lo vivido, plaza donde protagonizamos la danza de las relaciones con los otros y con el otro. Estas 49 páginas de Karin Lentz a pesar de estar divididas en cinco capítulos, se presentan pues en dos planos: El primero es una enumeración de estados o verbos, como una escritura en grafito, y el otro una escritura en relieve que conecta más claramente al lector con la experiencia manifestada. Esta edición del Instituto Cubano del Libro, impresa en Colombia, ilustrada por Sesti di Lucca, traducida por Rubén Aguilera, fue presentada en la reciente Feria de libro en La Habana, Cuba. |
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