Escribe Carlos Vidales.
Todos los seres humanos, incluidos los cabezotas negras, nos pasamos la vida dialogando con nosotros mismos, hablándonos en el silencio de nuestra intimidad, en una interminable conversación interior sobre nuestros problemas, nuestras preocupaciones, nuestras rabias, rencores, amores, tristezas, odios, deseos, planes, fantasías, recuerdos, angustias y temores. Este diálogo no cesa nunca, continúa en forma de sueños cuando dormimos, ocupa toda nuestra vida y solamente pasa a segundo plano cuando conversamos en voz alta con otras personas.
Cada uno va viviendo su vida en compañía de su propio yo, en una permanente conversación con ese yo que tiene su voz propia y su idioma propio para formular frases, construir imágenes y fabricar sensaciones. Ese yo es el compañero inseparable de cada uno y constituye el fundamento de la identidad y la integridad de cada uno.
La existencia de ese yo, esa voz interior que habla desde algún lugar secreto del cerebro, es conocida desde tiempos inmemoriales. Los antiguos egipcios le dieron el nombre de Ba y explicaron que ese Ba era el otro yo de cada persona. En un documento egipcio de 4.000 años de antigüedad se describe la conversación entre un hombre y su Ba acerca de la vida y la muerte. El hombre se pregunta a sí mismo qué habrá después de la muerte, y su Ba le responde: Ni tú ni yo estamos muertos todavía y nada sabemos de la muerte. Es tonto hacer preguntas sobre problemas que todavía no se han presentado. ¡Vivamos la vida y resolvamos sus problemas, ya sabremos qué hacer cuando estemos muertos!.
En otras palabras, cada persona establece una conversación con otro en su propio interior y ese otro es parte inseparable de su propio ser pero no corresponde a su yo conciente. En ese diálogo hay un desdoblamiento, una especie de mirarse al espejo, pero ese espejo es cambiante, activo, dinámico, toma sus propias iniciativas y propone sus propias ideas.
El idioma interior.
¿Qué idioma habla ese otro yo que vive dentro de nosotros y siempre está dialogando y metiéndose en todo, incluso en lo que no le importa? Cada uno de nosotros puede responder fácilmente: habla principalmente en nuestra lengua materna, agrega palabras y frases inventadas para nosotros mismos, incluye imágenes, sensaciones, emociones, sentimientos, cambios en el ritmo cardíaco y en la temperatura del cuerpo, ideas de sonidos y muchas otras cosas que no digo para no escandalizar a las señoras y señoritas que me están leyendo. Por supuesto, usa también palabras y frases de idiomas extranjeros, aprendidas en tierras extrañas, en lecturas, en el cine o en la TV. Su idioma, pues, es un lenguaje multimedia y no se puede reproducir exactamente fuera de nuestro cuerpo. Es lo único que nadie nos puede quitar para realizar un trasplante, como se hace con el corazón, los riñones o las narices. Nadie podrá jamás obligarnos a pasar por un examen para certificar que hablamos el idioma correcto con nuestro Ba y merecemos la nacionalidad sueca, rusa o lo que sea. Ése es el idioma de nuestra intimidad más sagrada y lo debemos cuidar y proteger con el mismo amor con que otros imbéciles cuidan sus acciones de la Bolsa o sus tarjetas de crédito.
El teatro de la intimidad.
Nuestro Ba es un gran actor. Puede representar muchos papeles al mismo tiempo. Cuando imaginamos una discusión o una pelea con un enemigo real o imaginario, el otro yo juega a ser ese enemigo en nuestra fantasía. Podemos hacer frente así, en nuestro interior, muchos problemas pendientes o prepararnos para posibles conflictos. Nuestro Ba puede representar a nuestra novia celosa y de este modo organizamos nuestras futuras discusiones con la novia real. Si queremos escaparnos de la realidad, jugamos mentalmente a ser los héroes de alguna aventura, o de algún episodio de ciencia ficción, y allí estará nuestro Ba encarnando el personaje que se nos dé la gana. La intimidad es un teatro maravilloso donde se representan dramas, comedias, tragedias, acontecimientos increíbles, y donde nuestro Ba puede ser uno o muchos actores diferentes al mismo tiempo.
Porque el Ba se puede desdoblar y multiplicar hasta el infinito. Un escritor fabrica sus personajes con ayuda de su Ba, vive con ellos, sufre con ellos y después pone sus historias en el papel, publica sus novelas y nos deja conocer una parte de su universo íntimo. El niño que juega a solas con sus juguetes inventa sus amigos y sus enemigos, crea sus fantasías y, si somos discretos, podemos espiarlo sin que él se dé cuenta y conocer una parte de su mágico mundo interior. El poeta dialoga con su Ba multiplicado por mil y descubre nuevas imágenes, nuevas metáforas, nuevas formas de cantar a los tres temas eternos de la especie humana: la vida, el amor y la muerte.
Enfermedades del Ba.
Por desgracia, como dice ese grupo de profundos filósofos que se llama Los Chalchaleros, todas las cosas son buenas antes de echarse a perder. Nuestro Ba puede sufrir de enfermedades y cuando esto ocurre podemos hacer el ridículo, en el mejor de los casos, o volvernos locos, en el peor.
Para que nuestro Ba sea sano y funcione normalmente, se necesita que haya un equilibrio correcto entre nuestra conversación social (lo que hablamos con los demás prójimos) y nuestra conversación íntima (lo que hablamos con nuestro Ba). Cuando la conversación social no funciona, porque nadie habla con nosotros o porque los prójimos nos discriminan y nos tratan como perros, entonces vamos perdiendo el control de nuestra conversación íntima, nuestros personajes imaginarios se van volviendo reales, empezamos a hablar solos en voz alta por la calle o en el bus, nuestras aventuras o conflictos de fantasía salen desordenadamente por nuestra boca y, por fin, ya no nos damos cuenta de que la gente nos está mirando con espanto, horror o lástima.
¿Han notado ustedes la enorme cantidad de suecos que andan por ahí, gesticulando y diciendo cosas incoherentes? Simplemente, la soledad y el silencio social les ha hecho perder el control de su Ba. La pésima calidad de su conversación social les ha producido un desbordamiento anormal de su conversación íntima. Su idioma interior se ha vuelto exterior. Los muchos personajes imaginarios representados por su Ba se han vuelto reales y ya no les obedecen.
Este es el comienzo de la esquizofrenia o desdoblamiento de la personalidad. Se trata de una enfermedad social que puede explicarse con una sencilla fórmula matemática: la expansión de la conversación íntima hacia el territorio de la realidad social, es directamente proporcional al encogimiento de la conversación social hacia el terreno de la incomunicación. En otras palabras, la estupidez social produce la destrucción de la identidad.
Por eso, entre nosotros los cabezotas negras, el aislamiento social produce una reacción de defensa. Nos encerramos en el ghetto, en el grupo de compadres y comadres que vienen del mismo país o incluso de la misma ciudad, nos aferramos a la pequeña vida social y familiar de nuestro grupo y de esta manera tratamos de salvar la integridad de nuestro Ba. Sin darnos cuenta creamos rechazo contra el idioma extraño, al que sentimos como un idioma que se inventó para no hablar con nadie y nos aferramos a nuestro idioma familiar como Toribio el Náufrago se aferra al bote salvavidas. Esto aumenta nuestro aislamiento del resto de la sociedad, pero por lo menos nos permite conservar algún pedazo de nuestra aporreada identidad.
Cualquier idiota se da cuenta de que esto no se arregla con una ley que nos obligue a hablar sueco. Pero no vale discutir sobre esto, porque ciertos políticos liberales no son cualquier idiota, sino una clase de idiotas muy especiales.
La próxima vez les voy a hablar de una enfermedad terrible del Ba: son los daños que nuestro idioma interior sufre como consecuencia del exilio y el destierro.
Hasta entonces. No me abandonen, porque esto se está poniendo muy bueno.
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