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La ronda de las máscaras |
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escribe Ángela García Como ciudadana de un país latinoamericano asisto a la rapidez de los acontecimientos que vive Europa, epicentro de la nueva agitación del planeta, donde diversos polos de mutuas implicaciones, pueden compactarse del modo siguiente: A un lado, estados, organismos internacionales, la banca, el mercado, y al otro el movimiento social, el ciudadano organizado en diversos frentes de lucha; de un lado los legisladores omnipotentes y del otro los que resisten, su reclamo por la vigencia de los derechos humanos; el Norte, la sociedad del buen vivir y su defensa del poder, a un costado; y al otro la agigantada inmigración, representando el desamparo, la enfermedad y el hambre del Sur . De un lado una ronda de antifaces y de otro la ronda de las máscaras. Se sabe que en las ceremonias rituales desde la antigüedad muchas comunidades primitivas utilizan las máscaras como formas de invocar los poderes de las deidades que representan, para que tales poderes encarnen en los cuerpos y el espíritu de la tribu, para asimilar las fuerzas naturales, mediante el mecanismo de la semejanza y recuperar lo que ha sido parte del hombre, y que se ha perdido en el contradictorio ejercicio de lo humano. En el panorama del mundo civilizado tales ceremonias son consideradas solo como manifestaciones paganas, por fuera de la lógica de occidente. La distancia existente entre las sociedades y culturas es tan grande que ya es imposible denominarla. Es como si se tratara de galaxias diferentes con atmósferas tan distintas que son mutuamente irrespirables. Podríamos decir que en este momento se cuece una espesa revolución de la diferencia sin desvirtuar su riqueza todavía incomprensible para las leyes globalizadoras del mercado, la tecnología, los medios de comunicación y la moneda de cambio. Pensar a Europa es pensar la globalización y la anti-globalización. El principio de la globalización parte de una necesidad de control. El hombre se aferra a los aspectos manipulables de la fenomenología de la vida, a la necesidad de someterla a su merced, pero en equivalente proporción el mundo se le escapa, se destruye y se pervierte la inteligencia. En el ruedo de los estados y organismos internacionales se vive una demencial contradicción. Quienquiera que lea los principios que reunen las Naciones Unidas, la Unión Europea u otras organizaciones similares que tienen su sede en Europa, en pro del desarrollo humano, de la justicia y la equidad, es decir, que fungen como arbitros de estas confrontaciones, se verá inmerso en un sentimiento de estupefacción frente a la farsa. ¿Qué significa la palabra democracia ante las nuevas leyes de restricción a la participación ciudadana, frente a la maniobra de los media al servicio de la publicidad mercantilista? ¿Qué es el respeto por la diversidad, y la autonomía de los pueblos ante la eficaz explotación de las comunidades menos desarrolladas? ¿Dónde está la solidaridad mientras las organizaciones financieras y el Banco Mundial siguen aplicando su modelo de procedimiento con los países pobres? El concepto de desarrollo en los hechos, se ha erigido desde la omisión de otras consideraciones, como el sentimiento de solidaridad y convivencia. Los principios nada influyen en los actos, la traición a la palabra dada es una práctica flagrante. Las frases de cajón, y los lugares comunes son el antifaz. Europa es una tribu de países que ya no pueden mantener la apariencia de su buena intención. No aludo al descalabro moral, ni a la falta de sentido ético o estético, sino a la incapacidad intelectiva en el pretendido afán de suplantar el orden natural y con un lenguaje de leyes bastardas, generar confusión. Parece que la dinámica del dinero y el mercado conforman un sólo timón que se mueve solo. A menudo se tiene la sensación de que no hay voluntad en ello, que hay una mecánica por encima de la inteligencia humana. ¿De qué otra manera se puede considerar la falta de sensibilidad primaria frente a un drama tan antiguo, a pesar de la monumental literatura que se ha escrito, a pesar de las revoluciones sociales, psiquicas, filosóficas, científicas, poéticas, de las catástrofes provocadas? Mucho se ha incursionado en el mal, en la trabazón de las relaciones de poder para encontrar caminos que permitan deshacerlo. Muchas claves se han dado, pero el hombre que tiene el control no puede oir, ha orientado la capacidad de los sentidos sólo a la obsesión del control. Pese a lo anterior, Europa es también un gigantesco movimiento de individuos que escucha y enlaza voces de otros continentes para tener una voz propia, no la voz mentirosa de las sedes del poder, instituciones burocráticas y estáticas, tan proclives ahora al estado norteamericano que se erige capital de esta escala de valores. Hay un continente sumergido que sale al ruedo, ensayando el principio de que los ciudadanos son los que hacen las naciones, desde la experiencia anterior de gobiernos con una mayor aproximación a la justicia social, a partir de luchas en pequeños marcos y de albergar la verdad irrefutable de que el destino del planeta es uno solo, indivisible por más tiempo en afortunados y desafortunados, pues estamos en una cuenta regresiva y el descuido temido puede estar ante nuestras narices. El poder de la resistencia parece andar lento, pero va integrando sin reverso una mayoría humana. El pensamiento crítico individual que confiere claridad de determinación es elemento del nuevo poder. La virtud de la globalización es precisamente el rostro que quiere ignorar y esconde, su anverso: la antiglobalización. Los modelos como era de esperarse se agotaron, no se trata ahora de nuevos modelos, ni de líderes. Las estrategias que apenas se ensayan, se buscan en común, crecen las asambleas, con el principio de horizontalidad y descentralización. Se trata de una experiencia de participación ciudadana con propuestas precisas y viables para recuperar la responsabilidad en la protección y reconstrucción del planeta. El principio de equidad o la tradición libertaria, desbaratando las fronteras invisibles, la simulación, con una desafortunada mezcla de violencia -hay que decirlo-, violencia que tampoco hay que olvidar, corresponde al abuso de estado, disfrazado igualmente en la legitimación del orden. El discernimiento justo deberá a la riqueza de la diversidad las pautas de esta revolución, dado que las facultades y las virtudes están distribuídas de manera incontrolable en el universo, sólo hay que dejarlas ser, protegerlas. El talento de la manufactura, los artesanos y fabricantes, el espíritu científico, el don de la danza y el arte, el de la palabra, el talento de la relación con la tierra y sus secretos, el de visión y previsión y el don de diferenciar los dones y hacerlos confluir. En el fondo la moneda de cambio debería ser tan diversa como los dones y así el único comercio debería ser aquel donde nadie pierde. No la defensa del dinero, sino la defensa y el libre crecimiento de las facultades endógenas, la creatividad. La verdadera ronda de las mascaras. |
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