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Entrevistas imposibles |
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escribe Hebert Abimorad Estoy en el vestíbulo del aeropuerto de Medellín, porque en la redacción me mandó el jefe para que entrevistara a Carlos Gardel de paso por la ciudad. Al fin me concedieron sólo unos minutos, por eso me traje la grabadora para que no se me fuera a escapar nada. Cuando veo a un hombre más bien gordo, morocho y engominado rodeado de un séquito. Mi primera impresión es la de un grupo de mafiosos sicilianos. Pero no, porque Gardel me distingue y se me acerca, como si hubiera distinguido en mí al periodista uruguayo que lo va a entrevistar. Mientras se va acercando, sus compañeros se quedan conversando pero sin perder de vista al artista. Creo que tiemblo cuando veo aquella masa de hombre y una voz que me dice: Sólo tiene unos minutos para preguntar. Así que empiece nomás hermano. Saco la grabadora y él me mira entre desconfiado y cachador, pero su seguridad es tal que no comenta nada. Como no hay mesas ni sillas nos quedamos los dos parados, y yo sosteniendo el grabador en una mano. Lo enciendo y le pregunto: ¿Don Carlos, usted es uruguayo? ¿Pero, es usted uruguayo? ¿Pero nació usted allí? ¿Es entonces usted francés? El pibe Piazzolla dice que usted habla como un uruguayo& ¿Sus amores, señor Gardel? Si querés un nombre de mujer, mi vieja Berta. Si querés dos, te podría agregar Isabel del Valle, todo el mundo lo sabe. Pero rompí& La última don Carlos. ¿Porqué su enemistad con Razzano? Bueno, chau botija, que te vaya bien. Lo veo irse y ya encaminarse al avión. Me quedo para mirar el despegue de su avión. Encienden los motores y comienza a deslizarse por la pista. Miro mi Seiko y son las 15 y 16 del 24 de junio. Cuando ya a recorrido el avión unos doscientos metros, de repente hace un giro de 30 grados y se va contra el otro avión. Doy vuelta la cara y no quiero mirar, solamente oigo la explosión. Gritos y gente que corre, y pasajeros que saltan por las ventanas en llamas del avión. Una tea viviente se me acerca, se tira al suelo y rueda. Lo trato de ayudar tirándole agua con un balde que encuentro a mi lado. Me mira desesperado, mientras su cara quemada busca el contacto con el agua derramada en el suelo. Unos enfermeros lo recogen y se lo llevan en una ambulancia. Cuando por un instante me mira, sólo ahí reconozco a mi entrevistado. Me quedo unos días más en Medellín para saber que fue de él. Busco y pregunto, y nadie lo vio. Excepto yo. |
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