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Cruz y Serey, dos poetas sanfelipeños |
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escribe Juan Cameron Las recientes publicaciones de Cristian Cruz y Patricio Serey, ambos de la localidad de San Felipe, se da cuenta de una línea eficaz en la más joven poesía chilena, como de un vínculo demasiado cercano con la producción de Jorge Teillier y sus contemporáneos. En el reciente año 2002 Cristian Cruz publica Fervor del regreso, por Ediciones del Temple, San Felipe, en tanto que Patricio Serey entrega Con la razón que me da el ser vivo, como premio del certamen literario organizado por el Centro Almendral, Corporación CIEM Aconcagua, de la vecina ciudad de Los Andes. Ambos poetas son miembros de un mismo grupo y promoción. Cruz nace en Putaendo en 1973; fue becario de la Fundación Neruda y, el año 2000, debuta con el poemario Pequeño País. Es egresado de Pedagogía en Educación Básica Rural por la Universidad de Playa Ancha y, en 1994, funda el grupo Clepsidra, con el cual publica, en 1997, una recopilación antológica de sus miembros. En tanto Serey, cuyo nombre original es Patricio Valencia Saavedra, nació en San Felipe, en 1974. Resulta curiosa la fuerte vinculación de estos noveles escritores con la poesía de tendencia lárica expuesta con maestría por Jorge Teillier. En Cristián Cruz se manifiesta en la continua repetición de imágenes bucólicas o escenas campesinas como recuerdo de lo pasado: no sabe por qué recuerda/ asnos cargados/ baldes humeantes de leche en el corral,/ pero su sombra pende del árbol/ con un aleteo desordenado de recuerdos («Morada», página 12). Y también: Desde el cerco/ el ave grita al espantapájaros,/ el color del grano y el agua de los surcos/ son la única respuesta («El miedo», pág. 13). En Serey se da a veces en la voluntad de montaje en la enumeración de circunstancias similares que, tal como ocurre en el poeta lárico, tienden a la contemplación: Esto no es suficiente/ nos faltan cien años sentados en un escaño/ para ordeñar hasta la última gota al cigarro/ como esquizofrénico que envejece («No es suficiente», pág. 25). Obsérvese a modo de simple ejemplo, pues éstos son numerosos a través de la obra teillierana, los primeros versos de «Epílogo», de Para ángeles y gorriones; allí el poeta lárico anuncia: Tal vez nos queda contemplar el cielo./ Nunca estuvo entre nosotros./ Aún cuando la lluvia se escurrió entre los dedos. También resulta vinculante la aclaración de página 28 (en «Los duraznos de la fatiga nos cubren con su manto rosa erosionado») al citar en el primer verso: En mi casa de la frontera, con una llamada a pie de página donde aclara Entre el pueblo que crece y el pueblo que se extingue. Visión de realidad y memoria en la cual el sustantivo «frontera» remite a una región precisa del país, cuna y lugar de infancia de Teillier. Sin embargo en Patricio Serey se denota la intención de ampliar sus imágenes. Al menos así lo propone al incluir en su trabajo epígrafes de los principales Rosamel del Valle y Enrique Lihn, y también del autor santiaguino Jorge Jobet (este último, bajo entera responsabilidad de quien lo incluye). Lo lárico se ha extendido en esa región a causa de la imagen romántica e inmediata del creador lautarino, como por la identificación provincial con una poesía de atemperada hondura existencial (según habría dicho Johannes Pfeiffer). Pero, además, se debe al temprano reconocimiento que Cristian Cruz obtuviera luego de ser finalista, y obtener la mención honrosa en el concurso literario Municipalidad de Lautaro a su hijo ilustre Jorge Teillier, en 1998. Fuera de esta raíz tan cercana y que emerge con la insistencia del aromo -por repetir una imagen pertinente- se trata de autores válidos, es decir con oficio y en pleno desarrollo. Cristian Cruz calibra bien sus versos; su proposición resulta sincera y fluida y posee buen gusto en su estilo: No pienso descubrir nada a estas alturas/ he sido iluminado y opacado por seres que no conozco,/ yo no he escrito nada pequeña estrella entre la multitud/ toda ha sido un manifiesto de las cosas («Nada me trae el tiempo», pág. 27). Oficio que bien resume su prologuista, Armando Roa Vial, al afirmar que «da en el blanco con la puntería del artesano» como «un cazador premunido de balas de grueso calibre, aunque no por ello estruendosas». Hagamos votos por presas mayores y de personal goce estético, entonces. Patricio Serey ganó con este trabajo el primer lugar del certamen de la Corporación CIEM Aconcagua el año recién pasado. Era lejos el mejor trabajo de una cincuentena de originales, seleccionados por un jurado compuesto por Floridor Pérez, Nadia Prado y quien firma esta nota. Sus trabajos de mayor extensión y motivos señalan a un poeta en ciernes cuyo nombre, de continuar en la tarea, habrá de instalarse muy pronto en la lírica nacional. De seguro a ambos los leeremos en nuevas producciones aunque no sea, como ahora, con la razón del regreso del gran poeta lárico chileno. |
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