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25-Abril-2003

 

Un poeta peruano en París
Más allá del día

 

escribe Juan Cameron

Más allá de su propia escritura, que con talento y oficio ubica en un nivel de subjetividad superado por la historia, Porfirio Mamani podría establecer su nombre en la lista de los mayores, si abre su poesía hacia los campos de la razón y de la territorialidad semántica. A la calidad del sonido necesita sumar el placer estético que otorga el sentido de las simples cosas.

Porfirio Mamani Macedo nació en Arequipa, en 1963, ciudad donde se titula de abogado, en la Universidad Católica Santa María, y luego continúa estudios de Literatura en la Universidad Nacional San Agustín. En Perú se da a conocer como poeta con su libro Ecos de la Memoria, publicado en 1988.

En la actualidad reside en París y allí postula a un Doctorado en Letra en la Universidad de la Sorbonne Nouvelle. En la capital gala ha publicado Dimanche, en 1995, Les Vigies, en 1997 y Au-Delà du Jour/ Más allá del día, en 1999. Este último poemario aparece en versión bilingüe bajo el sello Editinter y en versión francesa de Elisabeth Passedat. Con posterioridad a él entrega Voz a orillas de un río / Voix sur les rives dun fleuve (2002) y la novela Le jardin el loubli (2002).

Llama la atención la estética de Mamani. En Más allá del día, libro que contiene una treintena de poemas en prosa, no encontramos la menor referencia a lugares, situaciones o personas determinadas. El registro de su mundo pasa por un tamiz interior y se niega -esa idea entrega al menos- a inscribirse en cualquier escuela de conocida actualidad, a no ser alguna cuyos antecedentes bien podríamos hallar en Francia hacia finales del Siglo XIX.

Esta observación no es un juicio de valor; por el contrario, pertenece a la mayor parte de los cultores de poesía, quienes utilizan el oficio de la escritura con un afán de catarsis o de simple canto. Pero existe una gran diferencia entre esa masa informe de poetas y Mamani, quien conoce la cuestión de la escritura y elige expresarse de tal modo con plena conciencia y lucidez.

Y si bien el joven poeta peruano escapa al intento taxonómico de la crítica y la teoría inmediata, sus antecedentes (o intenciones) lo vinculan a la tradición del símbolo y sus cultores más reconocidos en este ámbito. La búsqueda de alguna pretérita razón en las cosas que el entorno ofrece, o en el simple campo de las sensaciones, le permite sindicar los elementos como símbolos de un algo mayor y más permanente que las inquietudes usuales; pero al mismo tiempo, esta suerte de atemporalidad le otorga un sesgo de ahistoricidad, tal vez no deseada por el lector del género.

La gama de símbolos a los que Mamani Macedo recurre se refieren a cosas de la naturaleza -como el alba, la piedra, el agua o la noche- a sensaciones -la soledad, la duda, la orfandad, la señal percibo- o a valores fácilmente reconocidos en el territorio de la queja contra la existencia -el dolor, la ausencia, la partida, la muerte, etc.- Ninguno de estos elementos permiten al lector ubicar el discurso en un tiempo y espacio determinados. Entonces, Más allá del día se juega por cuestiones de carácter iniciático; y en tanto símbolos, sus elementos también cargan la significación inmediata del signo en su propia existencia. Es decir, los términos elegidos por el poeta tienen una representación en su realidad y, a la vez, se refieren a valores permanentes del ser en tanto totalidad.

De tal modo el título del trabajo indica un espacio posterior al día y, esta palabra, es a la vez símbolo de la jornada, de la vida: Llévame aire, aroma protector, a tus profanos horizontes que nunca he frecuentado. Allá encontraré, viento anunciador de males, lo que he perdido («Alba», página 8). Pero esta travesía también puede referirse de manera tangencial al viaje emprendido por el autor desde su tierra a la vieja Europa.

Con todo, el juego entre realidad y símbolo cobra en Mamani un valor extra. París «es» la Ciudad Luz; y en su camino hacia ella el poeta busca ser «iluminado»: ¿cómo borrar lo que he vivido, cómo hacer otro camino estando a bordo de la única nave que nos queda? Luz, hemisferio siempre soñado, me dejas ir por este otro camino, tal vez hacia la ciudad oscura... («Luz, página 58). La relación de los signos blanco y negro, día y noche, nave y cuerpo (o vida) conforman unidades pertinentes en una aparente cascada de palabras.

En el terreno de lo formal, Macedo se maneja con facilidad y fluidez en la elección de los sonidos. Un buen ejemplo de este ejercicio se muestra en algunas muy bien logradas líneas de «¿Dónde estás viajero?» (página 44), al utilizar los sonidos erre, eme y ese en calculada serialidad; como, por ejemplo, dame una señal para atravesar el campo, desierto que me trae más recuerdos amargos, etc.

En una página web cuenta al respecto: cuando escribo, grito el poema, busco las palabras y antes de escribirlas, las repito muchas veces para ver si el sonido y su significación van con las que las preceden o anteceden. Necesito escribirlas con mi mano para darme cuenta, luego vuelvo a ellas y las vuelvo a pronunciar, como si al pronunciarlas las estuviera afinando o amoldando a lo que escribo.

Razón tiene el poeta; pero debe practicarla. La comunión entre sonido y sentido le exige, en este caso particular, una referencia más inmediata y referencial a su entorno. De esta manera, Porfirio Mamani Macedo, dará a su nombre la oportunidad de establecerse en una poesía de nivel superior, demostradas ya sus cualidades y ese talento, que indudablemente posee.



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