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Entre tortas y tortazos |
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escribe Manuel Pérez García La torta, tarta, pastel, queque, la expresión más "in" de "kake" o llámese como se quiera llamar siempre ha simbolizado la riqueza o mejor dicho, la riqueza a repartir. Y si bien es cierto que para repartir la torta (incluidas las de boda y cumpleaños) el ser humano siempre ha estado a los tortazos, ha habido y hay quienes son, por don o desdén de la madre natura, propensos a establecer las alianzas más variopintas o a una mezcla de sabores acordes con el paladar del repartidor que corresponda, para aspirar aunque sólo sea a unas pocas migajas. En definitiva estos epulones son los que habitualmente dicen tener la medida exacta del grosor del trozo a recibir por los comensales. Siempre se hacen pasar por enterados, amén de autoproclamarse abanderados del casi ineludible fáctico reparto. Hecho éste que, de una forma u otra, les permite en habitualmente el acceso sin restricciones al comedor. Ellos son los que se congratulan al ser considerados como el hoyo de la masa cocinada, edulcorada y decorada teóricamente a compartir. Sólo en determinados momentos (llámese situación coyuntural) los epulones suelen acercarse a quienes jamás estarán de acuerdo con la forma de repartir la torta. La auténtica razón, si a la razón puede llamársele razón, es simplemente no estar de acuerdo por creer ser merecedores de un trozo mayor. A ellos les es indiferente quien la cocine, lo importante es que el tamaño (y la forma) de la misma, sea capaz de adaptarse a su apetito, muy voraz por cierto. Sí, porque aunque haya aún quien lo niegue, todos, en algún momento de nuestra vida, tenemos apetito. Pero, (y esto es muy importante) no debemos olvidar jamás que por ahí también anda el dueño (algunos al referirse a él, lo hacen en plural) de la torta. El mismo que por sistema o imposición histórica siempre se negará a repartirla. La considera de su exclusiva propiedad ya sea por legitimidad de sucesión dinástica, elección o por autoproclamación tras un golpe de cocina. Es envidiado, censurado, vapuleado pero al fin siempre a regañadientes aceptado (¿o no?). Es el gran maestro repostero, empleador de los repartidores, el más inteligente pese a ser considerado tonto (y dice muchas tonterías). El sabe maniobrar con la gula de los demás. A veces ofrece un trozo de torta, pero cuidado, siempre de acuerdo a su propia necesidad. Como también suele entretenerse cuando contempla solaz a quienes torta va, torta viene, sólo aspiran a subirse a la bandeja transportadora. En esta viña del Señor, nadie está libre de alianzas, desalianzas y vuelta a liarla por agraciarse con el gran maestro repostero o desagraciarse si hace falta, (algunas veces sí hace falta), como cuando la unión, por ejemplo, se realiza con algún proveedor de materia prima en decadencia, (léase el proveedor o la materia, según se crea más conveniente o cause menos inconvenientes). No creo que sea necesario ser adivino para darse cuenta de cuáles son las tortas a repartir hoy o de por dónde vienen los tortazos. Lo cierto es que muchos comensales seguirán siendo espectadores por la gracia de Epicuro y yo, por si las moscas, hace tiempo que, al postre, lo sustituí por un café sin azúcar. Si de todo esto se pudiera extraer una moraleja, me sentiría muy satisfecho. Mientras tanto me conformo con comprobar que al no ser torta lo mismo que tortilla, la tortilla no se debe cocinar en una tortera. |
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