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06-Deciembre-2002

 

Karen Toro, una poeta esperada
El silencio crece en el Jardín

 

escribe Juan Cameron

Karen Toro, quien se había destacado en el encuentro nacional de jóvenes autores celebrado en noviembre de 2000, «La Poesía se reúne en Valparaíso», publica su primer libro con el apoyo del Gobierno de la Quinta Región a través de su certamen anual.

El nombre de esta joven, nacida en 1980, venía repitiéndose desde hace varios años en la lista de los autores con mayor proyección y fuerza en las nuevas promociones tanto regionales como nacionales. Siendo estudiante secundaria integró el taller literario de la Casa de la Juventud, en cuya recopilación 23 jóvenes escritores de Valparaíso, aparece por primera vez, en 1998, cuando ya es alumna de la Facultad de Artes de la Universidad de Playa Ancha. Tras cursar un par de años en dicha carrera opta, en forma reciente, por iniciar estudios de Pedagogía en Castellano en la misma casa universitaria.

Su participación resulta ineludible desde entonces en lecturas y encuentros. Varias recopilaciones recogen sus trabajos y es así como figura en los cuadernillos 2000 Palabras y La Poesía se encuentra en Valparaíso -ambos correspondientes a proyectos financiados con fondos públicos- en la presentación Taller de Poesía de La Sebastiana, dirigida por Sergio Muñoz Arriagada, y en la antología Creación desde la Palabra, de Felipe Ugalde y Arturo Rojas, editada en año anterior por la Universidad Técnica Federico Santa María.

El Silencio crece en el Jardín, entregado este mes de noviembre, confirma las predicciones de sus seguidores. Junto a El Tractatus y otros poemas, de Guillermo Rivera, obtiene el mayor puntaje del jurado seleccionador, quien hasta ese momento ignora la edad de esta participante. Sorprendió al Jurado, y así se hizo saber, la fluidez y claridad de su escritura que proyecta una profunda gama de sensaciones al lector, según manifestaron Manuel Peña Muñoz, Eddie Morales Piña y Ennio Moltedo, quienes lo integraban.

El texto incluye tres cuadernillos de sus trabajos reunidos a partir de 1998: Agua en la sangre, Las sombras nocturnas y Temporada de caza. Es en el primero de éstos donde mayor tributo rinde a Jorge Teillier, de quien toma el epígrafe inicial. Hay una atmósfera teilleriana muy leve allí; como si acaso quisiera más influenciarse que dar cuenta de ella, y se refiere al lejano instante de la infancia (no al «país»), a la figura de sus abuelos y a algunas claves insuficientes para catalogarla de lárica. Su verbo es más asertivo y la nostalgia resulta un dato accesorio en la construcción de su discurso: El gesto/ de algún desconocido bondadoso/ avisará mi presencia,/ y mis amados,/ aturdidos por la memoria,/ correrán a encontrarme.

Las sombras nocturnas se refieren a una etapa más próxima y en esta sección atrapa en cierto modo el lenguaje, para quebrarlo en un juego de gozosas posibilidades. Con cierta inteligente capacidad de mostrar, Karen Toro soslaya entrelineado un erotismo frágil y poderoso a la vez; como si acaso sonriera: Yo soñaba con un señor/ que me ardía/ y me dolía por los costados,/ hasta que una tarde/ cubrió de jazmines y besos/ todas mis dolencias.

Pero es Temporada de caza el texto más significativo de esta selección. De proyectarse en el tiempo bien puede entenderse junto a Lobos y Ovejas, de Manuel Silva Acevedo y al Esperando a Ganímedes, de Rosabetty Muñoz. La enumeración y el análisis de los movimientos, hecho con total ausencia de adjetivación, da fuerza y precisión al relato; pero más allá de la simple comprensión, en el puro territorio de las imágenes: Pocos saben/ lo que llega a sentir el animal/ cuando el cazador lo rechaza/ cuando al borde de la bala/ no ve lo exacto/ y se retracta/ y se sienta a llorar.

Punto de mira es uno de sus logradísimos textos. Escrito con pasión y observancia es un ejemplo más para la anterior observación. El lector puede disfrutar de esta pequeña joya: El problema no es el gatillo/ sino la mano/ que no desea presionar,/ sino el ojo/ que se nubla entre las aguas.

En Temporada de caza los roles interactúan entre víctima y victimario, entre sujeto y objeto y, en el plano semántico, entre significante y significado. Hay aquí una continua e intensa metonimia, como si acaso existiera una culpa (de ella o «del otro») incapaz de asumirse por el simple análisis inmediato. Tal vez la respuesta ambigua de la poesía la haga inútil y más rica a la vez. Los versos siguientes resumen esta postura humana y escritural: un cazador no debería admirar tanto a su presa/ un cazador no debería llorar cuando dispara. Magníficos versos que, para ser perfectos, y en eso apostamos al desarrollo de esta poeta, bien podrían haber utilizado el verbo en tiempo presente.

Son estas condiciones de talento poético, de clara concepción de qué es la poesía en verdad, las que otorgan a Karen Toro una posición bien establecida en nuestra poesía y la mayor esperanza, aún, de convertirse en una de nuestras grandes cultoras para las décadas siguientes. Que así sea.



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