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17-Enero-2003

 

Sobre la nueva poesía peruana
Como una Espada en el Aire

 

escribe Juan Cameron

Con el título de un verso de Javier Heraud, la antología recientemente publicada (el año 2000) por Noceda Editores y otros, en Lima, revisa a la quizás más importante promoción literaria nuestro continente en las últimas décadas. Desde la publicación de El río, en 1960, a la muerte de César Calvo, ocurrida el año de su edición, la obra documenta la gestación y posterior producción de importantes poetas peruanos.

La publicación de Como una espada en el Aire/ Generación Poética del 60, de Oscar Araujo León, una antología documental, testimonial y poética de dicha promoción, hace justicia respecto a un movimiento de jóvenes universitarios que, desarrollados en el vórtice histórico, modifican el discurso de los 50 y dan pauta a joven desarrollo en la lírica del continente.

Araujo, nacido en Lima en 1951, es narrador, periodista y crítico literario. Ha publicado los libros de cuentos Y si después de tantas palabras (1989) y La noche del murciélago (1998), año en que aparecen sus ensayos literarios Excluidos del festín. Su cercanía y amistad permiten un testimonio casi directo de los del 60.

Esta generación, surgida en Lima en las aulas de la Universidad de San Marcos, inicia una serie de movimientos similares en el sur del continente a los cuales no son ajenos Chile, Argentina y Bolivia. En Chile, la Promoción Universitaria del 65, en especial a través del Grupo Trilce, este vínculo se hace innegable y se mantiene hasta el presente a través de una permanente hermandad y sentido histórico.

El semillero de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, como se denomina, pronto organizó lecturas y una suerte de diario mural a los cuales se fueron, poco a poco, integrando estudiantes de la Pontificia Universidad Católica. De la primera casa de estudios se destacan César Calvo (1940-2000), Arturo Corcuera (1935), Reynaldo Naranjo (1936), Pedro Morote (1941) y César Franco entre otros. A sus lecturas se invitaba a poetas mayores, como es el caso de Washington Delgado, Gustavo Valcárcel, Miguel Scorza, Alejandro Romualdo y Carmen Luz Bejanaro (1933) la única correspondiente a tal promoción y clara continuadora de la tradición de los 50, establecida en Blanca Varela y Cecilia Bustamante. La Católica a su vez aporta con el fundamental Javier Heraud (1942-1963), Antonio Cisneros (1942), Marco Martos (1942), Luis Hernández (1941-1977) y pronto se suman a estas listas los nombres de Wiston Orrillo, Rodolfo Hinostroza, Mirko Lauer y Mario Montalbetti.

Sin embargo, el referente histórico indudable, y quien comienza la aventura literaria, es Javier Heraud. Iniciado en la Católica se traslada a la San Marcos luego de publicar su primer libro, para matricularse en Derecho. Habiéndose integrado a las lecturas a partir de 1958 publica El río (1960) y El viaje (1961). Hijo de la burguesía limeña prefirió la lucha como expresión mayor y así cayó, asesinado por balas explosivas, en el río Madre de Dios a la altura de Puerto Maldonado, el 15 de mayo de 1963. Tenía 21 años de edad y había escrito Yo nunca me río/ de la muerte./ Simplemente/ sucede que/ no tengo/ miedo/ de morir/ entre/ pájaros y árboles.

América iniciaba por entonces una época de esperanza. La Revolución Cubana (y su muy importante Casa de las Américas y generación de «novísimos»), el 68 francés, la guerra de VietNam, Praga, el hippismo los determinan tarde o temprano. En Perú florecen los movimientos guerrilleros con el Frente de Liberación Nacional, en el cual milita Heraud, y las fuerzas de Hugo Blanco. Pero es importante también en esta gestación la generosa acción del poeta Javier Sologuren, quien con una pequeña prensa adquirida en Suecia instala, en el garage de su casa, la editorial La Rama Florida. Allí se publica por primera a Calvo, Corcuera, Reynaldo Naranjo, Heraud, Germán Carnero Roqué, Hernández, Cisneros, Orrillo y Carmen Luz Bejanaro. También aparece allí el poeta chileno Oscar Hahn.

Además de su identificación política, los muchachos del 60 ocupan una serie de signos de la modernidad para dar a conocer sus trabajos: el afiche, el disco, el volante, los recitales al aire libre, los poemas murales son parte de los formatos inéditos para acceder al gran público y romper son los esquemas. Así, Heraud y Calvo escriben un poemario a dos voces con prólogo de Cisneros, Naranjo y Calvo editan, en 1967, Poemas y canciones, con arreglos musicales de Carlos Hayre, y Cisneros y Corcuero ilustran a tinta un libro de prosas del poeta Juan Cristóbal.

Al sacrificio de Heraud se suma a poco andar el reconocimiento internacional de Antonio Cisneros. El 1967 obtiene el prestigiado galardón de Casa de las Américas y su gloria nacional emula el triunfo de Heraud y Calvo, quienes, en 1960, habían compartido el Premio Poeta Joven del Perú. Los años reconocen como principales también a Orrillo e Inostroza, quienes continúan con una intensa actividad literaria; pero olvidan a otros. Luis Hernández, quien comienza publicar en 1961 (Orilla) y culmina en 1978 con el póstumo Vox horrísona, desaparece trágicamente en Buenos Aires el año anterior a ésta. Era otra de las voces esperadas.

El testimonio de Óscar Araujo se hace necesario para los interesados en el género en nuestra América. Renueva una serie de acontecimientos y permite desperfilar el mito que, demasiadas veces, nos cuenta una historia muy distante a la realidad.



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