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02-Mayo-2003

 

Lo efímero y lo permanente en Eugenio Montejo
Adiós al Siglo XX y otras notas

 

escribe Juan Cameron

El Premio Nacional de Literatura Eugenio Montejo, que en fecha reciente participara en el encuentro Chilepoesía, entregó a fines del año anterior en España su obra Papiros amorosos. Esta, junto a Adiós al Siglo XX, da cuenta de la más significativa obra del vate caraqueño, considerado uno de los mayores exponentes del género en las últimas décadas.

Varios estudiosos, en gran parte venezolanos como el autor, destacan en estos años recientes la obra del poeta caraqueño Eugenio Montejo. Para Javier Meneses Linares, de la Universidad de Zulia (Voz y Lenguaje en Eugenio Montejo, Revista Espéculo, Universidad Complutense de Madrid, 1999), en su obra encontramos «una suerte de revelación» donde «todo puede ser prodigioso si lo vemos y sentimos de un modo íntimo y perdurable».

Las características anotadas por sus lectores -nostalgia, ternura, simbología y otras- se encuentran con facilidad en las páginas de Adiós al Siglo XX, que apareciera por primera vez en Caracas bajo el sello de Ediciones Aymaría. El texto que inicia el volumen, y le da el título, está cargado de referencias hiperconnotadas para quien atravesó ese mismo siglo de la mano de Marx, de Freud, de Mondrain o de Mao. A veces, con una cercanía a nuestro Julio Cortázar, prosigue entre las piedras de los viejos suburbios/ por un trago, por un poco de jazz,/ contemplando los dioses que duermen disueltos/ en el serrín de los bares. Para el lector, entrelineados, podrían también aparecer James Dean, el Che o Edward Hopper.

Otro texto señero en este punto, entre muchísimos a mencionar, es Mediodía. La detención de la imagen por obra de la naturaleza la traslada, como una fotografía, al espacio del lar y de la memoria. Ciertas palabras, como retratos y pregón, cumplen con esa función traslativa para connotar la imagen de «infancia». La luz hace que el tiempo sea una sola entidad: Hace calor en Güigüe ahora,/ un calor recio que se queda temblando/ en los juncos del aire.

El sentido de lo perdurable emerge desde los símbolos elegidos por el poeta. Es así como lo efímero (la existencia individual y los sentidos que a ésta atañen) está representado por elementos de la naturaleza que destacan lo permanente de la especie. Del mismo modo como las burbujas que desaparecen de inmediato sobre la superficie del agua y quedan sin embargo en la memoria de quien se detiene a observar el fenómeno: Con efímeras flores habla la tierra,/ con corolas, con pétalos/ llenos de aromas,/ de polen, de deseos.

En la escritura de Montejo a menudo encontraremos un vínculo dialéctico que va desde lo particular a lo general y que, para el crítico Víctor Fuenmayor (Revista de Literatura Hispanoamericana Nº34, Universidad de Zulia) implica el «asujetamiento del cuerpo de la especie humana a la lengua materna, ingresando con ésta a una cultura que le pertenecerá por siempre con todo el fondo de humanidad que ella contiene». El verso la vida vale más que la vida, sólo eso cuenta, es una clara afirmación en este sentido.

Todos los seres sobre la tierra significan en su escritura este sentido de lo transcurso y trascendencia a la vez, como las madres que entran y salen de la niebla, o la serpiente que viene del paraíso y la música, de alguna estrella remota. Y estas imágenes se constituyen en metáforas del hombre y del amor, porque dura menos un hombre que una vela/ pero la tierra prefiere su lumbre/ para seguir el paso de los astros.

Una observación similar señala la profesora María del Rosario Chacón en su nota La magia del Alfabeto (Espéculo, 2000) al indicar el signo de la piedra como característica de la permanencia en la poesía montejiana. Para ella, la roca atesora los secretos del hombre; habría que agregar en este punto el paralelismo -de este elemento simbolizante- con la vida misma y la condición de fortaleza de ésta en su integración a la naturaleza como un todo. Porque, en su condición de escritor, para Montejo -como lo fue también en Enrique Lihn en forma marcada- la escritura es la única razón de vida, el único signo que lo hará individuo ante la especie y lo integrará a ésta. De allí la afirmación contenida en el texto Escritura, de su reciente libro Papiros amorosos, aparecido en España el año anterior: Alguna vez escribiré con piedras,/ midiendo cada una de mis frases/ por su peso, volumen, movimiento. Estoy cansado de palabras.

Similar resulta la imagen del gallo. Para Chacón el ave «anuncia la tragedia de una nueva realidad». Sin embargo existe otra interpretación. En el texto Nana para Emilio, de Adiós al Siglo XX, dice el autor: El gallo que oyes cantar está muy lejos/ el sueño es su único plumaje; y con ésto indica al referido allí, el hijo, que mucho más tarde en la vida será iluminado por el conocimiento y la comprensión del mundo, lo cual ahora reposa en su sueño y en su inocencia. El gallo siempre anuncia la llegada de la luz; y mañana vuelve el día/ junto a las voces que nos borró la ausencia.

Eugenio Montejo nació en Caracas en 1938. Entre otros libros ha publicado, en poesía, Elegos (1967), Muerte y memoria (1972), Algunas palabras (1977), Terredad (1978), Trópico absoluto (1982), Alfabeto del Mundo (1986), Adiós al Siglo XX (1992 y 1997), Partitura de la cigarra (1999) y Papiros amorosos (2002). En 1999 obtuvo el Premio Nacional de Literatura de Venezuela y, en marzo anterior, fue invitado al encuentro Chilepoesía, celebrado en la ciudad de Santiago.



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