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Por un nuevo discurso |
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escribe Juan Cameron Conocido por su discurso molesto, agresivo y profundamente auténtico, Germán Carrasco entregó a fines del año anterior su tercer poemario, Calas, publicado por Ediciones Dolmen, en Santiago de Chile. Su texto insiste en reordenar el discurso literario nacional dominado por las voces de la Generación del 50 y de las promociones posteriores, 65 y 83. Con anterioridad Carrasco (Santiago, 1971) había entregado Brindis (1994) y La insidia del sol sobre las cosas (1998). En su más reciente producción afina un discurso referido a la escritura como objeto, para aplicarlo sobre la «lírica» en boga: En las dos últimas décadas del siglo/ algunos estériles ponys del sesenta/ ya empezaban a cabalgar trabajosamente/ por las verdes y plácidas praderas del establishment. Cada promoción es autorreferente, parricida, dice un principio bien comprobado en la cocinería literaria. Pequeños enfants terribles que al tiempo devienen en anciens pathétiques establecen sus berrinches cada veinte años para ser escuchados por el no menos respetable público. A veces, a través del dulce verbo «epatar». Pero no se trata solamente de una actitud modal. La insistencia en establecer un discurso propio denota la necesidad de legitimar términos y conceptos vivos, más que en boga, frente a aquellos que, en opinión de los nuevos cultores, están manoseados por la crítica, el establishment y el periodismo y pertenecen a una generación atropellada por la historia. Éstos, insisten, perdieron eficacia, resultan falaces, falsos ante la realidad vigente. En este punto Germán Carrasco insiste con insidioso desdén (el adjetivo le pertenece). Perdido el referente histórico, supone, el texto queda huérfano y no puede sostenerse en el aire. El problema, para el lector, es ahora descubrir si el nuevo poeta tiene conciencia de la existencia de tal referente o, simplemente, está disparando al azar. Refiriéndose a la poesía de Jorge Teillier, por ejemplo, a quien con seguridad Germán Carrasco por el momento declara despreciar, dice: y no parece buena idea comprar otra botella, por mi parte quisiera/ ir al reencuentro de los fantasmas que nadie conocía en la fiesta de tu soledad. Y en el mismo texto (de página 100) el retrato de Enrique Lihn bien podría ser ese disonante, dodecafónico, serial tal vez porque los recuerdos ridículos vienen a golpear la puerta/ con cara de amante engañado. A fuer de disparar contra otros miembros de su generación: ningún Bruno Marcial de Requete Matte, ningún Sergio Farra que fastidiosamente ladra en macarrónico español como un poodle enloquecido. En fin, el intento no es sólo válido sino que también legítimo; aunque el tiempo se encarga pronto de digerir estos gestos de rebeldía en beneficio social. Pero Germán Carrasco dispara desde el tablado con acento propio, conocimiento y cierto aire maldito del trasnochado Bukovski; porque es poeta. Versifica, verborrea y maldice con oficio, ritmo y talento, condiciones que -mal que le pesen- lo estatuyen dentro de la tradición literaria nacional. Más cauto y agudo tal vez, Javier Bello le saca ventaja en este afán de epatar a sus propios patas. Todo cliché reemplaza a otro cliché sería la regla. Calas, en todo caso, tiene una serie de significados transversales más allá de la definición botánica. Lo calado indica lo probado con anterioridad; pero también, y aunque no lo indique el prologuista (el «epiloguista» Alejandro Zambra), cala es un supositorio casero, confeccionado con jabón, que se aplica a los niños para bajar la fiebre. En este sentido pareciera aplicarse a una cansada retórica nacional a fin de aplacar cierta desidia a través de la incorporación y pleno ejercicio del lenguaje santiaguino, proleta, posmo y funky al mismo tiempo, heredado en todo caso del mejor Rodrigo Lira y adláteres de los 90. Aunque Zambra alega la originalidad de esta escritura «ajena, por cierto, a la impostura del observador participante o del intelectual que domina el escenario paternalistamente, reacio a encontrarse con la chusma». Su reciente libro rescata una cantidad de lenguajes fragmentados de lo urbano y lo suburbano. No la simple selección de los términos, sino la actitud del habla como metalenguaje destinado al secreto, a veces, y al reconocimiento entre pares. Y como diestro en el oficio, su capacidad de observación de cuanto ocurre, a nivel de la calle, le permite poetizar sobre tópicos originales e inmediatos al mismo tiempo. Los gestos alcanzados por el ojo lo hacen creíble y querible, a pesar de sus denuestos. Al tiempo de poseer un fuerte acervo cultural y una fenomenal información sobre oficio y oficiantes. Estas solas condiciones bastan para respaldar su proposición. Calas ganó el certamen hispanoamericano Diario de Poesía-Vox, convocado en Buenos Aires el año 2000. Pero no es el único reconocimiento. Con anterioridad Carrasco fue becario de la Fundación Neruda e invitado a un programa de escritores de la Universidad de Iowa, en 1998. También obtuvo los premios Jorge Teillier (1997) y Enrique Lihn (1999).* |
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