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Notable éxito de ventas |
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escribe Juan Cameron La matanza de la Escuela Santa María, uno de los más sangrientos episodios de la Historia de Chile y figura inaugural del terrorismo de Estado, narra el consagrado escritor Hernán Rivera Letelier en su más reciente novela. El éxito de ventas ha reportado a su autor merecidas ganancias y constituye un signo de renacimiento para la decaída imagen intelectual que impera en el país. Ni contándola ni mostrándola, sino haciéndola vivir al lector, responde Hernán Rivera Letelier a la periodista Alejandra Córdova al consultarle ésta sobre la manera en que su novela rescata la realidad. Esa era mi gran ambición mientras escribía la novela de la masacre de la Escuela Santa María de Iquique en 1907. Tal vez es la ambición de todo escritor serio y yo estoy diciendo perogrulladas. Y tiene razón. El escritor nortino, nacido en Talca en 1950, transporta al lector hacia el interior del escenario a través de un duro peregrinar por la pampa salitrara hasta el puerto donde reside la autoridad, con sus esperanzas, su humanidad y la relación de cada uno de sus personajes. Este recurso, el del viaje o trayectoria como eje central, no es nuevo en Rivera. Cada una de sus novelas anteriores contiene la idea del camino como un eje donde se cruza la narración de las múltiples historias particulares. Una clave que será destacada, sin duda alguna, por los estudiosos de su narrativa. Quienes intervienen en el discurso, con sus esperanzas, angustias o cuestiones de humanidad, se unen en la trama común como si acaso el destino de la sociedad fuera uno solo. Cada anécdota en sí, de no existir ese metalenguaje que los determina, sería válida en todo caso como intento literario; aunque no pasaría de ser un buen relato de costumbres. Esa es precisamente la gracia de Rivera Letelier. Revelar los retratos sicológicos a través de su lente colectivo permite unir tiempo y espacio y rescatar, para el lector y la Historia, el momento exacto y los valores que darán realce y harán creíble, y querible, su narración. Y Hernán Rivera Letelier se encuentra, precisamente, en ese punto de su historia personal. Cruzado por la calidad y el reconocimiento está logrando frutos concretos en un esfuerzo constante que suma ya bastantes años. La sola firma del contrato le significó, se dice, 40 mil dólares entregados por el Grupo Planeta para editar su más reciente trabajo. Aunque hubo ofertas mayores, Rivera se decidió por esta firma en tanto le aseguraba la publicación simultánea de Santa María en España, Argentina, México, Colombia y Chile. Y en cada país habría un lanzamiento al cual concurriría a presentar su novela. Hasta la fecha se calcula una venta que supera los veinte mil ejemplares. Sin contar los cien mil ejemplares facturados de sus obras anteriores. Esta nueva cifra le reporta al menos la mitad de lo percibido por la firma del contrato. El hecho en sí causa alegría. Sobre todo en un país donde las ventas son, muchas veces, inversamente proporcionales a los méritos literarios. Cítese, a vía de ejemplo, el caso de Isabel Allende; y, en el otro extremo, el del excelente narrador Germán Marín, cuyas novelas apenas alcanzan el millar de ejemplares y su nombre se menciona sólo en conversaciones de iniciados. Y causa alegría, además, porque Rivera Letelier es un escritor serio, dedicado al oficio, y este nivel de difusión señala una mejor elección estética por parte de los lectores, hecho que significa un respiro en la ya alicaída imagen de la cultura en nuestro país. Santa María de las flores negras rescata para la literatura un hecho demasiado sangriento en el prontuario nacional. No es el primero, por cierto. Volodia Teiltelboim y Sergio Missana, entre varios otros, lo han abordado. El asesinato de más de tres mil personas, ocurrido el la Escuela Domingo Santa María, en Iquique, el 21 de diciembre de 1907, es una muestra del salvajismo al cual accede la clase dominante a través de los aparatos del Estado. No es una caso aislado. Las continuas matanzas ocurridas en los primeros años del Siglo XX destacan a ésta como el paradigma que inicia el terrorismo de Estado en Chile. Otras masacres ocurren en diversos puntos del país; pero muchas en el norte minero. Y se repetirán a través de las décadas posteriores hasta culminar con los hechos de 1973. El «héroe» de la jornada, el General de Brigada Roberto Silva Renard, cumple al pie de la letra la orden emanada desde Santiago. El numeroso contingente militar a sus órdenes, con elementos del Ejército y la Armada, barre con los huelguistas encerrados en la escuela y sus alrededores, ametrallándolos durante casi cinco minutos. Se trata de gente desarmada que ha bajado desde la pampa hasta Iquique a reclamar contra la explotación y la miseria. El gobierno central, en lugar de dar la razón a sus connacionales, ordena acribillarlos en defensa de los intereses «macroeconómicos» y en protección de los capitalistas extranjeros. La norma es clara; la explotación del hombre por el hombre se valida en la gestación de los grandes capitales en la historia patria. El rasgo de humanidad y de bondad que siempre se rescata en sus personajes hace confluir las historias del descreído Olegario Santana, el viejo de los jotes y a quien sólo redimirá el amor, y del rudo e iluso Domingo Domínguez con las figuras de Liria María e Idilio Montaño en la esperanza de un futuro mejor. A su vez, el fatalismo de la narración (obvio en tanto registra un caso ya sentenciado por los hechos) no impide sin embargo la esperanza de encontrar un lugar, la Utopía, donde la felicidad pueda lograrse sin tanto dolor ni tanta tragedia. Y es aquí donde el autor pareciera insinuar que la derrota de la lucha popular -al menos por «ese» momento- no impide el triunfo en un área distinta a aquel sagrado principio. Posición que, por cierto, resulta común en varios creadores en la actualidad. Con todo, podríamos sostener lo mismo desde otra perspectiva. Rivera nos dice, y en eso es profundamente ético -y modernista en consecuencia- que a pesar de todo el atropello y de la bestialidad, siempre hay una esperanza de salvación para el hombre. Y que el triunfo, a pesar de todo, está a la vuelta de la esquina. Aunque para alcanzarlo debamos dejar atrás una estela de sacrificados. |
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