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06-Diciembre-2002

 

Un teatro vital, desenfrenado, estridente y profundamente humorístico
La escala humana

 

escribe Carlos H. Narvaja.

Durante mi estadía en Buenos Aires en abril de 1999, tuve la oportunidad de ver Poroto, obra teatral de Pavlovsky y Norman Briski. Durante el transcurso del año 2000, encontrándome nuevamente en esa ciudad, al comprobar que aún la obra continuaba en cartelera, sentí un deseo incontenible de volver a verla. Algunos detalles habían cambiado pero en esencia la pieza seguía siendo igualmente alucinante. Pensé entonces que Teatro como éste, difícilmente se podía ver en Suecia :¡Teatro deslumbrante -a diferencia del meramente cómico- profundamente humorístico, desenfrenado, lúdico, ofuscante, estridente, visceral, subconsciente... de pesadilla, pero un teatro muy vital!

Durante el mes de noviembre 2002, el (alias) teatern de Estocolmo nos brindó la oportunidad de participar de un tipo de Teatro similar, invitando a la puesta en escena de La escala humana, trabajo colectivo de Javier Dualte, Rafael Spregelburd y Alejandro Tantanian, tres jóvenes autores con trayectoria en teatros independientes argentinos.

Que no quepan dudas: La escala humana supone una experiencia estremecedora.

Hasta tal grado, que creería conveniente que a diferencia del anuncio que Dante pone a la entrada del Infierno: Quien aquí entra, que pierda toda esperanza el (alias) teatern, al presentar semejante obra, debería prevenir: Bajo riesgo propio, a partir de aquí, usted hace irrupción al infierno.

La experiencia es conmovedora y llena de contenido, pero quien vaya en busca de masticadas interpretaciones o indicaciones sobre modo de empleo, hace bien en no exponerse a tan peligrosa visita.

El nombre, La escala humana, mejor que nada indica el contenido de la obra. De acuerdo con mis profesores de Arquitectura, escala es la relación mutua entre el individuo y su entorno. La pieza no pretende ser otra cosa que eso: la relación entre quienes dan testimonio de existencias - muy particulares y por lo tanto muy universales - y la realidad que los rodea. En otras palabras: de seres contagiados por una realidad enferma y por lo tanto mostrando idénticos síntomas. El resultado es alarmante y absurdo, como es alarmante y absurdo ese pedazo de Argentina que nos muestran: una madre de familia, casi casualmente, se convierte en una asesina en serie a nivel de ama de casa (por razones etimológicas, claro: la mujer asesinada en el mercadito insistía en llamarle ajíes a los pimentones y eso es, obviamente, condenable!). El resto de la familia, dos hijos y una hija, trata de ocultar sus crímenes haciendo uso de una solidaridad que los conduce hacia la fatiga terminal, y al uso de engañosas tretas (entre otras, el uso de un mapa del jardín donde entierran las víctimas que es, como todos los mapas, falso). La hija acaba asesinada, uno de los varones como un vegetal en silla de ruedas, y el otro abandonando el hogar (por cierto que llevando consigo una humilde cajita de plástico portando sandwiches, para el largo viaje). El flamante amante de la madre sola, un agente de policía chabacanamente aceptado por los otros miembros de la familia - representante de la autoridad, substituto del padre ausente - mira pasar, sin ver, las pruebas de los delitos cometidos antes sus propias narices. Los conflictos y disidencias familiares son resueltos con características que son casi rutinarias en Argentina, o Latinoamérica.

Los cinco actores y las voces en off cumplen su papel extraordinariamente y crean personajes inolvidables. La escasa galería de destinos es electrizante: la impredecible, enamorada, cursi, y celosa madre asesina - Mónica Raiola - de a momentos cae en reveladores estados de neblina psíquica y termina sola junto al hijo menor - Héctor Díaz - que muy a la manera de Stan Laurel vive en estado crónico de candidez balanceándose sobre el filo de la insanidad y reconoce al fin su homosexualidad para terminar convertido en un vegetal; el hijo mayor Gabriel Levi - que trata de mantener un hilo de contacto racional con la existencia, culmina abandonando el hogar despedazado; la hija - María Inés Sancerio - siempre malentendida, siempre sintiéndose atacada por el entorno y buscando evidencias de ese amor que cree merecer, acaba siendo asesinada; y por fin el vigilante Rafael Spregelburd que utiliza reglas idiomáticas no tan contundentes como uno creería (Nueva Zelandia, Disneylandia, Islandia, bueno!, pero porque Irlanda, entonces?), termina diezmado por sus propios colegas.

Todo esto, unido a una música desopilante y a una escenografía que parece una prolongación de la Sala del Teatro, contribuye a la creación de una atmósfera más real que la realidad misma. La Naturaleza imita al Arte, dijo Oscar Wilde. Ciertos sucesos recientes parecen demostrar la calidad casi profética de esta pieza.

(Alias) teatern, nos ha dado últimamente pruebas de una novísima dramaturgia que lo pone en la vanguardia de los teatros independientes de Estocolmo.



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