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El escritor italiano Paolo Ruffilli es publicado en España |
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escribe Juan Cameron Utilizando el tema del virus de insuficiencia adquirido, el poeta italiano Paolo Ruffilli da cuenta del destino humano en su reciente aparición en castellano, La Alegría y el Duelo/ Pasión y muerte por Sida, publicado hacia fines del 2002 por Calima Ediciones, de Palma de Mallorca. La traducción pertenece a José Luis Reina Palazón, quien también vertiera a nuestro idioma su Cámara Oscura. La imagen del Sida aparece en Ruffilli como una hipérbole del destino humano; una trágica metáfora ante el fracaso de la existencia cuyo camino le niega la inmortalidad. El poeta se rebela a la realidad e intenta, como lo han hecho los grandes cultores que le anteceden (Ungaretti y Saba, en su caso; pero también Montale) alcanzar ese otro lenguaje creador, el de los símbolos, para que este esfuerzo del lenguaje no se quede allí, detenido, en el vano registro y su musicalidad. Pero el intento de la escritura es también vano ante la cuestión ontológica. No podrá responder esa gran pregunta que el poeta ahora se hace, el qué somos. Sólo la filosofía podrá acercarse en forma transversal para decirnos nada más que lo obvio: somos mortales; y decirnos también que el lenguaje humano apenas podrá dar cuenta de nuestros hechos, pero no intervenir en su gestación. Ante ese drama, Ruffilli se enfrenta con un discurso a tres voces. La primera corresponde a la del estigmatizado, el excluido de la sociedad humana y exiliado en su propio cuerpo en espera del triunfo del virus que lo ha incomunicado del mundo. Nos recuerda El Desdichado de Gérald de Nerval (je suis le ténébreux, le veuf, linconsolé, le prince dAquitaine à la tour abolie); nos recuerda «el país de los enfermos» referido por Enrique Lihn en su libro postrero, Diario de Muerte. Carente ya de lenguaje y de salvación, esta voz mantiene la imagen como una mera representación de algo que fue. Vive literalmente en el recuerdo y sólo puede aspirar a la esperanza como un sueño más: Me pararía a beber/ sólo por el gusto/ y por el olor,/ una taza de café y/ me quedaría en el interior/ para husmear/ el humo del cigarro. Y si bien la nostalgia es privativa del condenado, sumada al amor se convierte en la piedad, la del poeta quien, después de todo, sólo puede parlar, inútil y fugazmente, sobre la miseria humana: Arrancar a quien amas( de corazón de la carne/ en la que se anida/ es como desarraigar/ la encina de la tierra. De tal manera el vate se transforma en la otra víctima, la de su propio lenguaje, ese ineficaz mecanismo inventado por los hombres en su afán de divinidad. En definitiva sólo podrá dar cuenta de esa realidad, que le incomoda y perturba, pero jamás será capaz de modificarla. La voz del poeta se transfiere a su vez a otros personajes, la de los padres, la de los suyos: Me doy cuenta/ ha sufrido pero/ a pesar de todo/ estoy contento, ahora,/ que se haya sustraído/ finalmente al mal. Dentro del discurso total, este recurso permite referirse en forma más directa y cordial al tema; en cierta medida, lo baja al terreno de la comprensión inmediata. La tercera voz, en esta ópera que podría ser La alegría y el duelo, es la del coro. Voz que, expresada en cursivas sobre el texto, reafirma la idea de tragedia y de puesta en escena; y en consecuencia la de metáfora o representación paralela del destino del hombre. A ésta no le corresponde la nostalgia ni la piedad, sino la certeza: Que todo caiga/ muerto/ para ser resuelto,/ que venga consumado/ para ser renacido./ Es el triunfo de la vida perpetuada/ mientras se ha sepultado. Opera además como vínculo de continuidad y unión de las intervenciones y construye el discurso, por tal recurso, en un extenso y único poema. La alegría y el duelo es una edición bilingüe. De manera que el lector puede buscar directamente la riqueza del verso en su idioma original. No es menor por ello la labor de José Luis Reina Palazón. Simplemente ocurre que la transferencia de un idioma a otro, de este texto riquísimo en connotaciones, es una labor imposible. Como bien indica su traductor y prologuista, esta poesía precisa, ágil y sutil, contiene un «ritmo breve, entrecortado, de versos anapésticos de entre cinco y ocho sílabas». Y allí nace la primera dificultad: lo que en castellano es francamente poesía menor -por la cantidad de sílabas- en italiano resulta una voz inquisidora, de tribuno, requiriendo a la sociedad por la justicia y la equidad natural. Ese tono es intransferible a otra lengua. Paolo Ruffilli, quien fuera invitado el año anterior a las Jornadas de Poesía en Malmö, vive en la actualidad en la ciudad de Treviso. Nació en Rieti, en 1949, y ha publicado, en poesía, Piccola colazione (1987, American Poetry Prize), Diario di Normandia (1990, Premio Montale), Camera Oscura (1992 y 2001) y Nuvole (1995); en ensayo es autor de Vita di Ippolito Nievo (1991, Premio Europeo) y Vita, amori e maraviglie del signor Carlo Goldoni (1993), además de numerosas traducciones. |
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