|
||||||
Una reinterpretación de Fassbinder |
||||||
escribe Juan Cameron El cuarto poemario de la poeta chilena Carolina Lorca (1954), que algunos vinculan al entorno intelectual de Juan Luis Martínez, es un canto a la razón del individuo y a la vitalidad que esta rebeldía proporciona, a través de la figura del talentoso cineasta alemán Rainer Werner Fassbinder (1945-1982) Carolina Lorca frecuentaba, en los primeros setentas las mesas de los cafés viñamarinos. Era una adolescente; tendría un poco más de diecisiete años por entonces. Después estudió Filosofía, Literatura y otras disciplinas similares, vivió algunos años en España y ahora ejerce la docencia. Vive en Retiro, y como el lugar lo indica, alejada de las ciudades y de la trifulca de la literatura usual. En 1978 aparece su primera recopilación, Declaración pontificia y otros poemas, de versos juveniles, irónicos y un tanto cínicos. El quiebre aún no se entroniza pero está allí, evidente: Todavía no veo por ningún lado/ el potencial romántico que tiene/ recibir el nuevo amanecer de un día nublado, / con los ojos como huevo frito y el hígado como sopaipilla, /pero aún más pasado. Al releerlo surge la duda si ahí no se esconde alguna metáfora, un metalenguaje disfrazado de chiste político. Guarda silencio por veintiún años. Ciegos aparece en 1999 bajo el sello de Librería Altazor. Se trata ya de una poeta casi olvidada en dos décadas o, más bien, de una nueva escritora y escritura: Una voz ajena cuando se es extranjero, sordo en las propias palabras, novato experto en la tierra, inquieta apenas poder señalar (...) No por confusión; sólo por la escritura, ningún otro temor. Vine aquí a pedir y me fue negado: espero. El juego de significaciones ha cobrado oficio en ella, quien en tanto prepara su obra mayor, Trilogía de los presentimientos, presentada el año 2001 por una editorial propia, la de Ediciones El Retiro. Al año siguiente publica A R.W. Fassbinder. El texto figura también en alemán como si la poeta arriesgara algunas claves o quisiera alterar la conducta de su lector. Se trata un buen desafío para los estudiosos. En su discurso toca, de manera transversal, el amor, la infinitud del hombre ante el universo y todo el aparato ontológico que conturba la existencia en un homenaje -o simple utilización- a la desgarrada concepción del cineasta germano Rainer Werner Fassbinder. Su poética es clara a pesar del inmediato hermetismo con el cual se presenta al lector. Así como el amor es cuerpo y la poesía es instrumento de ese cuerpo, el amor carece de palabras y todo término es entonces innecesario. El viejo lugar común dice que el amor no se dice, sino se hace. Y un nuevo principio indica que la poesía nace del cuerpo en tanto instrumento, aparato musical para generar sonidos en comunión al ritmo sanguíneo, a la actividad de la caja toráxica. Poesía es verbo, Verbo es el inicio y el inicio es acción. Pero también el cuerpo fluye en sudor y otras magníficas producciones y es allí donde amor y poesía pueden cruzarse a la distancia. Aunque a veces, este desencuentro espacio temporal nos reduzca a la desesperación. Rainer Werner Fassbinder fue autor de 37 largometrajes y 4 cortometrajes; actuó además en 14 filmes entre 1967 (Tony Freunde) y 1982 (Kamikaze 89, de Wolf Gremm). Intensa vida da razón al término Carpe Diem e inaugura su trabajo con un título que parece ya una declaración de principios, un arte poética, una postura estética destacada por Carolina Lorca, su «intérprete»: Liebe ist kälter als der Tod (el amor es más frío que la muerte) Son textos del cuerpo y del deseo. Como ya se ha propuesto, es el cuerpo que habla a través del lenguaje -su mejor metáfora- y de la cultura -el más brutal eufemismo que muestra al individuo como personaje de una pantalla imaginaria sobre la cual cree y quiere verse. Pero, como maldita estructura, represión e infelicidad, remarca ella ...me parece que el amor es el mejor,/ el más insidioso,/ y el más eficaz/ instrumento de represión social. Schlechte Gedanken (malos pensamientos), dice a su vez Carolina Lorca. Toda interpretación es una violación del texto original tanto como la poesía resulta en una mañosa intervención sobre la realidad (si acaso queda en parte dibujada por ésta sobre la pantalla imaginaria). Pero es la intervención del hombre, en tribu, el horda, en multinacional, en barbarie, la que en una exacerbación del concepto cultura, ha intervenido con mayor desparpajo este pobre planeta enfermo. Para vivirlo, para amarlo, nace el instrumento; para morirlo, para descastarlo lo convierte en instrumento de sí mismo. Pero el individuo, en tanto sociedad, también es naturaleza. Allí va la queja de Fassbinder; o como explica la poeta, su pesimismo, su estética. Todo Fassbinder es una queja; es una defensa de algo. Ella lo señala a través de la única interpretación posible ajena al discurso de la ciencia, opuesta al signo de la filosofía: la poesía. Es decir, utilizando un mecanismo de subversión para indicar las raíces, la verdad, la razón, a través de sonido, sentido y textura semántica. Su intención se hace ahora evidente. No es posible dialogar con alguien sino ingresamos al interior de su lenguaje. Por eso ha vertido a tal idioma sus propias versiones al alemán y al castellano los fragmentos acompañados de Fassbinder. El diálogo entre autor y lector se convierte ahora en la audición casi involuntaria del diálogo entre otros. Con el oído atento se intenta comprender qué habla esta pareja; qué se dice respecto de la muerte, esa institución tan fría como el amor, determinada por la sentencia del médico forense al referirse a la temprana muerte del cineasta: no se aprecia la intervención/ de terceras personas. El cuerpo, el mismo instrumento que para amar clama por otro y para dejar no se reclama, está presente en el discurso (¿de Fassbinder, de Lorca?) cuando señala: nuestras relaciones mutuas son juegos crueles, porque no reconocemos nuestro final como algo positivo. Es positivo porque es real. El fin es la vida concreta. El cuerpo debe entender a la muerte... Fin y finalidad están en el mismo extremo del continuum, el cuerpo vino al mundo para amar; el signo vino al individuo para reclamar esta exigencia y, a lo Gonzalo Millán, la muerte es el fin de la vida. Se trata de un paneo en 360 grados. |
||||||
|
||||||
|