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20-Setiembre-2002

 

¡Aprendamos a hablar sueco! (3)

 

escribe Carlos Vidales

Los idiomas son instrumentos de comunicación. Esto no significa que siempre los usemos para comunicar lo que pensamos verdaderamente. Con mucha frecuencia usamos el idioma para decir todo lo contrario de lo que sentimos y pensamos. Dicho más claramente, el idioma es el mejor instrumento que la especie humana ha inventado para decir mentiras.

Esta es una verdad universal. Desde pequeños aprendemos a decir: "¡Yo no fui, fue el Pipí Fantasma!", o cualquier otra versión fantástica para explicar por qué nuestra cama amaneció inundada. Más adelante, cuando pasamos por esa fábrica de burros que llamamos "escuela", aprendemos millones de mentiras útiles para justificar nuestras escapadas, las tareas que no hicimos o las lecciones que no estudiamos. La cosa se pone más interesante aún cuando llegamos a la pubertad y aprendemos a jurar amor eterno y fidelidad eterna. Cada uno de mis queridos lectores recordará el cosquilleo que se siente cuando uno pronuncia esas solemnes palabras y al mismo tiempo piensa en todo lo contrario. Ese cosquilleo no es otra cosa que la tensión nerviosa, el corto circuito, la chispa que se produce cuando el idioma virtual es diferente del idioma real.

Idioma virtual e idioma real

El idioma virtual es lo que decimos, lo que pronunciamos, lo que oyen los demás. El idioma real es lo que decimos para nosotros mismos, lo que pensamos. Cuando el idioma virtual y el idioma real son idénticos, somos sinceros. Decimos lo que pensamos. Pero cuando el idioma virtual y el idioma real son diferentes, entonces ya no somos sinceros sino "diplomáticos", en el mejor de los casos, o políticos suecos, en el peor de los casos.

En efecto. Un político sueco (no todos, solamente una pequeña mayoría) dice: "los inmigrantes trabajan y son recursos útiles para nuestro país" (idioma virtual) al mismo tiempo que piensa: "los malditos cabezas negras no quieren trabajar sino utilizar los recursos de nuestro país" (idioma real).

A veces ocurre que un periodista con una cámara oculta logra filmar el idioma real. Entonces el político sueco en cuestión dirá: "mentira, yo jamás dije eso. Ni siquiera lo pensé". Si se le muestra la filmación, dirá: "ese tipo no soy yo. Ese tipo es otro, no sé quién es". O bien, dirá: "no recuerdo haber dicho tal cosa. Tampoco recuerdo nada de esa conversación". Ese es el momento crítico en que el pobre tipo lamenta no poder echarle la culpa al Pipí Fantasma porque, como todos sabemos, el Pipí Fantasma será travieso pero no es racista.

Naturalmente, se formará de inmediato un gran escándalo político. El pobre tipo será obligado a renunciar y su carrera política quedará destruida. Todos dirán: "esas cosas no se pueden decir" (idioma virtual) y todos pensarán al mismo tiempo: "esas cosas se deben pensar pero no se deben decir en voz alta" (idioma real). O sea, el tipo es castigado por ser sincero, no por ser racista.

No quiero decir con esto que la hipocresía (nombre con que se designa la contradicción entre el idioma virtual y el idioma real) sea algo típicamente sueco. De ninguna manera, ya he dicho que éste es un fenómeno universal. En América Latina es muy común oír sujetos que dicen "los indígenas" (idioma virtual) mientras piensan "los indios mugrientos" (idioma real). Peor aún, conocemos casos en que la virtualidad idiomática se institucionaliza hasta el extremo de que hay países latinoamericanos que tienen "Ministerio de Justicia" o, más grotesco aún, "Instituto de Bienestar Familiar", "Dirección de Protección de los Recursos Naturales" y "Defensa de la Soberanía Nacional".

Lo que quiero decir, simplemente, es que cualquier inmigrante que quiera aprender sueco debe conocer las técnicas suecas del idioma virtual, porque la gramática del idioma virtual sueco no es la misma que la del español, el curdo, el persa o el árabe. Sería estúpido tratar de venir a Suecia a decir mentiras en una gramática extraña. Nadie lo entendería y pronto se descubriría la mentira. Especialmente porque aquí siempre se supone que un maldito inmigrante miente siempre por predisposición genética.

El arte de mentir

El gran escritor norteamericano Mark Twain escribió a fines del siglo 19 un magnífico ensayo sobre "La decadencia del arte de mentir". Twain demostró, con rigor científico, que el desarrollo del capitalismo con su creciente deshumanización ha hecho que la gente cada vez mienta más, pero cada vez lo hace peor. Las mentiras son cada día de peor calidad, se descubren muy fácilmente. Se miente por toneladas pero ya nadie cree en nada ni en nadie. El noble arte de mentir está en peligro de extinción.

Aprender la técnica sueca del idioma virtual es, por esto, una necesidad de primera importancia para cualquier cabezota negra. Venimos de países bárbaros, subdesarrollados, deformados por la explotación imperialista y colonialista. Decimos mentiras tontas sobre cosas de poca importancia (por ejemplo: "nos vemos a las 3 en punto", "mañana te pago", "sí, por supuesto que te ayudaré", "sí, seguro, te llamaré por teléfono", "la próxima semana te devuelvo el libro que me prestaste", etc.) y cuando necesitamos decir mentiras importantes ya nadie nos cree. La lección está a la vista: el idioma virtual se debe usar solamente para las cosas importantes.

Si aplicamos esta sencilla regla idiomática correctamente, podremos ser, por ejemplo, más demócratas que nadie sin dejar de ser monárquicos. Podremos ser los Campeones de la Paz Mundial mientras fabricamos y vendemos armamento de la mejor calidad. Podremos fabricar y vender minas antipersonales que destrozarán las piernas de millones de ancianos, mujeres y niños en otros países, y luego podremos ser benefactores de la humanidad fabricando y vendiendo las piernas ortopédicas para las víctimas de esas minas antipersonales. Podremos ser campeones de la integración y recibir sueldos fantásticos como asesores de la "Dirección de Integración" por el agotador trabajo de no hacer nada por la integración.

Una regla de oro de la virtualidad sueca se resume en la expresión "att hålla masken" (conservar la máscara puesta). Esto exige que miremos siempre a los ojos, sin que se nos mueva una sola arruga de la cara (fácil para los suecos, que no tienen arrugas, pero muy difícil para nosotros) y sin poner en tensión los músculos del rostro. Los hispanohablantes llamamos a esto "hacerse el sueco", sobre todo cuando uno tiene la habilidad de cambiar de tema rápidamente para salir de apuros. Por eso, el político que mira la filmación en que él mismo aparece diciendo cosas feas contra los musulmanes y, frente a la prueba irrefutable, sonríe y afirma: "no, ese no soy yo, ese es otro", está aplicando la regla de "hålla masken" hasta el último extremo. Es un talibán de la virtualidad idiomática, un héroe del arte de hacerse el sueco, un mártir de la gramática virtual... pero un tonto que no sabe qué hacer cuando a uno lo descubren en la mentira.

Porque el arte de mentir tiene sus límites, exactamente como los tiene el arte de la guerra. Si eres guerrero y te han derrotado, pues ya está. Se acabó. Si eres un lingüista virtual y te han descubierto, pues ya está. Recoge tus mentiras y vete a casita. No pidas disculpas, porque en la gramática cultural sueca eso se considera una debilidad imperdonable. Simplemente, declara que tienes tantos problemas que ya ni sabes lo que dices. Que no te acuerdas. Que el terapeuta te ha ordenado reposo absoluto. Que tu vida privada está destrozada. Si eres sueco, te tendrán lástima y te nombrarán gobernador de una provincia. Si eres cabeza negra, te darán solamente cinco o diez años de cárcel. Ya ves, todo tiene un final feliz.

De todo lo anterior se pueden deducir las dos reglas básicas del arte sueco de mentir:

Primera regla. Si no sabes qué vas a hacer cuando te descubran, no mientas.

Segunda regla. Si eres inmigrante, no mientas jamás.

La próxima semana hablaremos sobre esta cosa misteriosa que se llama "el idioma interior". Hasta entonces.



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