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Apariciones profanas, de Óscar Hahn |
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escribe Juan Cameron Al comentar la traducción al inglés de Versos robados, la revista norteamericana World Literature Today sostuvo que Óscar Hahn es uno de los poetas contemporáneos más notables de Latinoamérica. La afirmación pudiera parecer desproporcionada; pero no lo es. Apariciones profanas (LOM Ediciones, Santiago, 2002), el más reciente poemario del artista, entrega al lector una serie de elementos técnicos, referencias y recursos que, sumado al alto placer en la lectura, confirma tan absoluta sentencia. Óscar Hahn nació en Iquique, al norte del país, en 1938. En sus primeros libros, Esta rosa negra (1961) y Agua final (1967) se instala con fuerza en el discurso poético chileno. Cronológicamente queda suspendido entre la Generación del 50 y la Promoción Universitaria del 65, a la cual más parece avenirse por motivos y tratamiento del texto. Le siguen Arte de morir (1977), Mal de amor (1981) y Flor de enamorados (1987) para culminar con Versos robados (1995) y, luego de varias recopilaciones antológicas -entre ellas su Antología Virtual (1996, Fondo de Cultura Económica)- estas Apariciones profanas. Los temas recurridos en su poética se reiteran aquí: el transcurso del tiempo como destino y aproximación a la muerte, la ansiada conversión del signo en símbolo y la inversión temporal, por último, para solucionar los dos anteriores. La muerte, continúa expresándose como una dama cuya pura presencia es amenaza y certeza a la vez. Y que apila los cuerpos en camino a una especie de aserradero celestial en la más completa ignorancia sobre sus suertes: Somos árboles ambulantes en la vía pública/ soñando con ser barcos o aspas de molino// pero no leña de hoguera/ donde las ramas bailan y se ríen y contorsionan// como si estuvieran en una orgía las muy cochinas/ striptiseras del cabaret de la muerte. La idea del destino toma, en Hahn, el carácter de condición inelubible en su formación y comprensión del mundo. El poeta observa el transcurrir (y en esa observación arrastra a su lector) cuyo programa parece conocer de antemano: El río duerme en su cauce de hielo/ como si esperara el Juicio Final (...) Nada fluye ni cae ahora/ la eternidad ha encontrado su sitio en el mundo. Existe respecto a éste una consistencia vital que se presenta como rito, uso y costumbre. El destino cumple con su tarea, con su propia tragedia y sin mayor drama. De tal manera, El alma errante volverá a su nido/ Lo que ayer se perdió será encontrado/ El sol será sin mancha concebido/ y saldrá nuevamente en tu costado. Con todo, el poeta no acepta estas condiciones. Da cuenta de aquellas pues su oficio es registrar el mundo, nada más. En un Trato de agarrarme a lo que sea, postulado como lema, echa mano a un último recurso: a convertir el signo en símbolo. De tal manera espera disfrazar el material significante de realidad y tomar a las fórmulas por sorpresa. Así la imagen de la amada sobre una fotografía matrimonial recupera el ritmo sanguíneo que vuelve a arrastrar al poeta en la corriente, una y otra vez. Este mismo recurso aplica en Palabras de un fantasma anterior a su nacimiento, cuya inversión temporal (el alma antes del cuerpo, antes del tiempo) permite una evaluación previa de lo que será el destino del sujeto; y también su aceptación o rechazo. La exploración en este campo semántico llega a su punto máximo en El perfeccionista. Si leemos al pie de la letra, el texto no existe. Cuanto tenemos frente a nosotros en una nota de trabajo que nos indica la desaparición del poema por obra de la corrección, la eliminación, el quiebre de la sintaxis: De tanto castigarlo/ quedó reducido a nada// Ignoro de qué hablaba/ No sé cómo termina. Pero al mismo tiempo el mensaje, que es su propia forma, se convierte en metáfora de su oficio y de su vida en una triple y clara confusión. El poeta simplemente «poema» para (o por) no recordar sus días, no saber a qué vino a esta tierra y, menos aún, cómo será el final de ese camino del cual creía poseer el mapa. Aparte de esta anotación al margen, El perfeccionista es un logrado Ars poetica y una declaración de vida bastante cínica, para quien podríamos estimar entre nuestros mayores. Pero el cinismo parece ser también recurrente en su aceptación del medio. Hahn dice porque ve; y lo hace, además, porque no hay un mayor sentido, al menos en este territorio, que impida callar y apostar por una mirada más conciliadora. Detrás de esas palabras, tal vez demasiado entrelineado para el lector inmediato, hay una postura política y de profunda decepción. Bastaría, para comprender, quedarse con su casi directo Bienvenido siglo XXI, una criatura que se amamanta con sangre de la cabeza del siglo anterior. La apreciación del ritmo y del volumen interno de su verso, condición difícil de explicar en esta nota, debe ser apreciada por cada lector. El placer estético producido en la lectura de Apariciones profanas llega a ser casi una experiencia personal parecida a la complicidad y al secreto. Condición que se agradece en perfecto silencio. |
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