|
||||||
El insolente y necesario Germán Marín |
||||||
escribe Juan Cameron Las Cien Aguilas (Planeta, Chile, 1997) es una de las tantas y recientes obras del escritor santiaguino Germán Marín. La revisión de su novelística, una de las de mayor peso en las últimas décadas en el país, ubica a esta obra, la segunda de una trilogía, entre las mayores piezas de este autor, considerado a la vez como uno de los más irreverentes en nuestra literatura. La no menos determinante frase de James Joyce, la historia es una pesadilla de la que quiero despertar, que utiliza Germán Marín como epígrafe de Carne de Perro -una novela reeditada en el año anterior coloca a este autor en un escenario conflictivo: su propio país y casi su propia historia. Marín no se da tregua en este cuento de contar. A los 68 de su edad se le ha tildado de maldito, incorregible, tozudo y, cuando menos, de insolente; pero también de un escritor solvente, de excelente pluma, cuya narración detallada y amarga (el adjetivo irónico se reserva también para este caso) lo ubica como un claro continuador de esa línea que Carlos Droguett Alfaro rescata desde Manuel Rojas. Hacía demasiado tiempo que en Chile no aparecía en la voz pública un autor de tamaña prestancia. En un país donde el criticar o intentar una opinión en contrario significa, a fuer de mala educación, un ataque frontal a la cacareada democracia, Marín resulta un tipo molesto que expele desilusión y hastío. Pero en ello no existe un ánimo revanchista, en el sentido político, ni hay un ápice de panfleto o el flamear de alguna bandera; hay simplemente cansancio. No se trata del país en sí, gastado, usado y manoseado en sus conceptos, sino de todo cuanto lo rodea. En una entrevista bastante publicitada, el autor afirma: Soy un violento reprimido. Por odio hasta mataría, pero en Chile no odio a nadie, sólo desprecio. Germán Marín nació en Santiago, en 1934, en una familia de ascendencia italiana ligada a la emergente alta burguesía comercial. Se educó en el Colegio San Ignacio y luego en la Escuela Militar; expulsado de aquella continúa estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. De regreso a Chile, donde comienza a trabajar en el ámbito periodístico y editorial, edita su primera novelas, Fuegos Artificiales (1973), la que fue retirada del mercado luego del Golpe militar. De esta novela el referencista y escritor Luis Sánchez Latorre dijo: los mitos de nuestra existencia histórica son develados una y otra vez por el más implacable procedimiento crítico: el de la ironía novelística. Vinculado por entonces al Partido Comunista, emprende su exilio a México, país donde publica la obra gráfica Chile o muerte (1975) y la investigación Una historia fantástica y calculada, sobre las actividades del espionaje norteamericano en este territorio. Pocos años después emprende viaje a España, donde se dedica exclusivamente al ámbito editorial. De regreso a su patria da a conocer su proyecto de trilogía novelística Historia de una absolución familiar, cuyo primer tomo Círculo vicioso obtiene, en 1994, el Premio del Consejo Nacional del Libro y la Lectura. En 1995 edita las narraciones El palacio de la risa y, en 1997, recopila la obra crítica de su gran amigo y colega Enrique Lihn, en el volumen El circo en llamas. Le siguen los cuentos Conversaciones para solitarios (1999) y el citado Carne de perros. Anuncia para estos días la novela Idola, a través de Editorial Sudamericana. Sin embargo, a pesar del andamiaje crítico que lo sustenta y señala, Marín no ha logrado instalarse en las ventas. Muchas de sus obras han resultado en un fracaso editorial y a ello se suma, además del mal gusto del lector chileno y de la ignorancia generalizada (quien vende más es más débil en la medida que venda -salvo Hernán Rivera Letelier, puede afirmarse), la odiosidad que despierta con su anécdota vital. Se trata, como él lo ha señalado, de un «escribiviente», un tipo quien va por la vida trazando el suelo como una pluma. Y aunque se niega a aceptar la categoría de autobiografía, para su trilogía familiar, so pena de inculcar a quien lo sostenga las cualidades intelectuales de un asno, debemos rebuznar que, en verdad, por ahí va la cosa. Las veinticuatro horas del Ulises se repiten en una saga de este criollo y más que interesante James Joyce. Esta bronca hacia Marín se hizo evidente con su novela Las Cien Águilas, que pone en duda más de algún valor castrense y ridiculiza -pues la cuestión militar abarca apenas un cuarto del texto- los valores de una burguesía campechana e ignorante como la chilena. Pero no sólo sus ex compañeros de la Escuela Militar protestan. El cineasta Raúl Ruiz, enterado de los originales en prensa- le anunció -medio en serio, medio en broma- una demanda judicial por la inclusión de su nombre -en un personaje no muy ducho al séptimo arte- en su reciente trabajo Ídola. Las Cien Águilas resulta, hasta el momento, uno de los puntos más altos en la novelística de Germán Marín. Llevado como un diario que comienza en su exilio español, el autor se hace cargo de sí mismo, desde su infancia santiaguina, y utiliza como método de alejamiento textual varios recursos técnicos que hacen «recopilar» a un supuesto editor las páginas de este escribiviente. El clima en el cual coloca al lector es familiar, y por ende perverso, con el desnudo atroz de sus personajes y sus vicios y sus méritos, cuando acaso los hay. La angustia existencial, entonces, pareciera ser el motivo de un personaje que crece en ambientes hostiles cargados siempre de amenazas. Los vicios y la mediocridad de una clase muy establecida en el centro de Santiago, y del país, muestran con claridad, en la obra de Marín, el sentido de pertenencia de una soberanía, de un territorio y de su población. Ellos, los elegidos por la historia, son los propietarios de los símbolos; esa clase es Chile; el resto corresponde a los siervos de la gleba en un concepto intelectual que, heredado del feudalismo, puede dar luces sobre la conducta histórica del poder, y de sus medios, sobre este territorio. Se trata de una obra densa, intensa y necesaria para comprendernos; y generada desde una pluma privilegiada como aquellas que aparecen, muy de tarde en tarde, en la historia literaria de una nación. |
||||||
|
||||||
|