Escribe Matías Gadea. *
La necesidad mantener la economía y sociedad abastecida de petróleo barato, lleva a los Estados Unidos a dividir el mundo en una forma maniquea entre los muy malos que se niegan a ir a la guerra y los muy buenos que la respaldan. Pero las consecuencias de sus acciones trascienden sus propias proyecciones matizadas de simplismos.
El presidente norteamericano George W. Bush declaró en reiteradas oportunidades que está dispuesto a invadir Irak, aunque sea sin el consentimiento de la Organización de Naciones Unidas ni la colaboración de otros países aliados. Una decisión unilateral de los Estados Unidos que desestima el poder de veto de China, Francia y Rusia, tres de los cinco integrantes del Consejo de Seguridad de la ONU puede representar una de las estocadas más graves que la institución puede sufrir.
Este organismo fue creado después de la II Guerra Mundial para prevenir el unilateralismo y mediar entre los países en un mundo altamente complejo y a la vera de una guerra que podría aniquilarnos a todos.
Sin embargo, en los últimos años desvió su propósito original para responder a los intereses de los países dominantes. El poder unificador que gravita sobre la organización se diluye en pos del poder económico que le determina qué rumbo tomar. La debilidad en hacer cumplir con firmeza sus resoluciones, aún en contra de los intereses de los mas poderosos, puede convertirla en una institución obsoleta. Su inoperancia puede transformarla en una herramienta de los Estados Unidos (o cualquiera de las naciones hegemónicas) útil a la hora de legitimar sus objetivos y prescindible cuando no lo hace.
Como ejemplo basta citar que el Estado norteamericano decidió retirarse unilateralmente de los convenios firmados con el protocolo de Kioto el cual propone reducir las emisiones globales de gas carbónico. Asimismo, se negó a asumir los compromisos promovido por la UNESCO para prohibir la producción y uso de minas antipersonales que afectan a civiles mas que a militares. El año pasado fue el único país que no se suscribió a un acuerdo propuestos por la ONU en el cual los soldados de cualquier nacionalidad pueden ser juzgados en un tribunal internacional por abusos cometidos en la guerra.
La maquinaria bélica norteamericana mueve cientos de millones de dólares en su mercado interno. En tiempos de guerra esta industria reafirma la liquidez de su economía. Debido a que actualmente se encuentra viviendo una etapa recesiva, el impulso generado por la confrontación puede despegarla de su íntima relación con el mercado externo brindándole la independencia que su economía interna necesita para florecer.
Pero lo que para ellos puede ser un impulso económico alimentado primero por la industria armamentista y luego, por un flujo seguro e indefinido de petróleo iraquí, en Europa puede desestabilizar la delicada situación en la que la comunidad se encuentra.
Los noticieros reflejan que el Departamento de Estado norteamericano está estudiando la posibilidad de imponer restricciones a las importaciones de los países que se niegan a participar del conflicto. Esto podría hacer temblar la débil balanza comercial alemana, para citar un ejemplo, afectando también a los demás países de la comunidad.
Pero uno de los aspectos más graves de esta amenaza es menos material, menos tangible, pero igualmente costosa, tanto desde el punto de vista humano como el económico. Cada munición que se dispara, ya sea en Europa del Este, Africa, Medio Oriente, Asia o América Latina, proyecta una oleada de refugiados como esquirlas de una bomba. La mayoría de ellos busca en viejo continente aquella paz y estabilidad que les es negada en su tierra.
Francia, España y Gran Bretaña, sólo por nombrar algunos, enfrentan hoy por hoy una masiva y creciente inmigración proveniente de Medio Oriente y el este europeo. Pero como contrapartida, imponen cada vez mayores restricciones y lentos procesos burocráticos para desalentar su ingreso. Aquellos que tienen la suerte de cruzar sus fronteras deben esperar incontables meses para clarificar su situación. Los menos afortunados terminan en modernas cuasi prisiones que el eufemismo posmoderno las rebautizó como Centros de Refugiados.
Largas colas se forman en las oficinas de inmigración de los diferentes países europeos; decenas de millones de euros se destinan a la construcción de los centros de refugiados; financiación de flotas que patrullan el mediterráneo; burocracias ineficientes y lentas; raids donde se persiguen inmigrantes como si fuesen delincuentes y proyectos de relocación y asimilación para aquellos que terminaron el proceso.
Los millones de dólares que disparan con fusiles y se arrojan desde bombarderos causan innumerables víctimas que el sistema que los produce se niega a tomar.
En Inglaterra, a la intemperie y con temperaturas bajo cero, decenas de afganos se apiñan durante toda la noche en la puerta del Home Office (Ministerio del Interior) intentando obtener la residencia. La misma escena se repite a través de todo el continente. Miles de expulsados de la última guerra buscan refugio en las puertas de las oficinas de inmigración. La mayoría debe sobrevivir a la intemperie para luego ser deportados a un lugar devastado por la guerra que ninguno llamo a su puerta.
Estados Unidos se llevó su cuota de inmigrantes también. Ellos también están presos de la incertidumbre y a la intemperie. Solo que éstos están refugiados en la base militar de Guantánamo, en territorio cubano. Su espera por un juicio puede llevar años y el resultado puede ser la misma silla eléctrica.
En caso de una confrontación con Irak, Europa puede verse en el mismo problema que enfrentó cuando se desató la guerra en Afganistán. Miles de personas escapando de las bombas norteamericanas en el viejo continente.
No es dificil preveer el resultado final de un conflicto de esta naturaleza. El poder bélico de una de las naciones más poderosas del mundo que basa su sociedad y economía en la industria armamentista, se enfrenta contra Irak; un país que hace más de una década viene sufriendo de un bloqueo internacional que limita sus exportaciones y reduce sus recursos. Como consecuencia su población padece desde entonces de un alto índice de pobreza y subalimentación. Crisis que se agravará exponencialmente con la guerra.
Cuando las batallas terminen y los millares de muertos, civiles y militares sean enterrados, el verdadero problema surgirá de las cenizas como un negro fénix que esparcirá miedo sobre el mundo occidental. Cuando al hombre se lo despoja de todo, cuando no tiene nada que le de asidero ni reafirme su pertenencia, se inclina hacia el extremo. La situación empeora cuando los derrotados sienten que son perseguidos por sus creencias religiosas y encuentran en la inmolación la respuesta a la agresión sufrida.
Una guerra que extermine a Sadam Hussein, que lleve millares de civiles a la muerte y que instale un gobierno títere para satisfacer los intereses de los popes del petróleo, producirá como consecuencia una nueva generación de terroristas, en tal cantidad que no habrá CIA; FBI; N.S.A.; o la nueva Departament of Homeland Security que pueda prevenir masivos ataques a objetivos Norteamericanos. La guerra que los terroristas llevan adelante se oculta en las sombras de la incertidumbre y no esta limitada por el territorio sinó por el número de víctimas. Y cuanto mas sean mejor para su causa...
Dejo los puntos suspensivos para que los gobernantes del mundo pongan el punto final a una historia cargada de arbitrariedades e injusticias. Una historia que tiende a la desintegración de culturas y sociedades en beneficio del mercado.
* Matías Gadea es periodista argentino residente en Suecia.
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