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02-Mayo-2003

 

El primero de mayo
Un día de protesta contra la opresión

 

Terminada la guerra civil que impuso el modelo capitalista sobre el sur esclavista, los Estados Unidos comenzó a desarrollar su producción basado en la feroz explotación de los trabajadores.
La mayoría eran inmigrantes, y algunos contaban con experiencia sindical, por lo que al tiempo comenzaron a desarrollar los primeros sindicatos. Las primeras huelgas y movilizaciones de 1877 fueron reprimidas violentamente. Las jornadas laborales eran de 12 y 14 horas, y no se distinguía entre niños y adultos.

En 1880 quedo conformada la federación de organizaciones de sindicatos y trade unions (Federation of Organized Trades and Labor Unions), y en 1884 se aprobó una resolución para establecer, a partir del primero de mayo de 1886, las ocho horas de trabajo, mediante una Huelga General. En el llamado se decía Un día de protesta contra la opresión y la tiranía, contra la ignorancia y la guerra de todo tipo. Un día en que comenzar a disfrutar ocho horas de trabajo, ocho horas de descanso, ocho horas para lo que nos dé la gana.

El movimiento sindical crecía rápidamente en todo el país, en 1885, estaban sindicalizadas unas 100.000 personas, al año siguiente, ya eran 700.000.

El primero de mayo de 1886 se inició la huelga general por las ocho horas. Decenas de miles de trabajadores salieron a la calle en diversas ciudades y en Chicago que era el valuarte de la huelga, se paralizó casi completamente la ciudad.

Las empresas contrataron esquiroles, al tiempo que la policía reprimía las concentraciones de los huelguistas.

Un incidente crítico ocurrió en la planta de McCormick Reaper en Chicago. Los patronos cerraron la planta desde mediados del verano a los trabajadores sindicalizados y la policía llevaba a diario grupos de esquiroles. El 2 de mayo, mientras un grupo de 6000 ó 7000 trabajadores reclamaba contra los rompehuelgas, la policía reprimió a los manifestantes.

En medio de una batalla de piedras de los obreros y las balas de la policía, los trabajadores de repente se dispersaron y huyeron. En la espalda les explotaron balas. Por lo menos dos trabajadores cayeron muertos; muchos quedaron heridos, entre ellos muchos niños.

Al día siguiente, el 3 de mayo, el crecimiento de la huelga era alarmante. En el movimiento participaban más de 340.000 trabajadores por todo el país, 190.000 de ellos en huelga. En Chicago, 80.000 hacían huelga. Cuando centenares de costureras se lanzaron a la calle para sumarse a las manifestaciones, el Chicago Tribune berreó: ¡Amazonas bravas!.

La mañana del 4 de mayo, la policía atacó una columna de 3000 huelguistas. Por toda la ciudad se formaron grupos de trabajadores. Al atardecer, Haymarket era una de las muchas reuniones de protesta, con 3000 participantes.

Los discursos siguieron, uno tras otro, desde la parte de atrás de un vagón. Al comenzar a llover, la reunión se disolvió. De repente, cuando solamente quedaban 200 asistentes, un destacamento de 180 policías, fuertemente armados, se presentó y un oficial ordenó dispersarse. Le respondieron que era un mitin legal y pacífico. Cuando el capitán de policía se volteó para darles órdenes a sus hombres, una bomba estalló en sus filas. La policía transformó a Haymarket en una zona de fuego indiscriminado, descargando salva tras salva contra la multitud, matando a varios e hiriendo a 200. Siete agentes murieron, la mayoría a causa de balas de armas de la policía.

La clase dominante usó este incidente como pretexto para desatar su planeada ofensiva: en las calles, en los tribunales y en la prensa. Los titulares bramaban: Brutos sangrientos, Rufianes rojo, Odeabanderas rojos, Dinamarquistas. El Chicago Tribune escribió el 6 de mayo: Estas serpientes se han calentado y alimentado bajo el sol de la tolerancia hasta que, al final, se han envalentonado para atacar la sociedad, el orden público y el gobierno. El Chicago Herald del 6 de mayo: La chusma que Spies y Fielden incitaron a matar no son americanos. Son la hez de Europa que ha venido a estas costas para abusar de la hospitalidad y desafiar la autoridad del país.

El 5 de mayo en Milwaukee la milicia del estado respondió con una masacre sangrienta de un mitin de trabajadores; balacearon a ocho trabajadores polacos y un alemán por violar la ley marcial. La clase dominante abrió un gran jurado en Chicago a mediados de mayo de 1886. La acusación: asesinar a un policía que murió en Haymarket. Todos los acusados eran miembros prominentes de la IWPA: August Spies, Michael Schwab, Samuel Fielden, Albert R. Parsons, Adolf Fischer, George Engel, Louis Lingg y Oscar Neebe.

A todas luces, el juicio fue un linchamiento legal. Primero, juzgaron a todos los acusados en un juicio conjunto, aunque eran un grupo muy diverso, con ideas políticas de diferentes tendencias, que jugaron papeles muy distintos en los hechos de mayo.

Segundo, la manipulación del jurado fue frontal. El proceso normal de escoger a los jurados por sorteo se descartó de plano; en su lugar se nombró un alguacil especial. Este se jactó: Estoy manejando este proceso y sé qué debo hacer. Estos tipos van a colgar de una horca con plena seguridad.

El juicio se celebró sin ninguna prueba de participación en el incidente de la bomba. Solamente dos de los ocho acusados estaban presentes en la reunión donde estalló.

La cuestión de quién soltó la bomba se ha debatido pero jamás se ha resuelto. Parece que fue un tal Rudolf Schnaubelt, sospechoso de ser un agente encubierto de la policía. Los hechos son contradictorios. Se ha probado, sin embargo, que la policía lo detuvo dos veces después de Haymarket y lo soltó. Esto a lo mínimo indica que a la policía no le interesaba someter a juicio a la persona que soltó la bomba; su verdadero blanco eran los líderes de las protestas

El juicio duró varios meses. Amenazaron y sobornaron a varios trabajadores para que dieran un testimonio ridículo sobre conspiraciones de todo tipo. Las palabras del fiscal Grinnell hablaban por sí mismas:

La ley está en juicio. La anarquía está en juicio. El gran jurado ha escogido y acusado a estos hombres porque fueron los líderes. No son más culpables que los miles que los siguieron. Señores del jurado, condenen a estos hombres, denles un castigo ejemplar, ahórquenlos y salven nuestras instituciones, nuestra sociedad.

Resumiendo sus principios revolucionarios ante el tribunal. Spies concluyó con estas palabras: Bueno, estas son mis ideas.... si ustedes piensan que pueden borrar estas ideas que están ganando más y más partidarios con el paso de cada día, si ustedes piensan que pueden borrarlas ahorcándonos, si una vez más ustedes imponen la pena de muerte por atreverse a decir la verdad. Los reto a mostrarnos cuándo hemos mentido digo, si la muerte es la pena por declarar la verdad, pues (pagaré con orgullo y desafío el alto precio! ¡Llamen al verdugo!.

Lingg, de 21 años, escupió con desafío: Repito que soy enemigo del `orden de hoy y repito que, con todas mis fuerzas, mientras tenga aliento para respirar, lo combatiré.... Los desprecio. Desprecio su orden, sus leyes, su autoridad apuntalada por la fuerza. Ahórquenme por ello.

Los siete fueron condenados a muerte.

Surgió un gran movimiento para defenderlos; se celebraron mítines por todo el mundo: Holanda, Francia, Rusia, Italia, España y por todo Estados Unidos. En Alemania, la reacción de los trabajadores sobre Haymarket perturbó tanto a Bismarck que prohibió toda reunión pública.

Al aproximarse el día de la ejecución, cambiaron la sentencia de dos de los condenados a cadena perpetua. Louis Lingg apareció muerto en su celda: un fulminante de dinamita le voló la tapa de los sesos. No se sabe si esto fue un acto final de desafío; sin embargo, se rumoraba que le iban a suspender la ejecución, así que es probable que su muerte fuera un asesinato.

El 11 de noviembre de 1886, denominado luego el Viernes negro, fue el día programado para la ejecución. Los periódicos de Chicago vibraban con rumores de que iba a estallar una guerra civil en las calles. El medio millón de personas que asistieron al cortejo fúnebre es testimonio de que el nerviosismo de la burguesía era justificado. Y parece que se propusieron planes de atacar la cárcel. No obstante, los condenados hicieron que sus compañeros prometieran no llevar a cabo tales actos temerarios.

Al mediodía, cuatro hombres (Spies, Engel, Parsons y Fischer) se presentaron ante la horca, con togas blancas. Spies habló, mientras le cubrían la cabeza con la capucha: Llegará un tiempo en que nuestro silencio será más poderoso que las voces que ustedes estrangulan hoy. Parsons gritó: ¡Permítame hablar, sheriff Matson! Que se oiga la voz del pueblo.... El nudo corredizo se apretó silenciándolo.



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