Escribe Juan Cameron.
Xavier Oquendo Troncoso publica una importante recopilación de nuevos autores ecuatorianos. Su esfuerzo contribuye al conocimiento de un género ampliamente difundido en su país a través de anteriores y valiosos cultores. Su extenso y riguroso prólogo entrega una visión completa de la lírica en su país durante el Siglo XX.
La poesía ecuatoriana entregó grandes nombres durante el siglo anterior. Recordemos solamente a Ileana Espinel (1933-2000) como un ejemplo del silencioso oficio y calidad. Y junto a ella están las figuras de Jorge Carrera Andrade, Jorge Enrique Adoum, Alfredo Gangotena, Oquendo de Amat, César Dávila Andrade, Rafael Díaz Icaza, Fernando Cazón Vera, Euler Granda, Carlos Eduardo Jaramillo, tantos otros.
Una justa labor de recopilación de quienes vienen y vendrán -o están en camino todavía- hace el poeta Xavier Oquendo Troncoso (Ambato, 1972) en su Antología de Nuevos Poetas Ecuatorianos publicada, el año anterior, por la Universidad Técnica Particular de Loja. En ella recoge el trabajo de 27 autores menores de cuarenta años, nacidos entre 1964 (Marcelo Silva) y 1981 (Holger Córdova Vinueza), cuyo esfuerzo total corresponde a la memoria de grado, con el nombre de Ciudad en verso, para obtener el doctorado en Letras en la casa de estudios que edita su obra.
El estudio introductorio da cuentas del procedimiento de selección y de los diversos criterios generacionales, a partir del ya conocido principio de Ortega y Gasset, aplicados al efecto. Se trata de un trabajo serio e informado que, a la vez, sirve de modelo para la construcción de futuras selecciones promocionales. Sólo habría de corregir una mención; y es en el esquema cronológico que le continúa. Oquendo ubica como acontecimiento literario un Encuentro de Escritores Latinoamericanos en Santiago de Chile ocurrido el año 2001, junto al XI Festival Internacional de Poesía de Medellín. Esto resulta excesivo. La cita convocada por la Sociedad de Escritores de Chile no pasó de ser un acontecimiento muy menor al cual no asistieron, precisamente, escritores. El mayor suceso en el género, en este país, continúa siendo el llamado Chile Poesía (con Cardenal, Gelman, Yevtuchenko, Lêdo Ivo y otros).
El trabajo de Oquendo es un documento de primera mano. Se trata de escritores todavía en formación aunque algunas obras tienen ya presencia propia y, en otros casos, el lenguaje en desarrollo resulta interesante y esperanzador.
Entre los más destacados puede nombrarse a Víctor Villegas Romero, nacido en Guayaquil, en 1965. Es autor de Magia: procedimientos y límites (1992) y ha obtenido los certámenes Ismael Pérez Pazmiño, en 1986, y Premio de Poesía Joven Ojenana, Guayaquil, en 1989. Villegas logra enfocar la imagen y dar un tono intimista a la escena: Tú has muerto/ Dijo el ave/ Que pasó a través de mí/ enredándose entre los árboles más altos. Su oficio es de nivel mayor; y sin embargo en el verso más reciente, podría observarse, la preposición entre excede en una sílaba; habría bastado con en.
Con similar interés se lee a Cristóbal Zapata, nacido en Cuenca en 1968. Ha publicado Corona de cuerpos (1992), Te perderá la carne (1999) y Baja noche (2000). Su texto Las muchachas de H.H. (o Balada de las damas de antaño) es fresco, diáfano y rico en placer estético. Su irónica nostalgia queda grabada en el oído más fino: Dónde, en qué país,/ en qué ciudad del cielo o de la tierra/ encontrar a las adoradas playmates de mi padre/ aquellas que hicieron dichosa mi infancia/ las que quisimos tanto.
Pedro Gil nació en Manta, en 1971. Ha publicado Paren la guerra que yo no juego (1989) Delirium tremens (1993), Con unas arrugas en la sangre (1997) y la recopilación He llevado una vida feliz (2001). Gil recuerda a veces a los nadaístas en su afán un tanto directo por asustar al lector; y sus descubrimientos alumbran: nunca salí a buscar empleo,/ porque el empleo agota,/ salí a buscar amor,/ porque el amor es inagotable. Sin duda la mayor subversión del lenguaje yace en este tipo de recursos y no en cuanto en éste se dice.
Alfonso Espinosa Andrade (1974) nace en Quito, en 1974. Ha publicado Cascabel con que me matas (1995), Breves anotaciones (1998) y Fragile (1997). Espinosa explota cierto universo lárico con un aliento mayor y clara conciencia de las aliteraciones: llega un último rumor de rasgadura/ una lejana-ajena memoria desmembrada que grazna el hambre/ inconcebible entre sus infinitas jaulas de espejismos y reflejos. Y también nos parece un buen lector de Víctor Villegas Romero.
También resulta interesante, por un ritmo muy propio, Mónica Cuenca Ojeda (Loja, 1973), aunque no puede escapar, por el momento, de la ya conocida «preocupación» femenina. Publicó Del fuego que somos, en 1997.
Toda muestra es escasa y responde a los criterios del seleccionador, como bien señala el estudio introductorio; también esta referencia adolece de similares contradicciones. No podemos en consecuencia emitir una opinión absoluta. Sin embargo nos parecen lenguajes en vías de desarrollo las obras de Julia Erazo Delgado (1972), Carlos Garzón Noboa (1972), Juan José Rodríguez (1979) y María de los Angeles Martínez (1986). Hay más por supuesto; es cosa de investigar.
Xavier Oquendo contribuye de manera extraordinaria a la difusión de su poesía nacional. Su trabajo con los más jóvenes autores (nos hubiera gustado que comenzara con Edwin Madrid) da cuenta de un movimiento propio dentro de la tradición ecuatoriana. Y continúa, entre otras grandes recopilaciones, con la obra generosa de Jorge Enrique Adoum; lo cual no es poco decir.
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