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11-Abril-2003

 

El optimismo y la realidad

 

escribe Mario del Gaudio

RIO DE JANEIRO. Mientras Argentina se prepara para elegir un nuevo presidente y se espera que el electorado no termine confiando en el dúo Menem-Cavallo la política y la economía de ese atormentado país, en Brasil el gobierno del presidente Luis Ignacio Lula da Silva al cumplir sus 100 días de instalado, recibe el aplauso generalizado

Lula cuenta con el apoyo masivo de la población, el 75% de la opinión pública, según encuesta realizada por la Confederación Nacional de Industrias, aprueba su gestión. La continuidad dada a la política económica de su antecesor, el ex presidente Fernando Henrique Cardoso, es respaldada con entusiasmo por los banqueros internacionales, FMI y Banco Mundial a la cabeza. También en el Parlamento sus primeras incursiones obtuvieron amplia mayoría, incluyendo los votos de sus opositores, el centroderechista PFL y el social-liberal PSDB.

Los únicos perplejos son los grupos que forman la tendencia radical de izquierda dentro del PT, el PDT del histórico líder socialdemócrata Leonel Brizola y una parte del Partido Socialista Brasileño encabezada por el ex gobernador Antony Garontinho y su esposa Rosangela, actual gobernadora del estado de Río de Janeiro.

Estos sectores esperaban, y todavía esperan, que Antonio Palocci, el ministro de Economía, cambie de política económica, tenga una especie de Plan B, coherente con el programa que el PT y la izquierda prometieron en su campaña electoral y que les permitió derrotar justamente a Cardoso en el plano programático. Hasta porque no soportan más las ironías que les lanzan como dardos los diputados del PFL y del PSDB al verlos en la obligación de defender, por disciplina partidaria, lo que antes en la oposición rechazaban indignados (reforma del sistema jubilatorio, autonomía del Banco Central, salario mínimo de 70 dólares al mes).

Claro que la onda de optimismo que la caída del llamado «riesgo Brasil» de dos mil 500 puntos para 900 (para que se tenga una idea el «riesgo Rusia» está en 300 puntos), el buen desempeño de las exportaciones que continúan en este inicio de año permitiéndole a Brasil consistentes saldos positivos en la balanza comercial, los grande superávit fiscales primarios (entradas fiscales menos gastos del Estado) obtenidos, que superaron inclusive la meta trazada por el FMI, y la creación de un escenario aparentemente propicio a la atracción de inversiones extranjeras en todos los sectores de la economía, parecen dar razón a Palocci.

Al final de cuentas Brasil en sus 8 millones 500 mil kilómetros cuadrados, la quinta extensión mayor del mundo, cuenta con un inmenso mercado de 170 millones de habitantes, es casi autosuficiente en petróleo, tiene todos los minerales posibles e imaginables, es el segundo productor de soya, maíz, carne bovina y de ave del mundo y el primero de café y caña de azúcar, y su base industrial es la más avanzada, variada y productiva del continente, desde la industria siderúrgica a la aeroespacial.
No obstante esta inmensa riqueza, apenas un millón 600 mil personas disfrutan de este país, menos del 1% de la población, concentrando el 50% de la renta nacional. En tanto, más de 100 millones de brasileños sobreviven entre la pobreza y la miseria absoluta.

La «estrategia de desarrollo» económico que causó esta increíble y perverso desequilibrio fue implantado a partir de 1964 cuando un golpe militar derrocó al gobierno nacional-progresista de Joao Goulart. En lo esencial ese modelo no fue modificado ni siquiera con la conquista de la democracia en 1985 y a pesar de que la Constitución de 1988 ofrecía importantes instrumentos para ello. Delfim Netto que fue el zar de la economía brasileña durante la dictadura teorizando que «primero hay que hacer crecer la torta para después repartirla» dijo en la última sesión del Parlamento que apoya a Palocci porque está haciendo lo mismo que él hizo, y sin prejuicio, o sea atraer capital extranjero para que Brasil siga creciendo.

Sin embargo los datos oficiales indican que a pesar del denodado esfuerzo Brasil nunca creció lo suficiente para pagar los intereses de la deuda que los llamado recursos externos (préstamos) generaron y al mismo tiempo invertir en lo social, salud, educación, previsión social, política de empleo, aumento del salario mínimo. O una cosa o la otra. Se prefirió siempre cortar y recortar en lo social para generar superávit recomendados por el FMI para pagar intereses de deudas creciente, para generar confianza en los capitales externos y con ese círculo vicioso evitar que el flujo de éstos hacia el país menguase,.

Las políticas del fondo, sus programas, metas y cartas de intención, aplicadas sin discusión durante casi 40 años hicieron crecer la torta pero ésta sólo engordó a los acreedores. Brasil, que con Goulart no le debía a nadie, y lógicamente no pagaba un centavo de intereses, se endeudó en 60 mil millones de dólares durante la dictadura y en más de 200 mil millones en los últimos 18 años generando intereses muy superiores a lo que puede pagar con crecimiento. En efecto, este año se calcula que Brasil crecerá menos del 2,5% de su PIB. Precisaría crecer 4,5% para aplicar medio punto (0,5%) en políticas sociales. Como tendrá un déficit del 1,5%, o Palocci también recorta gastos o seguirá endeudándose a ritmo acelerado aumentando a la vez los contrastes sociales, o ambas cosas, lo que según los analistas es el escenario más probable.

Argentina es un buen ejemplo de como este proceso acaba. Hasta ahora Brasil de alguna manera se benefició con la destrucción industrial del país vecino, exportando lo que ellos dejaban de producir. Después con la quiebra, la imposibilidad de pago argentina terminó afectando también a Brasil. Es posible que una victoria de Néstor Kirchner o de Elisa Carrió, que ya dijeron que defenderán la producción nacional, pueda encaminar soluciones regionales para ambos países, impulsando una independización de los centros financieros internacionales, una política de créditos, de producción y de mercados regional, con intercambios prioritarios y compensaciones adecuadas.

Argentina y Brasil pueden salir del pozo. Basta tener el coraje de cambiar el modelo de «desarrollo» que llenó de ilusiones optimistas a sus gobiernos, de deudas a estos países, de dinero a los banqueros y de miseria a los pueblos.



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